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Obligan a una iglesia de Malibu a poner fin a las cenas para desamparados para no atraerlos a esa zona de lujo

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Ser un desamparado en Malibu es diferente. Chris Smith observa a los patos aterrizar en la laguna al atardecer desde su campamento en la playa, conocido por los lugareños como Margaritaville. Nancy Rosenquist le contó al Ayuntamiento que se acurruca detrás de un contenedor de basura y escucha a Lady Gaga grabar una canción en un edificio adyacente.

Tradicionalmente, los residentes de la zona han sido generosos con quienes viven en estas 21 millas de cañones, playas y brillantes centros comerciales de la ciudad.

Durante 17 años, diversos grupos religiosos alimentaron a las personas sin hogar, y la ciudad y donantes privados pusieron cientos de miles de dólares para que los trabajadores sociales encuentren viviendas y servicios para ellos.

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Pero Malibu United Methodist Church, presionada por la ciudad, en las últimas semanas dio un giro de 180 grados al decidir que las cenas para las personas sin hogar que realizaba dos veces por semana llegaran a su fin después del Día de Acción de Gracias. El corte se produjo después de que los funcionarios convocaran a los organizadores y sugirieran que estaban atrayendo a más desamparados y empeorando el problema.

El problema se repitió en los foros conservadores y cristianos en línea, donde los residentes de Malibu fueron castigados y considerados hipócritas liberales. Espeluznantes amenazas de muerte llegaron al Ayuntamiento.

En una agitada audiencia pública la semana pasada, el alcalde Skylar Peak negó haber ordenado poner fin a las comidas, pero también se disculpó por la “mala comunicación”.

“Creo que tenemos que tratar a personas como nuestros hermanos y no mirar de dónde vienen”, afirmó Kay Gabbard, uno de las organizadores de las comidas, más tarde. Peak dijo que la ciudad quería trabajar con voluntarios en una solución. “Defenderé el hecho de que todos aquí son compasivos con todos en la comunidad”, expresó.

Malibu, con una población de 13,000 habitantes, tiene aproximadamente 180 residentes sin hogar, pero no hay viviendas ni alojamientos para las personas pobres.

A medida que la falta de vivienda aumentó, un grupo llamado Community Assistance and Resource Team (Equipo de Asistencia y Recursos Comunitarios) comenzó a repartir ropa y artículos de tocador, y organizar días de servicio a desamparados en el condado de Los Ángeles.

El año pasado, algunos de los miembros recaudaron $460,000 para contratar trabajadores sociales a tiempo completo de People Concern, una agencia de servicios sociales sin fines de lucro del sur de California.

En poco más de un año, los trabajadores sociales sacaron de la calle a 24 personas sin hogar de Malibu, incluidas 11 que lograron trasladarse a viviendas permanentes.

Mientras tanto, Malibu United Methodist Church y Standing on Stone, un grupo cristiano, organizaban cenas para las personas sin hogar, dos veces por semana, los miércoles y jueves durante tres años. La iglesia se encuentra en un barrio residencial, cerca de la escuela secundaria.

Después de que la Línea Expo de Metro llegara a Santa Mónica, el año pasado, los vecinos comenzaron a quejarse de los personajes de aspecto rudo y con enfermedades que acampan en la playa y deambulan cerca de las escuelas. “Una persona sin hogar se estaba bañando en el vestuario de niñas en la preparatoria, eso no es algo muy bueno”, afirmó Gary Peterson, un desarrollador retirado y hotelero que renunció al consejo directivo de la iglesia por la cuestión de las comidas. “Ofrecer una cena es algo bueno y amable, el problema es la ubicación”.

El Departamento del Sheriff del Condado de L.A. reportó un aumento en las llamadas de molestias causadas por personas sin hogar y delitos varios -aunque no necesariamente cometidos por vagabundos-; una mujer se despertó y encontró a un hombre desnudo parado sobre su cama.

Algunos desamparados creen que los residentes reaccionan contra la afluencia de afroamericanos de Santa Mónica y el centro de Los Ángeles; Malibu es un 90% blanco. “La gente no quiere ver personas sin hogar”, expresó Tyrone Valiant, de 70 años, mientras esperaba en el exterior de la biblioteca de Malibú para tomar un autobús. “Ahora están cortando las comidas”.

En una de las últimas cenas ofrecidas, la semana pasada, 50 personas de varias comunidades del sur de California se alinearon en un patio de ladrillo adornado con luces para degustar una variedad de comida casera: platos con hors d’oeuvre, pollo a la parrilla, jamón, ensaladas, fruta, macarrones con queso, lasaña, puré de papas y una mesa de postres entera.

“Esto es muy triste para nosotros; hemos disfrutado de estos amigos por más de tres años”, manifestó el reverendo Sandy Liddell, pastor de la iglesia metodista.

Durante la reunión del ayuntamiento, el alcalde interino Rick Mullen sugirió a los voluntarios que preparen almuerzos en caja para que los trabajadores sociales los repartieran, en lugar de cenas.

Sin embargo, “No se trata de las comidas”, advirtió Shifra Wylder, de Standing on Stone, que ha alimentado a las personas sin hogar de Malibu durante 17 años. A lo largo del tiempo, su grupo ha ayudado a cientos de desamparados a mudarse a sus apartamentos, regresar a la escuela o reunirse con sus familias, le dijo al ayuntamiento.

Después, John Maceri, director ejecutivo de People Concern, afirmó que no estaba de acuerdo con que las comidas contribuyesen al problema de los desamparados de Malibu, aunque reconoció que los vecinos ven personas que llegan a su comunidad y se sienten genuinamente molestos.

“Lo que vuelve todo más triste es que [esta cuestión] enfrenta a vecinos contra vecinos”, aseveró.

Liddell se comprometió a encontrar un nuevo lugar para las comidas, lo cual podría ser difícil. Standing en Stone se vio obligada a mudarse otras tres veces debido a las quejas, dijo Wylder. “No hay lugar en Malibu a dónde ir”, expresó.

Varios desamparados aseguraron comprender el dilema de la ciudad. De vuelta en Margaritaville, Chris Smith dijo que se estaba recuperando de un desalojo traumático y que “las comidas definitivamente lo estaban ayudando”. “Pero los contribuyentes no quieren arriesgarse con el delito, y estoy un poco de acuerdo con ellos”, afirmó. “Algunas personas sin hogar son buenas y otras malas”, agregó, antes de subir a su bicicleta y dirigirse a la iglesia.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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