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Activistas: Perdón de Francisco a indígenas, una estrategia

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Horas después de que el papa Francisco pidió perdón por los crímenes que la iglesia católica cometió contra los pueblos indígenas durante la conquista de América, revivió el debate recurrente sobre la naturaleza dual de la iglesia en el continente que es tan antiguo como enconado, tan lleno de ejemplos de piedad como de crueldad, y que probablemente nunca llegue a cerrarse del todo.

El papa Francisco también reconoció el jueves ante líderes indígenas bolivianos, como algunos de sus antecesores, que en nombre de Dios se cometieron pecados graves contra los pueblos originarios: “pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.

Para José Cal, catedrático de historiografía de la Universidad de San Carlos de Guatemala, el gesto del papa Francisco es “positivo para la iglesia y para la sociedad latinoamericana. Es conocimiento crítico y honesto de la historia, sin cortapisas ni ataduras, diáfano y transparente, para que la sociedad se reconozca y no se repliquen las condiciones de inequidad del pasado”.

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Pero para Andrea Ixchíu, activista maya K*iche y ex autoridad de los 48 cantones de Totonicapán, también en Guatemala, “nosotros ya conocemos nuestra historia”.

La activista cree que “pedir perdón tantos años después es mercado y publicidad es, más que una cuestión simbólica, una estrategia de la iglesia para no perder feligresía ante el marketing de las iglesias protestantes que se llevan a los fieles. No se refleja en un cambio de políticas que promuevan la transformación social”.

Opinó que “tendría peso si la iglesia devolviera las tierras expoliadas a los pueblos y trabajara por políticas que permitieran que su plata incidiera en la vida de las comunidades, algo que en la realidad no sucede”.

Desde el comienzo de la conquista española de América, a finales del siglo XV, la cruz de la iglesia se situó junto a la espada de la corona de Castilla. Pero no siempre empujando en la misma dirección. Y esa contradicción nunca se ha resuelto.

La herida abierta en 1550 durante la “Controversia de Valladolid”, un debate sobre la inferioridad de los indios -sobre si tenían alma, incluso- impulsado por Fray Bartolomé de las Casas, enfrentado a las tesis defendidas por otro sacerdote, Ginés de Sepúlveda, partidario de la esclavitud de las poblaciones conquistadas, nunca se cerró.

El historiador peruano Juan Fonseca estudioso del papel de la religión durante la conquista, dijo que al decir “crímenes” el papa “está reconociendo que efectivamente en el proceso de evangelización hubo asesinatos, abusos (...) y que los indígenas en su mayoría optaron por convertirse (al catolicismo) pero con un costo que sacrificó su propio legado cultural y religioso”.

Según Fonseca, los curas “no atacaban”, pero al introducir el discurso religioso como un elemento para someter a los indígenas, agrega, como una especie de chantaje, convertían la evangelización “en un arma ideológica”.

Eso cambió en el siglo XIX, cuando las colonias americanas se independizan, la iglesia deja de estar subordinada al poder político y recupera influencia y autonomía como institución. “Pero se afianza la dualidad, nacen dos iglesias: la jerárquica y la de base”, explicó Cal.

Cuando el papa Juan Pablo II llegó a Nicaragua en 1983, reprendió públicamente ante la escalerilla del avión al sacerdote Ernesto Cardenal, arrodillado ante él. Cardenal por aquel entonces era ministro del gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional, surgido de una guerrilla marxista.

Con ese gesto, condenaba al sector de la iglesia conocido como Teología de la liberación, que durante los años 70 y 80 separó de la jerarquía vaticana a numerosos sacerdotes, desde el jesuita norteamericano James Carney asesinado en Honduras hasta el sacerdote Gaspar García Laviana, comandante guerrillero muerto en combate en Nicaragua a los jesuitas españoles asesinados en El Salvador por escuadrones de la muerte.

A otros, como los teólogos Gustavo Gutiérrez de Perú o Leonardo Boff de Brasil se les limitó la capacidad de escribir o dar clases.

Aunque Juan pablo II fue el primer papa que pidió perdón por los crímenes de la conquista, en 1992 y cuando se conmemoraba el quinto centenario de la llegada de los españoles, nunca aceptó la lucha y el martirio en represalia por su testimonio junto a los indígenas, los pobres y los oprimidos del continente de algunos sacerdotes.

La llegada del papa Francisco al Vaticano está cambiando esa tradición.

El jueves pidió un recuerdo para “tantos obispos, sacerdotes y laicos que predicaron y predican la buena noticia de Jesús (...) muchas veces acompañando a los indígenas y a los movimientos sociales incluso hasta el martirio”. En mayo en El Salvador, durante la beatificación de Monseñor Arnulfo Romero, asesinado en 1980 por escuadrones de la muerte, escribió en una carta que la voz del mártir “se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados” y “recibió la gracia de identificarse plenamente con aquel que dio la vida por sus ovejas”.

Y aunque dirigentes indígenas presentes en el discurso de Francisco, como el líder de la etnia tacana de Bolivia, Adolfo Chávez, han aceptado las disculpas, Ixchíu, la joven Maya K*echí guatemalteca cree que en realidad “cuando hay sacerdotes que tratan de liberar realmente, de llevar adelante una transformación, se deja solos a los curas que tratan de hacerlo, que dan ese paso”.

Ixchíu explica que en el contexto guatemalteco, centroamericano, de hoy en día, cuando decenas de miles de jóvenes están manifestándose contra la corrupción en las calles, “la iglesia católica guatemalteca sigue estando al lado del gobierno que genera hegemonía cultural en la aceptación de la pobreza, la opresión y el racismo”.

Pide del papa Francisco “Hechos, no palabras”.

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