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Cómo el brote de hepatitis A de San Diego se convirtió en el peor del país en décadas

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Los expertos señalan que San Diego tomó los pasos correctos para abordar el que se convirtió ahora en uno de los brotes de hepatitis A más grandes que ha visto el país en décadas, pero las particulares variables de la ciudad contribuyeron con éste.

Al menos 481 personas se han infectado, y 17 murieron por la enfermedad desde noviembre pasado en San Diego. Otros 88 casos fueron identificados en los condados de Santa Cruz y Los Ángeles, donde se han declarado brotes.

Funcionarios en todo el estado luchan para vacunar a las poblaciones de desamparados, que están ahora consideradas como de alto riesgo. Los médicos sostienen que quienes ya han sido afectados podrían desplazarse y propagar la enfermedad a otras partes.

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La Dra. Janet Haas, presidente electa de la Asociación de Profesionales de Control de Infecciones y Epidemiología, afirmó que el brote es inusual para los EE.UU. porque la extensión de la infección hepática suele originarse en la falta de higiene básica y de saneamiento, no por alimentos contaminados.

Ello implica que los funcionarios de la salud pública no pueden basarse únicamente en métodos de contención anteriores. “No es como si nunca hubiera existido un brote de hepatitis A anteriormente… Sabemos lo que ha funcionado en el pasado. Usualmente eso contiene la situación y todo termina allí”, afirmó haas. “Pero a veces no funciona, o las circunstancias son diferentes y hay que aumentar los controles”.

En San Diego, donde se ubican cerca del 85% de los casos confirmados, equipos de limpieza trabajan en las calles con agua de alta presión mezclada con lejía, para desinfectar cualquier superficie potencialmente contaminada con heces, sangre u otros fluidos corporales.

Una compañía privada fue contratada en septiembre pasado para instalar estaciones portátiles de lavado de manos en sitios donde tienden a congregarse personas sin hogar.

A pesar de estas iniciativas, la enfermedad se está extendiendo y muchos se preguntan qué se podría haber hecho, y qué impedirá efectivamente la transmisión futura del brote.

Según la Dra. Monique Foster, de la división de hepatitis viral del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) -quien estuvo en San Diego la semana pasada para una conferencia nacional en enfermedades infecciosas- no hay un estándar nacional que describa cómo debe responder cada agencia pública. “No se puede tener una lista de verificación que diga ‘haga X y Z’, porque no todos los brotes son iguales”, señaló Foster después de una sesión improvisada en la conferencia, acerca del brote en San Diego. “El tipo de enfermedad, el grupo de personas al que afecta y cómo se propaga son todos factores que modifican la toma de decisiones del gobierno para la respuesta, y cuándo debe notificarse al público”.

Por ejemplo, el problema en San Diego es similar al brote de hepatitis A en Michigan, donde los funcionarios de salud confirmaron al menos 341 casos desde agosto de 2016. De ellos, 268 personas requirieron internación, y 14 murieron.

Pero Michigan y San Diego tienen recursos distintos, resaltó Foster. Las poblaciones subyacentes afectadas son diferentes y las leyes en ambas zonas también son desiguales. “Por ello existen los CDC. Los conectamos con quienes tienen respuestas, pero no tomamos el control en el lugar”, explicó la especialista. “Los gobiernos y los departamentos de salud locales son los primeros en la línea, porque conocen sus necesidades mejor que nadie”.

El Código de Regulaciones de California describe los procedimientos de notificación en casos de hepatitis A para una clase específica de personas, entre ellas trabajadores de guarderías, de centros de salud y aquellas que manipulan alimentos, quienes tienen más probabilidades de propagar la enfermedad hepática a otros.

Los funcionarios de salud del condado dudaron en divulgar cualquier información adicional sobre dónde se concentran los casos específicamente, citando las leyes de privacidad estatales y federales. “Esta información se obtiene a partir de entrevistas y documentos médicos confidenciales”, señaló Eric McDonald, director de la división de servicios de epidemiología e inmunización del condado, después de presentar la conferencia junto con Foster. “La necesidad del público de saber debe anteponerse a la confidencialidad de los individuos infectados”.

Para el Dr. Oscar Alleyne, asesor sénior de salud pública de la Asociación Nacional de Funcionarios de Salud del Condado y la Ciudad, el Manual de Control de Enfermedades Transmisibles es a menudo señalado como ‘la biblia’ entre los empleados del área.

La Asociación de Salud Pública de los EE.UU. listó el libro, que lleva ya su vigésima edición, como “una fuente de consulta imprescindible sobre la identificación y el control de las enfermedades infecciosas”.

Alleyne afirmó que es lo más parecido a una guía que los funcionarios públicos tienen, y que ha sido una referencia estándar en la industria por más de 100 años.

Según el manual, la prevención es clave para la hepatitis A, ya que la vacuna provee inmunidad a lo largo de toda la vida. Los datos muestran que desde que ésta se incorporó, en 2006, a la lista de vacunas recomendadas para niños pequeños, el número de casos de hepatitis A en el país disminuyó un 95%. A los funcionarios se les instruyó el control de los pacientes ya enfermos y la vacunación inmediata de aquellos en su entorno, para aumentar la probabilidad de efectividad.

Los epidemiólogos del condado identificaron la erupción de casos a principio de marzo, y fecharon la infección en noviembre de 2016. Desde el principio, las prioridades fueron la vacunación y educación, según las instrucciones del manual. Pero, al parecer, es más fácil decirlo que hacerlo.

“El método normal para prevenir que otros se enfermen se tira por la borda cuando la comunidad que está infectada vive sin hogar”, afirmó Alleyne. “Hay que saber adónde fueron, con quién entraron en contacto… La probabilidad de poder captar a todos en esa lista es muy pequeña”.

En caso de un brote, los funcionarios de salud pública deben primero determinar cómo se está propagando la hepatitis, vacunar a la comunidad en riesgo y hacer esfuerzos especiales para mejorar las prácticas sanitarias e higiénicas para eliminar la contaminación fecal, sostiene el manual.

A comienzos del verano, el enfoque oficial cambió al saneamiento: lavado de manos y limpieza de calles. Según el Dr. Jeffrey Engel, director ejecutivo del Consejo de Epidemiólogos del Estado y Territorio, ello podría ser insuficiente. “Puedo decir que lavar los picaportes no funcionará”, advirtió. “Esto se trata más sobre la conducta humana”.

La hepatitis A es comúnmente transmitida a través de comida contaminada. En 2003, 935 personas en diversos estados se infectaron al comer cebollas verdes en un restaurante. Fue el mayor brote desde 1998, según los CDC, pero en ese entonces nadie murió.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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