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La ruta de la producción de la pasta de coca en Colombia

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En medio del verdor intenso de las montañas andinas del noreste antioqueño colombiano arropado por un grupo cercano de nubes, una familia campesina trabaja en la producción de pasta de coca, en un humilde rancho ubicado en territorio controlado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC.

Con toda naturalidad el jefe de la familia, don Gonzalo, que habló bajo condición de anonimato por razones de seguridad, explicó a The Associated Press cómo se produce la pasta, materia prima de la cocaína, una vez la hoja de coca ha sido cultivada.

Su tiempo de cosecha no suele ser superior a los dos meses y florece en casi todo ambiente tropical y templado. Un grupo de vecinos ayuda a la familia a recolectar las hojas de coca. Envuelven sus manos con vendas para que no se ampollen y las bolsas de tela, donde recogen las hojas, pronto se tiñen de verde.

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La hoja luego se tritura y se mezcla en grandes toneles que contienen gasolina, éter y otros químicos, hasta que la mezcla se reduce a una especie de brebaje amarillento.

El ambiente a veces se hacía irrespirable cuando los vapores de los químicos, puestos en diversas cubetas, se maceraban en una enorme mezcla que se asemeja a una gran infusión de hojas de coca, pero con gasolina. Para protegerse de esos vapores, los miembros de la familia de don Gonzalo usan máscaras.

Al brebaje se le añade cemento, y luego se pone en un tonel con amonio, ácido sulfúrico, permanganato de sodio, amoniaco o soda cáustica.

El proceso termina en la cocina de la familia, en las mismas hornallas donde se cuecen los frijoles y los plátanos. Allí, la cocción de esa pasta amarillenta hace que se evaporen todos los químicos y, finalmente, se consigue una plancha marrón que se tritura para el empaque y venta definitiva.

Con un kilo de pasta base, la familia recibe unos 900 dólares, lo que los pone en el primer eslabón de una larga cadena económica de intermediarios que culmina con la venta de un producto que, en las calles de Nueva York o Ámsterdam, puede alcanzar las decenas de miles de dólares.

Al caer la tarde, reunidos con don Gonzalo y su familia, en el patio de su casa, la posibilidad de erradicar los cultivos de coca, punto ya acordado en La Habana entre el gobierno colombiano y las FARC, suena lejana para Fernando Zapata, presidente comunal de esta aldea.

“Enfrentaremos a cualquiera que toque nuestras plantas”, dijo. “Quieren terminar con el alimento de nuestras familias y de toda la región”.

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