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Las mujeres que construyeron su propia ciudad para poder vivir en paz en Colombia

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Las casas de ladrillo gris tienen uno y dos pisos. Son 98, algunas sin pintar, otras de colores, muchas rojas o amarillas o azules, los colores de la bandera de Colombia. Las levantaron mujeres, un particular grupo de mujeres, con sus propias manos hace unos diez años.

Ellas pertenecen a la Liga de Mujeres Desplazadas (LMD), una organización de víctimas que nació hace cinco años.

Todas tuvieron que dejar sus lugares de origen por la violencia, el conflicto de más de 50 años que azota a Colombia, en el que la confrontación entre guerrillas de izquierda, paramilitares de derecha y fuerzas del Estado ha dejado más de 220.000 muertos y más de seis millones de desplazados, según cifras oficiales.

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Las casas de ladrillo gris se erigen a lo largo de estrechas callecitas decoradas con flores y árboles, aquí en el municipio de Turbaco, unos 20 kilómetros al sur de la muy turística y a la vez muy pobre Cartagena.

Estas casas son el orgullo de sus dueñas, sus constructoras, las habitantes de este barrio que es para ellas su ciudad, la Ciudad de las Mujeres.

“Nos capacitamos en autoconstrucción, en figurar hierro y nosotras mismas trabajamos nuestras viviendas”, le dice a BBC Mundo Everlides Almanza, de 59 años. “Nos pusieron dificultades, que no éramos capaces, pero les probamos que sí éramos capaces y estas casas fueron hechas por nosotras”.

Sobrevivientes

La vida de Everlides, como la de todas las mujeres de la LMD, ha estado marcada por la violencia.

Perdió a su padre, asesinado cuando ella tenía nueve años. Luego mataron a dos de sus primos; más tarde a un sobrino.

Everlides es una sobreviviente, como todas las mujeres de la LMD.

“Todas las mujeres de la organización habían sufrido de alguna forma un abuso sexual”, afirma Patricia Guerrero, una aguerrida abogada que creció en Bogotá pero más tarde se mudó a Cartagena, donde conoció a algunas de las primeras mujeres que luego conformaron la LMD.

Muchas han sido violadas, otras incluso habían sido abusadas y quedaron preñadas a raíz de esas violaciones, otras nunca pudieron volver a tener hijos, otras nunca pudieron volver a tener relaciones sexuales armoniosas ni agradables, ni gozosas; la guerra arrasó con la sexualidad de las mujeres”.

“Una transformación impresionante”

Cuando conoció a las primeras de ellas, hace unos 16 años, vivían en condiciones paupérrimas en barrios de miseria en Cartagena, a los que habían llegado desplazadas, en muchos casos junto a sus familias.

Las ayudó a organizarse, encontró un lote de tierra para construir sus casas, su ciudad, y buscó fuera de Colombia los fondos para edificarlas; consiguió dinero del Congreso de EE.UU., del programa de ayuda exterior de EE.UU. USAID y de la cooperación española.

Pero establecer su propia comunidad no fue fácil.

Recibieron amenazas, el centro comunitario que erigieron fue incendiado (lo reconstruyeron), para intimidarlas arrojaron cadáveres en los pedazos de tierra que cultivaban y el compañero de una de las mujeres fue asesinado mientras cuidaba la fábrica de los ladrillos grises con los que levantaban las paredes de sus casas.

Con todo, el tener sus propios hogares, construidos con sus propias manos ha sido para ellas una bendición.

La casa de Celestina Mosquera Andrade está pintada por fuera de un rosa brillante y por dentro, también brillante, de verde. Parece una celebración del cambio de vida que implicó haber conseguido tener este espacio.

Mientras almuerza, me cuenta: “Fue un cambio, una transformación impresionante porque, imagínese, vivíamos allá en piso de barro, plástico, nos inundábamos cada vez que había invierno (época de lluvias), agua aquí (se señala arriba de las rodillas), perdíamos las cositas; vea qué cambio hay, que diferencia; ¡cuándo he vivido yo así!”.

Everlides Almanza va vestida de negro, como el negro del duelo, mientras nos cuenta: “Los grupos armados se metían en las fincas donde trabajaban los campesinos, violaban a las mujeres, amarraban a los hombres”.

“Cuando sentía algún ruido de una vez cogía el monte con mi niña, mi única niña hembra que tenía, tenía cinco varones y una hija hembra; y yo siempre cuidaba a mi hija hembra”.

Por el peligro, Everlides dejó esa tierra, en el departamento de Cesar, en el norte del país, y se fue para Cartagena.

Y aunque la mudanza a la Ciudad de las Mujeres significó establecerse en un lugar más acogedor y seguro, tuvo que sufrir otra tragedia.

En 2011 su hija, su única hija, fue asesinada en el municipio de Turbaco. No fue por el conflicto armado, fue el resultado de otra forma de violencia que es común en el país, fue un feminicidio.

Fue violada y luego salvajemente asesinada por su expareja, quien luego se suicidó.

“Me dejó tres niños, que los tengo a mi cargo”, cuenta Everlides.

Nuevas generaciones de mujeres y hombres

De esos niños, una es su nieta Nayelis Paola González Berrío, de 14 años.

La niña creció en un ambiente en el que se valoran y promueven los derechos de la mujer.

“Pienso que es más fácil, porque nosotros no tuvimos que pasar todo lo que pasaron ellas”, reflexiona. “Es muy diferente y le doy gracias a ellas por ofrecernos una vida mejor y una vida digna”.

Nayelis sigue los pasos de su abuela. Es la coordinadora del grupo de jóvenes de la LMD. La idea es que estas nuevas generaciones continúen el trabajo iniciado por sus madres y abuelas.

Algo crucial es que los muchachos que crecen en la Ciudad de las Mujeres también desarrollan una perspectiva del mundo más equilibrada, acostumbrados a ver a sus madres, sus abuelas, como las jefas de sus hogares.

Un ejemplo es el de Jesús David Reales, de 23 años.

Las respeto por su coraje, por su valentía”, dice de las fundadoras de la LMD.

Luego, de todas las mujeres, dice: “Son capaces de construir, de hacer muchas cosas, no tienen por qué simplemente quedarse en casa, deben estar involucradas en todo, en todos los aspectos del país, del mundo”.

Política

De hecho, ese es el plan de la organización.

“Nosotras lo que queremos es avanzar a tener poder político, que es la única manera en que creemos que las cosas para las mujeres se pueden transformar”, dice Patricia Guerrero.

A Ana Luz Ortega Vázquez, miembro de la LMD, este proyecto le genera una gran ilusión.

Con su voz suave, dice con firmeza: “Ya no somos ya víctimas de desplazamiento forzado, sino que ya vamos a ser quizás unas mujeres que vamos a cambiar ese momento, unas mujeres políticas, para surgir, para de pronto llegar a un concejo o por qué no estar ocupando puestos en la alcaldía”.

O incluso, creen algunas, más aún. Si no son ellas, serán sus hijas o nietas.

Esta nota fue publicada en la bbc.com

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