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Los Estados Unidos no pueden perder a sus 800,000 jóvenes ‘Dreamers’

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Imagine que agentes del gobierno federal se presentan en su puerta y le informan que debe dejar a sus amigos, su familia, su trabajo y su país, y mudarse al sitio de sus antepasados.

En mi caso, si ese antepasado fuera el más reciente, debería trasladarme a Noruega, el país del cual el abuelo de mi madre emigró en la década de 1860. Hay lugares mucho peores donde vivir que la hermosa tierra de los fiordos, pero no conozco a nadie allí y ciertamente no hablo el idioma.

Quizás sería mejor si pudiera volver sobre los pasos de mi primer antepasado inmigrante, en mi familia paterna, un joven inglés aventurero que terminó en la costa oriental de Maryland en la década de 1640. En Inglaterra no sólo conozco el idioma, sino que tengo amigos de larga data. Sin embargo, no estaría en casa; estaría en el exilio.

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Imaginar este escenario ayuda un poco en la comprensión del cruel dilema que enfrentan los ‘Dreamers’, a quienes el procurador general de la nación, Jeff Sessions, les acaba de decir que pronto podrían ser expulsados de la única tierra que han llamado hogar.

Estos jóvenes fueron traídos a los Estados Unidos cuando eran niños pequeños, por sus padres, que cruzaron sin autorización la frontera, mayormente desde México. Gracias al programa de Acción Diferida para los Llegados en la Niñez (DACA), instituido a través de un decreto del expresidente Obama, se les dio la oportunidad de seguir viviendo aquí en lugar de enfrentarse a la deportación. Muchos de ellos han asistido a la universidad y obtenido títulos; otros han prestado servicio en el ejército. En la actualidad, encuentran buenos empleos y se convierten en miembros productivos de una sociedad en la cual la población está envejeciendo y los nuevos trabajadores serán cada vez más difíciles de encontrar.

En este momento hay aproximadamente 800,000 de estos ‘Dreamers’ en el país; un 25% de ellos residen en California. Contrariamente a las mentiras que se dicen de ellos, sus filas no están llenas de criminales. Para ser elegible para el programa DACA cada solicitante pasa por un proceso de investigación que apunta a eliminar las ovejas negras. Quizás algunas de ellas se hayan escabullido, pero abrumadoramente, se trata de buenos chicos, en los cuales este país ya ha invertido años de educación. La mayoría de ellos están ansiosos de demostrar que son valiosos para los EE.UU., tal como todos los inmigrantes que llegaron antes. El tema crucial es esa difícil cuestión del estatus inmigratorio.

No soy alguien que piensa que nuestras fronteras deban estar abiertas. Durante su campaña presidencial, Donald Trump dijo: “Si no tenemos fronteras, no tenemos país”. En realidad, estoy de acuerdo con él. Sin embargo, al mismo tiempo, si no tenemos inmigrantes nos volveremos menos que un país, tanto económica como culturalmente. La inmigración ha proporcionado una continua renovación y reinvención a los Estados Unidos, a pesar de que fue resistida por personas temerosas en cada generación.

Hace mucho tiempo, cuando mis antepasados llegaron a las costas de este país, había pocas reglas que regían la inmigración. Simplemente se presentaron y comenzaron a construir nuevas vidas. En estos días, es mucho más complicado y nuestras leyes no están al día con la realidad. Los demagogos han azotado los temores antiinmigrantes y evitado cualquier compromiso que permita al Congreso aprobar finalmente una legislación actualizada, que podría convertir nuestro sistema de inmigración en uno más racional.

El presidente Trump (que ha hecho mucha autodemagogia) ahora está instando a los legisladores a aprobar algún tipo de proyecto de ley inmigratoria en los próximos seis meses. Aún cuando su administración anunció el fin del DACA y que los ‘Dreamers’ deberían comenzar a planear su salida hacia tierras desconocidas, el mandatario reveló su propia ambivalencia mediante tuits, en los cuales sugirió que podría reconsiderar todo el asunto si la Cámara y el Senado no acuerdan una enmienda legislativa que les permita quedarse.

Durante la campaña, Trump caracterizó a muchos inmigrantes mexicanos como delincuentes, se comprometió a construir un muro grande y hermoso en la frontera, y prometió arrancar de este suelo a todos los inmigrantes indocumentados, incluyendo a aquellos que crecieron aquí. Ahora, sin embargo, parece haber desarrollado una debilidad en su corazón por estos jóvenes admirables. En particular, delegó en Sessions la tarea de anunciar las malas noticias sobre el DACA. Mientras tanto, él expresaba su “amor” por los ‘Dreamers’. Parece querer ambas cuestiones: busca complacer a su base xenófoba de partidarios cumpliendo con su promesa de poner fin a DACA, y mostrar que está totalmente dispuesto a que el programa sea reconstituido por el Congreso republicano antes de que alguien realmente se vea obligado a salir del país.

Eso no parece una fórmula de liderazgo y, sin presión del presidente, es improbable que los miembros del ala dura de los caucus republicanos permitan la aprobación de un proyecto de ley inmigratoria en el plazo de seis meses. Sin embargo, mientras una gran mayoría de estadounidenses afirman en las encuestas que los ‘Dreamers’ deben quedarse y las protestas aumentan, habrá un precio político a pagar por el fracaso.

El mayor costo potencial para los Estados Unidos sería perder a 800,000 jóvenes que sólo quieren establecer vidas productivas en el único lugar que conocen como su hogar.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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