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Johnnie Langendorff, el “cowboy” que persiguió al asesino de la iglesia

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Corrían las 11:30 de la mañana de este domingo cuando el joven Johnnie Langendorff se topó con el episodio más violento y mortal de la historia de Texas en un escenario inesperado: el templo de la Primera Iglesia Baptista de la pequeña localidad de Sutherland Springs.

Escondido tras unas gafas de sol y un sombrero de “cowboy”, Langendorff relató hoy a los periodistas congregados delante de la iglesia baptista cómo persiguió con su propia camioneta al joven Devin Kelley después de que éste atacara el templo con su fusil automático, matando a 26 personas e hiriendo a una veintena más.

El oriundo de Seguin, una ciudad a media hora de Sutherland Springs, se dirigía a ver a su novia cuando escuchó un intercambio de disparos delante de la iglesia y vio cómo un hombre blanco vestido totalmente de negro, Kelley, entró en su coche y se escapó.

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En ese momento, otro hombre que perseguía al asesino disparándole con un rifle se acercó a la camioneta de Langendorff y le explicó rápidamente que Kelley acababa de tirotear a decenas de feligreses de la Primera Iglesia Baptista, situada 45 kilómetros al sureste de la ciudad texana de San Antonio.

“Tenemos que perseguirlo -me dijo el hombre-, ha matado a muchas personas”, recordó con un posado serio el joven, que dijo que no hizo ninguna pregunta y actuó sin pensarlo, dejando subirse al vehículo al otro individuo.

La pareja siguió al asesino varios kilómetros por la carretera FM 539 en dirección norte hasta que Kelley perdió el control de su vehículo y salió del trazado para estrellarse contra una zanja, presumiblemente después de autoinflingirse un disparo mortal, según las últimas investigaciones policiales.

“Nos acercamos con el rifle del otro hombre gritándole a (Kelley) que saliera del coche, pero no se movió: ya estaba muerto”, aseguró un Langendorff convertido en héroe local después de este gesto valeroso que sirvió para acabar con la vida del exsoldado de las Fuerzas Áereas del ejército.

El joven de 27 años llamó inmediatamente a la policía local, que se presentó en el lugar de los hechos a los pocos minutos e interrogó a la pareja que evitó que el asesino se fugase del pueblo rural texano que nunca había sido escenario de nada igual.

“No fue un gesto heroico, hice lo que cualquier persona hubiera hecho en la misma situación”, comentó ante los medios el texano, que después de atender a varias decenas de televisiones, radios y periódicos se retiró visiblemente agobiado.

Su hablar tranquilo, su perilla negra y el enorme tatuaje que lleva en el pecho -el cráneo de una res cuyos cuernos se prolongan por su cuello casi hasta las orejas-, ya se han hecho populares en todo el país gracias a estas entrevistas.

Varios vecinos concentrados hoy enfrente de la parroquia agradecieron a Langendorff su valentía y coincidieron en apuntar que una vez muerto Kelley, los esfuerzos de toda la comunidad pueden centrarse en las familias afectadas y en la veintena de heridos que permanecen ingresados en distintos hospitales, incluyendo diez en estado crítico.

A pesar de que aún no se ha revelado una lista oficial de fallecidos, la hija de 14 años del pastor de la iglesia afectada, Frank Pomeroy, se encuentra entre las víctimas mortales, según ha confirmado su propio padre a los medios locales.

Además, se conoce que el rango de edad de los muertos va desde los 5 hasta los 72 años, lo que indica que el asesino trató de hacer el mayor daño posible sin tener piedad de ninguno de los asistentes a la misa que en esos momentos se oficiaba en el templo.

Si se tiene en cuenta lo relatado por los testigos, pocas fueron las personas que quedaron indemnes al ataque, ya que, como cada domingo, en el interior del templo blanco con tejado marrón había poco más de medio centenar de fieles siguiendo el oficio religioso cuando se produjo el tiroteo, a las 11.30 hora local (17.30 GMT).

Compuesta básicamente por una oficina de correos, un centro comunitario, una tienda de abastos, un taller de reparación de coches, dos gasolineras, las casas de los vecinos y un par de iglesias, entre ellas la de la matanza, Sutherland Springs era hasta este domingo una tranquila comunidad en la que apenas nunca pasaba nada.

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