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‘Querido asesino’: con una carta al día, Virginia Occidental le recordó a un ejecutivo su rol en la muerte de 29 mineros

Cascos y cruces pintadas en la entrada de la mina de carbón Upper Big Branch, de Massey Energy, en Montcoal, Virginia Occidental. El monumento representa a los 29 mineros que murieron en una explosión en el lugar (Jeff Gentner / Associated Press).

Cascos y cruces pintadas en la entrada de la mina de carbón Upper Big Branch, de Massey Energy, en Montcoal, Virginia Occidental. El monumento representa a los 29 mineros que murieron en una explosión en el lugar (Jeff Gentner / Associated Press).

(Jeff Gentner / Associated Press)
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Era la persona mejor pagada y más conocida en la industria del carbón de los EE.UU., pero su carrera terminó en desgracia.

En mayo de 2016, Don Blankenship, exjefe ejecutivo de Massey Energy Co., comenzó a cumplir una condena de un año en prisión federal por su rol en una explosión ocurrida seis años antes, en Virginia Occidental, que le costó la vida a 29 mineros de carbón.

A Ann Bybee-Finley, nativa de la zona, de 27 años de edad, estudiante graduada y activista de la Universidad de Cornell, la sentencia le pareció trivial en comparación con el sufrimiento que había ocurrido durante el cargo de Blankenship.

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Por ello, invitó a los sobrevivientes y a cualquier otra persona a escribirle cartas al exejecutivo, con la finalidad de enviarle una por cada día que él estuviera en prisión. “Con una carta diaria, quizás el año de Don Blankenship tras las rejas sea para reflexionar, esté lleno de recordatorios del dolor y la pena”, escribió en Facebook para anunciar su campaña, a la cual llamó “Making One Year Count” (Que un año cuente).

Los mensajes de correo electrónico y por Facebook comenzaron a llegar; llenos de dolor e ira. “Yo era apenas otra cara entre la multitud esa noche fría de abril”, escribió Emily Pritt, quien perdió a su novio, un tío y un primo en la explosión. “Soy sólo otro corazón roto; apenas otra persona que recibió esa horrible llamada telefónica que cada familiar de un minero tiene miedo de responder durante el turno de su ser querido”. Pritt y su novio de toda la vida, Cory Davis, tenían 20 años cuando él falleció.

“Él era un campesino, vestía prendas camufladas, cazaba, pescaba; era el hijo de un minero de carbón de Cabin Creek”, le explicó a Blankenship. “Yo era una estudiante de preparatoria, una ávida atleta, muy sociable, que jamás había comido carne de ciervo en su vida; la hija de un banquero de Campbell’s Creek. Él era de East Bank, yo de DuPont. Ambos veníamos de mundos distintos, pero cuando nuestros caminos se cruzaron, nuestros mundos quedaron entrelazados por siempre”.

Gary W. Price Jr., de Virginia Occidental, escribió como amigo de los padres de Davis. “Querido asesino”, comenzó su carta para Blankenship. “Por favor, permítame unos pocos minutos de su año para decirle cómo su avaricia, su egoísmo y su total falta de remordimiento ha afectado a mis amigos Tommy y Cindy Davis”.

“Usted podría haber cambiado todo, pero eligió el dinero y las ganancias por sobre las vidas de esos hombres”, escribió. “Espero que use este año para pensar en todo el daño que ha hecho, en todas las vidas que ha destrozado y en todas las personas que ha cambiado. No siento ninguna pena por usted”.

Bybee-Finley imprimió los emails y publicaciones en Facebook y, cada día, envió uno a Blankenship, recluido en la prisión de mínima seguridad Taft Correctional Institution, en el condado de Kern, California. En una ocasión, el cartero le agradeció por enviar tanto correo.

Un mes después, la joven supo que la cárcel necesitaba una dirección de retorno postal. Como no había incluido ninguna, debió reenviar todas esas cartas.

Blankenship, de 67 años de edad, creció pobre en la tierra carbonera de Virginia Occidental y fue criado por su madre, quien dirigía una gasolinera y un almacén. Se unió a una subsidiaria de Massey como contador, en 1982, escaló puestos mientras creó su reputación de destructor de los sindicatos, y se convirtió en jefe ejecutivo en el 2000. El año anterior al desastre cobró $17.8 millones, y recibió una compensación diferida de $27.2 millones al jubilarse, meses después.

Bybee-Finley no tenía forma de saber si el hombre leía las cartas. Hasta que un día, recibió una respuesta.

“Las familias de los mineros [de Upper Big Branch] están sin duda heridas, enojadas y desean que sufra por su pérdida”, escribió a mano el recluso, en junio pasado. “No es mi intención en esta nota cambiar eso, y desafortunadamente no podría cambiarlo aunque fuera mi intención”.

