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Veteranos que verán la celebración del 4 de julio desde una azotea en Tijuana

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Hay soldados que lucharon por Estados Unidos, pero que no celebrarán este 4 de julio. Tendrán que sentarse en alguna azotea de la colonia Playas de Tijuana, localizada en la frontera mexicana. Apuntarán sus sillas plegables hacía la Bahía de San Diego, en California, y no sentirán felicidad: será coraje, nostalgia y extrañarán aún más a sus familias que se quedaron en el país que ellos defendieron y que hoy festeja con juegos pirotécnicos su independencia.

Son los soldados sin documentos de residencia que han luchado en las guerras por Estados Unidos, pero que a su regreso, en su primer encuentro con las autoridades fueron deportados con todo y sus enfermedades y trastornos psicológicos. De nada les valió haber sido considerados héroes, si al primer error, tal vez por manejar bajo la ingesta del alcohol o drogas, serían castigados sin consideración.

Héctor Barajas perteneció al equipo de paracaidistas del Ejército estadounidense. Aunque nació en Fresnillo Zacatecas, México, desde muy joven emigró a Estados Unidos “mi verdadera patria”, dice.

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Lleva puesto un traje verde olivo y una boina color guinda, “mi traje de batalla”. Él es uno de esos soldados que cometió un error y fue expulsado del país. Pero su historia hoy no importa, dice; solo quiere recordar a algunos de sus compañeros que murieron en México sin atención médica.

Tal es el caso de Héctor Barrios, un veterano que lucho en la guerra de Vietnam. Fue detenido por posesión de mariguana y deportado a Tijuana. Ahí paso sus últimos años barriendo calles.

Héctor Barrios murió a los 71 años de edad en la miseria. Expulsado de la tierra por la que luchó y sus condecoraciones no importaron, tampoco que fue herido en la cabeza por una bomba vietnamita.

“Este 4 of july estaría con mi familia, comiendo barbecue, tomándome una cerveza. Estaría en mi patio, comprando cohetes con mi niña, con mi bandera, es algo que te emociona [en forma] indescriptible. Pero la realidad es que no estamos con nuestras familias”, lamenta Héctor Barajas.

Lo triste es que desde Tijuana se ven los cohetes de San Diego, “tan fácil que sería brincar”, dice con nostalgia.

Soldados desechables

Cuando Steve Richards llegó a Saigón, era un joven flaquito de ojos aceitunados y mirada triste. Apenas cumplía los 19 años cuando fue enviado a la guerra que libraba Estados Unidos con Vietnam.

Él no se enlistó en el Ejército por gusto: al igual que otros jóvenes de su edad, no tenía dinero para ir al colegio y sus opciones para salir de la pobreza se veían reducidas a ir a la guerra. Era 1965 y Richards tenía mucho miedo.

“Yo quería sobrevivir, entonces busqué una área donde tuviera más oportunidades para hacerlo, así que entré a trabajar en contabilidad, mientras vivía en los campamentos de Saigón”, dice el joven que se encargaba de los registros de armas y municiones entre otras cosas.

Richards, nacido en Florida, recuerda que en Vietnam se acostumbraba colocar mesas afuera de los restaurantes y cafés, muy a la francesa. Sin sospechar que eso cobraría la vida de muchos soldados norteamericanos, que constantemente fueron presas de ataques terroristas.

“Nos aventaban granadas cuando estábamos sentados. Otro método de terrorismo que vivíamos era cuando un hombre y una mujer iban en una moto. La mujer nos disparaba desde el vehículo en movimiento”, cuenta.

Sus años en Vietnam lo marcaron para siempre: cuando terminó la guerra regresó a Estados Unidos como un héroe. Pero él solo tenía recuerdos de calles desoladas, y largas avenidas donde una vez hubo gente tomando café y solo quedaron desechos, restos de un Saigón y sus muertos.

Precisamente éste 2015 cumple 40 años la caída de Saigón, que representó el final de una guerra que duró casi tres décadas. Hoy pareciese que la ciudad y sus habitantes olvidaron el conflicto; incluso le cambiaron el nombre a la ciudad por Ho Chi Minh.

Pero Richards aún sufre los estragos psicológicos de esa época.

Aunque fue afortunado porque él también cometió errores, pero era residente Norteamericano: a su regreso fue atendido física y sicológicamente, al igual que su Padre, un soldado veterano de la segunda guerra mundial, a quien el hielo que cayó sobre las trincheras le dejaron dos pies gangrenados.

“Cuando regresé me detuvieron con posesión de mariguana, porque para mí era muy difícil regresar a la realidad”, pero nada pasó, no hubo deportación ni separación familiar como a Hector Barajas, simplemente continuó recibiendo una pensión y cuidados médicos.

Richards está consciente que al final de la guerra no a todos los trataron igual, y le parece injusto e inhumano, que sus compañeros hayan sido echados del País sin ningún cuidado médico, sin que se acordaran que ellos también arriesgaron la vida. En otras palabras, que hayan sido tratados como soldados desechables.

Hoy se llevará a cabo una vigilia en la Garita Internacional de San Ysidro, donde los veteranos deportados exigirán al Gobierno de Estados Unidos la expedición de visas humanitarias para excombatientes de la guerra que necesitan urgentemente seguro médico.

Por eso Richards viajó desde Florida a Tijuana a sus 70 años. Él, con otro grupo de activistas pro soldados deportados, pedirán éste 4 de julio el regresó a Estados Unidos, a como de lugar, de sus compañeros de guerra.

“Estoy aquí este 4 de julio para hacerle saber a la gente, que yo no puedo entender esta situación completamente, pero tengo una cierta idea porque he vivido el sufrimiento que [ellos] pasaron. Que realmente aprecio lo que han hecho, y que haremos lo que sea para que regresen a los Estados Unidos y sean tratados como todo los demás [soldados]”.

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