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Buscó desesperadamente al hombre al que había ayudado en el tiroteo de Las Vegas, hasta que lo encontró

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La primera vez que lo vio, Sheri Sletten lo tomó en sus brazos y presionó su mejilla contra su cara.

“¿Puedes sentir esto?”, le preguntó.

“Sí”, susurró.

“Entonces significa que estás vivo”, dijo.

Sletten había deslizado su mano por la espalda desnuda de él, y al hacerlo sintió la herida abierta causada por una de las cientos de balas disparadas desde el piso 32 del Mandalay Bay hacia una multitud de 20,000 asistentes al festival de música Route 91 Harvest.

La mujer pidió un trapo y le dieron un pañuelo; lo introdujo en la herida para disminuir el sangrado. Él revoleó sus ojos y ella ayudó a cargarlo en un carrito de mantenimiento. Así lo trasladaron. Sletten nunca supo su nombre.

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Había extraviado su teléfono, pero ayudó a otras personas que habían recibido disparos -corriendo con adrenalina pura- antes de sentarse en un bordillo, con sangre en su vestido y sus botas de vaquero. Se sintió perdida ese día y en las semanas siguientes.

Pasó un mes desde el ataque del 1º de octubre, cuando el jugador profesional e inversor inmobiliario Stephen Paddock abrió fuego por la ventana del Mandalay Bay, matando a 58 e hiriendo a más de 500 personas, en el tiroteo de masas más grande en la historia moderna de los Estados Unidos.

Sletten salió ilesa, al igual que miles de otros asistentes al concierto, pero en estas semanas ha tenido problemas para encarrilar su vida. La mujer, de 36 años, pasó los primeros días después del tiroteo en la cama, con la televisión encendida las 24 horas del día. Su esposo y sus cuatro hijos convivían con un fantasma; ella estaba obsesionada.

En su mente, necesitaba saber si el hombre al que había ayudado había podido sobrevivir al tiroteo. Los primeros días, cuando se publicaron los nombres y se hicieron públicas las imágenes de los fallecidos, estudió las caras. Cuando no lo reconoció en ninguna de las fotos, comenzó a buscar los nombres de los cientos que resultaron heridos.

Revisó los sitios de Facebook creados para reunir gente; llamó a los hospitales de Las Vegas donde habían tratado a los heridos, pero debido a las leyes de privacidad no pudo conseguir nada. “Necesitaba saber cómo estaba”, afirmó. “Necesitaba saber que iba a estar bien”.

Entonces recurrió a Richard Peterson, un exagente del Sheriff del condado de Los Ángeles, que se había retirado hace unos años y hace trabajos de investigación privados. Se preguntó si el hombre podría ayudarla. Peterson ya había sido contactado por algunos otros en el sur de California que querían saber el estado de los heridos, y planeaban trabajar en Las Vegas de todos modos.

“Podría decir que estaba desesperada por encontrar a este hombre”, relató Peterson. “Estaba claro para mí que ella necesitaba esto”.

El exagente pasó tres días intentando averiguar algo sobre el hombre. Probó en los hospitales, en los centros de ayuda establecidos para las víctimas; los sitios web y los bancos de datos telefónicos para reconectar a las personas no dieron pistas. Finalmente, la llamó para decirle que no tendría resultados. “Ella fue amable conmigo, pero pude ver que las novedades la dejaron triste y devastada”, resaltó Peterson. “Tenía muchas ganas de darle buenas noticias”.

El esposo de Sletten, Daniel, estaba preocupado. Su esposa dormía mal y no podía dejar de ver las noticias; seguía cada pequeño avance, examinaba detenidamente y miraba fotos e imágenes de archivo para identificar a las personas que podrían llevarla al hombre a quien había ayudado.

Era como si su esposa estuviera presente y ausente al mismo tiempo, dijo. Una noche, unos niños arrojaron piedras a una piscina de plástico en la casa de al lado, y a ella le parecieron disparos. Tardó horas en calmarla.

La familia había pasado por dificultades antes. Daniel Sletten había luchado contra un cáncer hace unos años. Sheri había estado al borde de la muerte durante el nacimiento de su tercer hijo. Pero esta vez era diferente. El hombre se sentía impotente. “Encontrar a esta persona era lo más importante para ella”, aseguró.

Sherri Sletten intentaba regresar a la vida normal. Volvió a trabajar en el Murrieta Animal Hospital, donde era recepcionista. Pero parecía una persona diferente, relató Melissa Brand, una de las técnicas veterinarias registradas en la clínica. Cuando llegó esa mañana, su personalidad burbujeante y extrovertida se había desvanecido. El resto del personal intentó ayudar, respondiendo llamadas de clientes y registrando mascotas. Poco después del mediodía, Sletten se fue a casa. “Todo su mundo estaba de cabeza”, comentó Brand. “Estaba callada y parecía abrumada. Se la veía muy emocionada y tenía un gran peso encima”.

Luego, casi dos semanas después del tiroteo, Sletten leyó una historia acerca de los heridos durante el ataque y notó a uno que tenía la herida que ella buscaba: un disparo en la espalda. Había un nombre: Matt Lewan.

Entonces comenzó a buscar en las redes sociales. Matt Lewan tenía una novia, cuya cara Sletten reconoció del concierto. Luego identificó a su hermana.

Les envió un mensaje a ambas, y la recordaron. Le contaron las novedades. Lewan había sido transportado a tres hospitales y sometido a varias cirugías. La bala aún estaba alojada cerca de su pulmón y no podía ser removida. Además, tenía un brazo roto por la caída.

Sletten deseaba verlo, pero también quería esperar hasta que estuviera listo. Le envió un breve mensaje de texto, y él respondió. Sus intercambios fueron cortos, principalmente Sletten le preguntaba cómo se sentía. Hablaron un poco acerca del tiroteo. Él recordaba haber sentido la mejilla sobre la suya, cuando lo había abrazado.

Lewan se encontraba en el Centro Médico UCI, en Orange, pero vivía en el condado de Riverside, a sólo unos 30 minutos de Sletten, quien reside en Murrieta. Ella aceptó esperar hasta que él estuviera lo suficientemente estable como para encontrarse.

Se suponía que ello ocurriría unas tres semanas después del tiroteo, pero Lewan tuvo algunas complicaciones y necesitó una cirugía de emergencia. Todo el tiempo, Sletten recibió actualizaciones de la familia sobre su recuperación.

El jueves pasado, Lewan la llamó por teléfono desde el hospital. Su voz se escuchaba seca y un poco agrietada, pero estaba listo. Le darían el alta del hospital el sábado. ¿Quería ir a visitarlo a la casa de sus padres?

Sletten se despertó nerviosa esa mañana. ¿Qué pasa si la reunión evoca todos los peores recuerdos de esa noche? No comió. Trató de mantenerse ocupada con los niños y ordenó la casa para pasar el tiempo. Pensaba ir con su esposo, pero decidió que sería mejor acudir sola.

El viaje pareció una eternidad, pero luego el tiempo se detuvo. Ya tenía lágrimas en los ojos mientras caminaba hacia la puerta. “Pensé que mis rodillas se doblarían en cualquier momento”, relató.

La hermana de Lewan abrió la puerta y las dos se abrazaron. Sletten se dirigió al sofá, donde estaba Lewan. Él sonrió. Por primera vez en casi un mes, ella lo tocó y le dio un abrazo con un solo brazo. En ese momento, se sintió viva.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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