Blankenship pasó la mayor parte de las seis páginas restantes defendiendo su inocencia, tal como había hecho en la corte y en un folleto que más tarde produjo, donde se retrató como víctima de una conspiración del gobierno y un “prisionero político”. También afirmó que la explosión -que envió llamas a través de 200 millas de túneles subterráneos- fue un accidente causado por una extraña acumulación de gas natural en la mina.

“¿Por qué te escribo todo esto?”, le dijo a Bybee-Finley. “Porque en el mejor de los casos sé que lo que he escrito aquí es verdad, y Cory… y todos los mineros merecen que alguien diga la verdad de lo que les ocurrió”.

Su versión de los hechos contradice múltiples investigaciones que concluyeron que la falta de control de la empresa ante la acumulación de polvo de carbón altamente inflamable en la mina jugó un papel importante en el desastre. Blankenship logró esquivar dos cargos por delito grave, pero fue condenado por el delito menor de conspirar para violar los estándares federales de seguridad. Un año es la sentencia máxima por ello.

En respuesta a otro escrito, Blankenship se defendió de las acusaciones de estar fuera de contacto con los trabajadores. “Pasé toda mi juventud con mineros. Puse gasolina en sus autos, jugué con ellos en ligas de béisbol, fui a sus iglesias, lloré con sus familias. Pasé mi vida adulta mejorando la seguridad de la mina y pagando a los mineros el mejor salario que la compañía podía afrontar en ese momento”.

Para Bybee-Finley, las cartas de Blankenship fueron respetuosas, aun cuando no estuviera de acuerdo con lo que el hombre manifestaba. La joven jamás había esperado que el exejecutivo modificara sus creencias.

Los emails y publicaciones en Facebook seguían llegando. Bybee-Finley notó que los escritores masculinos tendían a centrarse en las fechorías del exjefe ejecutivo, mientras que la mayoría de las mujeres escribían sobre los supervivientes y las víctimas.

En “mi opinión personal, él solo recibió una pequeña reprimenda en la muñeca, mientras que todo lo que nosotros tenemos son fotos y lápidas de nuestros seres queridos”, escribió Robbie Mann, cuyo tío, Kenny Chapman, murió en la mina. Para Mann, Blankenship merecía “condena perpetua, sin posibilidad de libertad condicional”.

Es “lo que yo le habría dado si hubiera sido juez en ese juicio”, escribió.

Una maestra de secundaria en West Virginia se enteró del proyecto y lo convirtió en una tarea para sus estudiantes. Otra correspondencia provino de extraños y no residentes en Virginia Occidental, quienes sentían la misma indignación que Bybee-Finley y se sintieron agradecidos de tener la posibilidad de expresarla.

Muy pronto, había 150 mensajes. Algunos escritores atacaban a la industria del carbón, que alguna vez dominó la economía de Virginia Occidental pero para 2015 empleaba apenas a 15,000 mineros, un 2% de la mano de obra del estado. “Por mucho tiempo, usted y sus colegas han comprado y pagado por este estado, asegurando que los políticos más corruptos resulten elegidos”, escribió Jami Hadden, un gerente de proyectos de tecnología proveniente de una familia de mineros de la zona. “Al invertir millones de dólares en elecciones locales, cualquier oponente no tiene posibilidad de competir. Así que, a cambio de esas posiciones de poder, estos políticos miran hacia otro lado mientras ustedes violan la tierra, privan de derechos a la gente y, literalmente, hacen trabajar a los empleados hasta la muerte, para obtener una ganancia extra”.

“Ustedes han ayudado a crear condiciones de tal desesperanza que las personas recurren al alcohol, las píldoras y la heroína”, prosiguió Hadden. “No es un error ni una sorpresa que [Virginia Occidental] lidere las tasas de adicción y sobredosis a nivel nacional”.

Para el verano, dos meses después de iniciada la campaña, el flujo constante de emails y mensajes en redes sociales había disminuido. Blankenship estaba fuera de las noticias, ahora dominadas por graves inundaciones en el estado.

Bybee-Finley comunicó a varios grupos de activistas que necesitaba más cartas, pero casi nadie respondió. Incluso sus amigos estaban demasiado ocupados para ayudarla con la causa. “Si es necesario, le escribiré yo misma una carta por día”, se prometió, pero no había forma de mantener ese ritmo.

Para el otoño, Bybee-Finley rara vez recibía correspondencia. El total final de mensajes había sido de 180, es decir la mitad de su objetivo. Se sentía decepcionada, pero halló consuelo en haber provisto a la gente con una forma de alzar sus voces contra la industria minera que, según ella, había “sorbido toda la riqueza de Virginia Occidental”.

El miércoles, Blankenship completó su año de condena y fue liberado. No fue posible localizarlo para comentar en este artículo, pero en una serie de tuits matinales atacó las investigaciones oficiales y acusó al gobierno de ocultar la verdad y asfixiar su libertad de expresión.

“Por ley, cumplió su condena”, afirmó Bybee-Finley . “Pero creo que nuestras normas son injustas si valoran tan poco la vida de los trabajadores”.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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