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En disciplina: LAUSD prefiere ofrecer orientación que arrestos y suspensiones

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Justo antes de las 8:00 a.m. en Peary Middle School en Gardena, un niño se rehúsa a dejar el carro de su mamá. El oficial de policía de la escuela a cargo le ha dado órdenes para que entre a clases. Pudo haberle dado una nota de absentismo escolar o bajarlo a la fuerza- como un oficial de policía lo hizo a un estudiante el mes pasado, desatando un escándalo nacional. Pero el oficial de policía del Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles, Henry Anderson, no hizo ninguna de esas acciones. En su lugar, el intentó persuadir al chico hablándole amigablemente, y apelando siempre a la culpa .

“¿Qué te pasa”? le dijo el oficial al niño. Ya estás vestido y listo para irte. “ándale”.

Anderson le pregunto al chico que si prefería quedarse aburrido en casa y también le dijo que iba a meter en problemas a su mamá. Llamó a uno de los administradores de la escuela para que le ayudaran. Al final, la mamá decidió llevarse a su hijo a casa e intentarlo más tarde.
“En lugar de mandar a los niños a corte con infracciones, estamos unidos. Utilizamos programas para asesorarlos y hablar con ellos acerca de por qué se ausentan”, dijo Anderson un policía con 20 años de experiencia. “Tratamos de trabajar con los padres. Nuestro objetivo principal es que los niños vayan a la escuela”.

Anderson es uno de los 405 oficiales de policía del Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles, con más de 125 oficiales de seguridad, siendo la fuerza policiaca independiente más grande de la nación.

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Los oficiales de los planteles en todo el país enfrentan críticas de que empujan a los niños a una “de la escuela a la cárcel”, con citatorios, arrestos y una fuerza excesiva en asuntos que podrían resolverse bajo otros medios. Estudios nacionales muestran que un arresto duplica las posibilidades de que un estudiante opte por la deserción escolar.

Pero en el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles el jefe de policía Steven Zipperman y su fuerza trabajaron con organizaciones comunitarias para lanzar una reforma histórica el año pasado que terminó con los citatorios para la mayoría de los involucrados en pleitos, robos y otras ofensas menores a favor de dirigir a los estudiantes a programas de consejeros.

La reforma se construyó por anteriores esfuerzos para terminar con las infracciones de ausentismo, que resultó en una disminución de citatorios de 11,698 en el 2010 a 3,499 en el 2013. En el último año cerca de 460 estudiantes que podrían haber recibido un citatorio en su lugar fueron enviados a programas de consejería, con un fallo de solamente un 7% en terminar los programas, dijo Zipperman.

En total, más de 770 estudiantes fueron enviados a consejería en lugar de recibir citatorios por absentismo escolar o cargos por delitos menores durante el año escolar 2014-15.

Manuel Criollo de la campaña de Derechos de la Comunidad, una organización de derechos civiles de Los Ángeles, que ayudó a realizar el nuevo énfasis, ha elogiado a la policía por abrazar las reformas. Pero él aboga por la eliminación de todos los oficiales de policía del plantel y con el presupuesto anual de la policía de $59 millones de dólares contratar más consejeros, trabajadores sociales y otro personal de apoyo estudiantil en su lugar.

“Si bien nuestra organización ha traído una mayor protección para [distrito] los estudiantes de ser criminalizados, Carolina del Sur nos muestra lo que pueden ser las consecuencias de tener policías en la escuela”, dijo Criollo. “Ellos no tienen cabida en nuestras escuelas”.
Zipperman, sin embargo, dijo que la policía en el plantel es esencial.
“Estamos aquí para garantizar la seguridad de los estudiantes, maestros y personal”, dijo. “Nuestros oficiales de policía de la escuela no son tropas de asalto que llegan al campus. Ellos son los agentes que interactúan con los niños todos los días. Son modelos a seguir”.

En Peary, un campus de 1,500 estudiantes en su mayoría compuesto por estudiantes de minorías de bajo ingreso, Anderson se describe a sí mismo no sólo como un oficial, sino también como un consejero, padre y amigo. Sus múltiples papeles fueron aparentes durante una visita reciente.
Durante el día, en su recorrido de vigilancia por el campus, Anderson platicó con los estudiantes, les preguntó qué traían para desayunar y bromeó sobre fútbol. Un grupo de estudiantes lo rodeó, haciendo preguntas sobre su uniforme de color azul intenso, su placa metálica y el pesado cinturón negro que sostenía su arma enfundada.
Un muchacho con el ceño fruncido le dijo al oficial que una chica lo había golpeado. Anderson sacó su cuaderno, escribió el nombre de la chica y se comprometió a hablar con ella. “No dejes que ninguna chica te moleste”, le dijo.
Poco antes del almuerzo, medió un conflicto entre dos niños y sus familias.
Cubriendo con curitas dos cortadas que sufrió después de ser empujado al suelo, un estudiante de sexto grado, Justin Burdette, dijo al oficial Anderson que el estudiante de séptimo grado Isaías Cerpa lo golpeó cuando trató de detener una pelea entre Isaías y un estudiante menor. Isaías admitió su culpabilidad pero dijo que Justin había insultado a su madre.

