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La lucha paraguaya contra la piratería y el contrabando

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Con los brazos cruzados, Verna Fragadas se para frente al Puente de la Amistad, que separa a esta bulliciosa ciudad paraguaya de Brasil y Argentina.

Durante décadas, esta mujer de 51 años y su esposo mantuvieron a su familia de cinco hijos con las ganancias que les significó el contrabando de computadoras, televisores, zapatos y otros bienes a los países vecinos, donde vendían a precios muy elevados.

Ahora, Fragadas pasa sus días conversando con otros contrabandistas desempleados que se reúnen en el puente y que, de manera ocasional, llevan productos pequeños de contrabando a Brasil.

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“Antes yo ganaba 400 dólares al día. Ahora no gano ni 20 dólares”, dijo Fragadas.

Asentada en los márgenes del río Paraná, al otro lado de Brasil y a un paso de Argentina, Ciudad del Este ha sido lugar de tránsito desde donde contrabandistas paraguayos podían comprar mercancía pirata, alguna de ella traída por pequeñas embarcaciones durante la noche, para luego llevar los bienes al otro lado de la frontera.

Durante años, la reputación de esta urbe como una ciudad sin ley le granjeó un lugar en la lista negra de “mercados notables” del Jefe de la Oficina Comercial de Estados Unidos.

Pero el gobierno paraguayo está tomando medidas contra el contrabando para incentivar el crecimiento legítimo y modernizar la economía de Paraguay. Ya es una de las economías que ha crecido más rápido en Latinoamérica, con un Producto Interno Bruto que creció casi 5% por año entre 2003 y 2013, de acuerdo con cifras del Banco Mundial.

En estos días, alguien sospechoso de contrabando es inspeccionado por los guardias fronterizos de Paraguay, quienes les niegan el paso si creen que los electrónicos, ropa y otros bienes que traen serán vendidos al otro lado.

Las labores policiales se intensificaron desde que el presidente Horacio Cartes fue elegido en 2013. Bajo presión de los comerciantes, que dominan la clase media emergente de Paraguay, el gobierno quiere que todos los vendedores paguen impuestos y se evite la venta de mercancía pirata.

“Como país, no podemos seguir con la piratería y contrabando”, dijo Felipe Acosta, cuya tienda de zapatos de Ciudad del Este vende Nike, Puma, Reebok y otras marcas auténticas por más de 100 dólares el par.

Con 350.000 habitantes, la ciudad es un centro para inmigrantes de todos los rincones, en donde las calles de la ciudad se escuchan a los comerciantes que negocian en chino, árabe, español y guaraní.

Empresarios millonarios manejan Mercedes Benz y pasan frente a comerciantes sin zapatos que cargan, en burros, juguetes y accesorios para celulares. Guardias con chalecos blindados y pistolas se paran afuera de los bancos y tiendas de varios pisos que venden productos electrónicos y ropa.

Pero hay señales de que el contrabando continúa. Las calles cercanas al Puente de la Amistad están cubiertas con ganchos de ropa y cajas vacías de computadoras Apple y muñecas Barbie, desechados por contrabandistas que intentan esconder los productos antes de cruzar el puente.

“Son pocas personas que tienen trabajo legal aquí”, dijo Pedro Canyete.

El hombre de 50 años sobrevive empacando productos de contrabando en plástico y cargándolos en vehículos que los contrabandistas manejan en su intento por cruzar la frontera. Con menos trabajo, dijo, su ingreso diario cayó de aproximadamente 40 a 20 dólares.

Poca mercancía que entra a Paraguay de contrabando puede venderse allí, donde casi un cuarto de la población vive en extrema pobreza, de acuerdo al Banco Mundial, y no hay quién pueda pagarla.

Pero hay una gran demanda del otro lado del río en Brasil y Argentina, donde dichos productos o son escasos, o son más caros si se compran en el mercado legal debido a los altos aranceles.

Una laptop Dell nueva, por ejemplo, puede comprarse en Paraguay por 800 dólares, y luego caminar medio kilómetro (500 yardas) a través del puente y venderse en el mercado negro brasileño por 1.000 dólares, dijo Fragadas.

Los contrabandistas también se benefician económicamente cuando traen productos agropecuarios a Paraguay, difíciles de conseguir, como huevos, queso, carne, leche y lana.

Aunque el gobierno de Cartes ha sido duro con las mercancías que salen, los propietarios de grandes negocios dicen que no hace suficiente para detener a los llamados “paseros”, como se conoce a quienes traen estos productos al país.

El gobierno impuso un límite mensual de 10.000 dólares en mercancías importadas. En febrero, también empezó a solicitar a los paseros que se registraran con el Ministerio de Salud como importadores de alimentos y obtuvieran una tarjeta de identificación utilizada para pagar impuestos.

Sebastián Acha, un ex congresista que dirige Pro Desarrollo, comité de expertos que se enfoca en la transparencia económica, dijo que la medida es “un chiste” que no detendrá a los paseros de saltarse la norma.

“¿Cómo puedo explicar esto a negociantes de verdad? Me cuesta explicarlo”, dijo.

A pesar de la protesta inicial de los paseros, unos 350 se han registrado, dijo César Cáceres, presidente de la Asociación de Paseros en Ciudad del Este.

“La gente nos critica”, dijo Cáceres, “pero somos gente que despierta a las 2:30 de la mañana y luchamos hasta las 6 de la tarde para el pan diario para la familia”.

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