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‘Necesito tocar a mi hijo’: el ruego de una madre a la policía, después de un nuevo tiroteo fatal en Chicago

Una mujer llora sobre el cuerpo de su hijo, una de las más recientes víctimas de la violencia armada en Chicago (Erin Hooley / Chicago Tribune).

Una mujer llora sobre el cuerpo de su hijo, una de las más recientes víctimas de la violencia armada en Chicago (Erin Hooley / Chicago Tribune).

(Erin Hooley / Chicago Tribune)
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La mujer se tensó contra la cinta de la escena del crimen, a pocos pies de un cuerpo caído en la acera, y le rogó a la policía: “Necesito tocar a mi hijo”.

Durante la hora siguiente, los oficiales la mantuvieron alejada de allí, mientras los investigadores le hablaban y sus familiares intentaban reconfortarla.

En el amanecer del viernes, la mujer caminó y desapareció en una de las casas de West Iowa Street, cerca del lado norte de Chicago. Minutos después, salió corriendo por la puerta trasera, corrió escalones abajo y se desplomó sobre el cuerpo de su hijo. “Mi bebé”, gritó, mientras luchaba por tenerlo cerca. “Mi bebé”.

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La policía precisó que su hijo, Kennatay Leavell, de 31 años, había recibido varios disparos en la cara, cerca de las 2:55 a.m. de ese día, en el exterior de la última de las casas del infame centro de viviendas públicas Cabrini-Green. Otro hombre, de 34 años de edad, también había sido baleado en el estómago, y estaba en condición crítica en el Northwestern Memorial Hospital.

La muerte de Leavell se conoció en consonancia con un hito sombrío en Chicago: ya hubo 400 homicidios en lo que va del año. La ciudad alcanzó la marca dos días antes que el año anterior, cuando la violencia armada escaló a niveles no experimentados en dos décadas; y cuatro meses antes que hace cuatro años, cuando ese número se registró poco antes del Día de Acción de Gracias, según datos recopilados por el Chicago Tribune.

Aunque menos personas han sido abatidas este año en comparación con la misma época de 2016, más cantidad han muerto a consecuencia de sus heridas, muestran las estadísticas. El porcentaje de balaceras mortales es un 1.3% más alto que el del año pasado.

Las autoridades no pudieron precisar qué fue lo que provocó el tiroteo de Leavell, una de al menos 2,150 personas baleadas en Chicago este año. Su familia precisó que tenía parientes y amigos en la zona. “Toda la familia está por aquí”, aseguró su padre, Willie Ross, en la escena.

En 2008, Leavell había sido condenado por homicidio en segundo grado, pero según su padre ahora se dedicaba a criar a sus dos pequeños, uno de 12 y otro de un año de edad. “Era un buen hijo”, remarcó Ross. “Amaba a la gente. Hacía todo lo que podía para ayudar”.

Mientras el hombre hablaba, una decena de guardias de seguridad, junto con oficiales de la policía de Chicago, protegían la escena del crimen, en medio de lo que alguna vez había sido un gran complejo habitacional. Los vecinos deambulaban por la calle mientras otros miraban desde sus casas. Una mujer se acercó, observó el sitio y besó al bebé que llevaba en sus brazos antes de volver al interior de su hogar.

Los peritos y técnicos de pruebas ya trabajaban en la escena cuando la madre de Leavell arribó. El cuerpo del fallecido estaba descubierto. “¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde está?”, preguntó, mientras otras dos mujeres se acercaron y la retuvieron. “Quiero ver a mi hijo, por favor. Quiero verlo”.

Los oficiales la alejaron del lugar pero ella se mantuvo siempre cerca; por momentos lloraba, sentada en la acera. “¿Cuándo me dejarán pasar a ver a mi hijo?”, preguntaba. “Necesito tocarlo, déjenme pasar”.

Finalmente, logró abrirse paso a través de una de las casas, justo antes de que una furgoneta llegara para trasladar el cuerpo, ya cubierto con una sábana blanca. Después de unos pocos minutos con su hijo, un oficial la alejó nuevamente hacia la acera, donde siguió sentada cuando el vehículo se marchó.

El padre de Leavell se aproximó a la furgoneta y se arrodilló al lado de su hijo, a quien sostuvo silenciosamente mientras los trabajadores descargaban la camilla. Hubo gemidos de dolor entre la multitud cuando voltearon el cuerpo y lo colocaron en el vehículo. Mientras éste se alejaba, la madre de Leavell tomó un tazón de agua y lo vertió en la acera; luego, con una escoba, barrió la sangre. Un oficial se acercó a ayudar, y derramó otro cubo de agua. Un pariente le quitó la escoba, y se dispuso a terminar la tarea.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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