“Cuando usted pone sus manos sobre alguien, podría ir a la cárcel”, le dijo Anderson a Isaías. “Si sucede otra vez usted podría ser arrestado. Si tiene problemas con alguien, venga conmigo o con el decano. No lo haga con sus propias manos”.

Isaías asintió, y Anderson logró que se disculpara con Justin y los padres. Los padres de ambos dijeron que estaban satisfechos con el resultado.
Más tarde, Isaías regresó a la oficina de Anderson.
“¿Tiene algún consejo para alejarse de meterse en problemas?” le preguntó el muchacho.

Anderson le dijo que se mantuviera alejado de las malas influencias, incluyendo sus amigos que se saltan el cerco de la escuela y se escabullen a la tienda.

“No juegues con ellos. Ya sabes diferenciar el bien del mal. Cada vez que haces algo mal, tendrá una consecuencia. ¿Por qué correr ese riesgo? Si usted no tiene problemas con nadie, vamos a poder ayudarle. Lo último que quiero hacer es un arresto y escribir un citatorio”.
Isaías sonrió. “Gracias”, le dijo.
Anderson, de 48 años de edad, nativo del sur de Los Ángeles y quien asistió a University High, dijo que se sintió atraído por las fuerzas del orden después de visitar los juzgados como mensajero de una firma de abogados. Después de completar la formación de policía, aplicó a siete agencias; El Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles fue el primero en llamar.

Al paso de los años, se ha ocupado de estudiantes que han fumado marihuana, robado teléfonos celulares y computadoras portátiles, de los que han enviado por texto fotos sexuales de compañeras de escuela y otras agresiones. También ha manejado a padres difíciles y dice que fallan al dejar de enseñar a sus hijos sobre responsabilidad, o padres que renuncian a ellos por completo pidiéndole que los lleve a la cárcel.

“Nuestro trabajo no es fácil”, dijo. “Nos ocupamos de niños con muchos problemas emocionales, de niños desafiantes que no lo escuchan si usted no tiene un arma y una insignia, e incluso así no escuchan”.
Pero este trabajo trae alegría, dijo - en especial cuando puede ayudar a otros a salir adelante. En un caso, utilizó su relación con los estudiantes para averiguar quién robó el teléfono celular de un profesor. El agresor había negado su implicación frente al profesor y sus padres, pero lo confesó con Anderson después de decirle que probablemente había sido captado por la cámara (lo cual no era cierto) y si él no era culpable el oficial Anderson podría ayudar a evitar un arresto.

Durante sus seis años en Peary, ha llegado a conocer a muchos de los estudiantes: “el pequeño instigador”, el “buen chico que toma decisiones tontas” y lo saben. “Él es bueno ante los problemas (Anderson)- No grita, nos da advertencias”, dijo Jaquazz Harvey, de 13 años.

En la oficina del decano, varios niños sospechosos de haber aventado globos de agua a los coches que pasan dieron a Anderson un pulgar hacia arriba. Iván Andrés Luna, estudiante de octavo grado, dijo que Anderson escucha con paciencia cada uno de los lados de la historia.
“Me siento más seguro con él dentro de la escuela”, dijo Iván. “Él nos protege”.

Pero no todo el mundo está de acuerdo. “Hay que conseguir sacarlos de la escuela”, dijo un niño de la policía escolar.
Antes que terminara el día, Anderson podría haber intervenido en dos peleas de patio de colegio, aconsejar a una chica en su difícil relación con un profesor, reprender suavemente a un muchacho que salió de la escuela a la tienda y ser duro cuando necesitaba. Él habló seriamente con dos chicos sobre su comportamiento al haber capturado a un maestro en video.

“No te metas a menos que quieras un problema - Estoy hablando de un problema conmigo”, dijo a los chicos.
Pero la mayor parte del tiempo, Anderson se proyecta a sí mismo como un mentor paternal positivo, dijo la directora Marva Patton.
“Él muestra a la policía en forma diferente - no como alguien a quien temer, sino como alguien que te ayuda”, dijo Desdra Butler, coordinadora de operaciones de la oficina local del distrito que abarca el Sur de Los Ángeles.

“Tengo 1,000 niños”, dijo Anderson. “Me gusta que sientan que me importan, pero necesitan saber que la escuela tiene reglas a seguir”.
A medida que pasaba el día, Anderson tuvo una tarea final: decirle a los padres que sus hijos se involucraron en peleas ese día. Les aseguró que los problemas se resolverían. “Bueno, siempre y cuando se resuelvan”, dijo uno de los padres.

Anderson regresó a su oficina, con una sonrisa.
“Lo hizo durante todo el día”.

teresa.watanabe@latimes.com
Twitter: @teresawatanabe

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí
Traducción: Diana Cervantes

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