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Fotógrafo de AP sigue la travesía de una familia migrante

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Los Qasu no lloran normalmente, pero la situación no era nada normal. Como centenares de miles antes que ellos y muchos más por venir, la familia iraquí acababa de completar una travesía confusa a través de Europa y encontró refugio en Alemania.

Tras asentarse en la ciudad de Heidelberg, los padres confortaban a sus cuatro hijos luego que la realidad de lo que habían sufrido les golpeó de lleno y las lágrimas fluyeron. Eran lágrimas de trauma, pérdida, y un atisbo de esperanza.

“Nosotros teníamos un hogar. Una vida buena. Teníamos dinero y nunca necesitamos a nadie”, dijo la madre, Bessi Qaeim, que usa el apellido de su padre. Secándose los ojos, el ama de casa de 42 años dijo que su trabajo ahora era crear un nuevo hogar.

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“Sólo quiero que mis hijos sean felices y verles crecer. Quiero poder remplazar sus malos recuerdos con nuevos recuerdos buenos”, dijo.

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Entre esos malos recuerdos están al menos tres encuentros cercanos con la muerte: invasores asesinos, el temor a ahogarse, el cáncer de una hija.

Si no hubiesen escapado de Irak tan pronto, los Qasu muy bien podrían estar muertos o secuestrados. Ellos son yazidis, un grupo étnico religioso en Irak que ha sido especialmente hostigado por el Estado Islámico. Este grupo extremista ha asesinado a miles de yazidis, especialmente en Sinjar y sus alrededores, de donde son los Qasu.

La familia escapó cuando las fuerzas del estado Islámico tomaban la ciudad el 3 de agosto del 2014. Los seis —Bessi, su esposo Samir, sus hijas Delphine y Dunia y sus hijos Dilshad y Dildar— abordaron un camión hacia la frontera turca en el norte. Muy pronto escucharon historias de asesinatos masivos, violaciones y secuestros en la ciudad que dejaron atrás, con miles de personas replegadas sin agua ni alimentos en Monte Sinjar.

“No nos llevamos nada. Yo no tenía que ver al Estado Islámico para saber lo horribles que son”, dijo Samir, de 45 años, que dejó su tienda de abastecimientos en Sinjar. Dijo que primos que se quedaron han desaparecido.

Durante 15 meses, los Qasu existieron en las márgenes de la sociedad turca. Como refugiado, Samir no podía trabajar legalmente y sus hijos enfrentaron intimidación en la escuela a causa de su identidad yazidi.

“Teníamos una vida miserable”, dijo Samir, que mantuvo a su familia fuera de los campamentos de refugiados en Turquía y alquiló un apartamento, pero pasó trabajos para pagar las cuentas trabajando ilegalmente en la construcción. “Llegó un momento en que no podía soportarlo más. No teníamos dignidad. Yo solamente quería que mis hijos estuviesen en un lugar seguro, pacífico”.

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El contrabandista en Estambul demandó 10.000 dólares para que los seis se sumasen a otros 26 en una embarcación diseñada para transportar quizás a una cuarta parte de ese total. Partieron de la costa turca antes del amanecer del 3 de diciembre, con rumbo a la isla griega de Lesbos, puerto inicial en la Unión Europea para casi 400.000 buscadores de asilo este año. Muchos se han ahogado, en embarcaciones que se hunden o se voltean por la carga excesiva.

Aunque la embarcación en que iban los Qasu parecía más sólida que muchas otras, el motor dejó de funcionar a mitad de camino, dejándoles a la deriva en aguas agitadas. Autoridades griegas de rescate los detectaron y remolcaron el barco a la costa, donde socorristas se metieron en el agua para llevar a las familias a tierra.

En dos días, los Qasu habían viajado por ferry hasta Atenas y entonces en autobús a la frontera con Macedonia. La familia durmió en trenes, autobuses y bancos mientras pasaban por centros de inscripción en cuatro países balcánicos. Durmieron por primera vez en camas en una enorme tienda de campaña para refugiados en Salzburgo, Austria, el 7 de diciembre.

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Una vez en Alemania, fueron albergados en un antiguo complejo residencial para tropas estadounidenses que ahora tiene unos 5.500 solicitantes de refugio.

Allí la familia recibió alimentos, ropas y, lo más importante, el primer examen médico exhaustivo en años para Dunia, de 15 años, que en febrero del 2012 se sometió a un trasplante de hígado en Turquía, en el que le extirparon una sección cancerosa del órgano y la remplazaron con una sección donada por su madre.

“Quiero curarme y crecer. Amo Alemania y a la gente aquí”, dijo.

“Irak está destruido, roto en millones de pedazos”, dice Samir. “Ya no es mi hogar ni el hogar de mi familia. El hogar es donde la familia se siente feliz”.

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