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Su ADN no determina cuál la mejor dieta para perder peso

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¿Intenta perder peso? Los investigadores tienen buenas noticias: puede elegir una dieta baja en grasas o baja en carbohidratos. Mientras se atenga a ella, podrá adelgazar sin importar su composición genética o detalles metabólicos.

Y aquí hay una ventaja adicional: ni siquiera tendrá que contar las calorías consumidas.

Los hallazgos fueron publicados este martes en el Journal of the American Medical Association (JAMA).

Las primeras investigaciones han sugerido que algunos grupos de variantes de genes podrían ser buenos predictores de la respuesta de un individuo a ciertas dietas. En un panorama médico en el que las pruebas de ADN se usan cada vez más para adaptar los tratamientos a pacientes individuales, la idea de tal “medicina de precisión” para perder peso ha tenido un poderoso atractivo.

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Esa investigación, en gran parte realizada por el mismo equipo de la Escuela de Medicina de Stanford que condujo el nuevo estudio JAMA, también resultó tentadora para los laboratorios de pruebas genéticas, que buscan impulsar el negocio. Al publicitar sus servicios de emparejamiento genómico para quienes hacen dieta, por ejemplo, un laboratorio ofrece a la posibilidad de “perder hasta tres veces más peso en su dieta basada en el ADN”.

La pregunta central del estudio fue, entonces, si esos factores realmente lograron una diferencia en cómo los sujetos respondieron a un programa bajo en grasas o en carbohidratos.

Los expertos del Centro de Investigación de Prevención de Stanford estaban motivados por un rompecabezas moderno.

En los ensayos clínicos de intervenciones para adelgazar hay un amplio rango detrás de las cifras de “pérdida de peso promedio” informadas para grupos de voluntarios del estudio. Después de 12 meses de seguir una dieta, los individuos pueden perder hasta 55 libras. Otros, sin embargo, subirán 11 libras.

“La considerable variabilidad de la respuesta ante la pérdida de peso sugiere que algunas estrategias pueden funcionar mejor para algunas personas que otras, y que ninguna dieta debe recomendarse de forma universal”, escribieron los autores, liderados por el investigador de nutrición y obesidad Christopher D. Gardner.

Gardner y sus colegas reclutaron a 632 adultos obesos o con sobrepeso, entre las edades de 18 y 50 años, y les asignaron aleatoriamente seguir una dieta baja en grasas o un programa saludable bajo en carbohidratos, durante un año. En total, 609 personas completaron el estudio.

Antes de embarcarse en sus periplos de adelgazamiento, los sujetos tomaron una prueba de tolerancia a la glucosa para ver si, de acuerdo con investigaciones previas, debían tener una respuesta particularmente fuerte a una dieta baja en carbohidratos. También se realizaron una prueba de ADN, que los ayudó a ubicarlos en una de tres categorías: aquellos que portaban un grupo de variantes genéticas que los hacen más sensibles a las grasas; otros que son genéticamente más sensibles a los carbohidratos, y quienes no tienen ninguna de las variaciones genéticas relacionadas con la dieta que los investigadores probaron.

Una vez que el programa se puso en marcha, los participantes aprendieron y practicaron los fundamentos de la reducción -ya sea de grasas o de carbohidratos- en sus dietas. En hasta 22 reuniones de grupos pequeños, dirigidas por instructores, también se les alentó a evitar los riesgos insalubres de cada programa, como atracones de tocino en la dieta baja en carbohidratos, o devorarse unas brownies ‘sin grasa’ para el plan bajo en ellas.

A los participantes en cada grupo se les instruyó encontrar el nivel más bajo de alimentación baja en grasa o baja en carbohidratos que pudieran mantener “indefinidamente”. Y se alentó a todos a comer alimentos preparados en casa, siempre que fuera posible, para maximizar la ingesta de vegetales y minimizar el consumo de alimentos procesados, o los elaborados con azúcares añadidos, harinas refinadas y grasas trans.

Es importante destacar que no hubo instrucciones para realizar el seguimiento de sus calorías.

“Solo les dijimos cómo reducir los carbohidratos y la grasa. Y los alentamos, los presionamos realmente, para que no tengan hambre, para que encuentren su punto óptimo”, afirmó Gardner. “Lo dijimos desde el principio: queremos que esto sea a largo plazo, que sea saludable, que se diviertan y disfruten de sus comidas”.

Después de un año, los 305 sujetos que habían seguido la dieta baja en grasas habían perdido un promedio de alrededor de 11.5 libras, mientras que los 304 que habían completado la dieta baja en carbohidratos habían descendido un promedio de 13 libras.

Ninguna de las pruebas genómicas o metabólicas fueron buenos predictores del éxito de un individuo en una dieta u otra, hallaron entonces los investigadores. “Ninguno de los dos factores hipotéticos predisponentes fue útil para identificar qué programa alimenticio era mejor para quién”, escribieron.

Gardner advirtió que su última investigación arroja dudas solo sobre el peso de las pruebas para los rasgos metabólicos y genómicos específicos que su equipo midió. En el futuro se podrían encontrar mejores predictores de qué dietas funcionarían mejor para un individuo en particular, advirtió.

Mientras tanto, Gardner extrajo algunas ideas sobre ciertos factores que determinan el éxito o el fracaso en cualquier dieta. “Encontramos tanto trauma psicológico y emocional en un subconjunto de participantes” que subieron de peso durante el estudio, explicó. “Sus problemas eran los dolores de la infancia, los matrimonios rotos, el estrés en el trabajo. La comida para ellos era un consuelo. Necesitaban una pinta de helado”.

En el otro extremo del espectro estaban aquellos que habían seguido dietas bajas en carbohidratos o en grasas, y perdido de 40 a 60 libras. “Una de las cosas que escuché con más frecuencia de estos participantes fue: ‘¡Gracias! Ha cambiado mi relación con la comida’”, recordó Gardner. Para ellos, la cuestión de ser bajo en carbohidratos o en grasas pareció ser menos importante que el hecho de ser más conscientes -y cuidadosos- con respecto a lo que ingerían.

La idea de que no es necesario un costoso estudio de medicina de precisión para elegir un régimen alimenticio exitoso probablemente decepcionará a una nueva industria que surgió para proporcionar tales servicios. Sumado a ello, el hallazgo incidental de que contar calorías no es necesario también podría trastocar generaciones de sabiduría popular sobre la pérdida de peso.

“El seguimiento de las calorías solo funciona para un grupo de individuos”, señaló Gardner. “La mayoría de la gente comienza a registrar y rastrear, y finalmente dice: ‘¡Esto es odioso! No voy a seguir haciéndolo’. Realmente tenemos que encontrar otras formas” de cambiar las dietas, agregó el experto. “No necesitamos una solución… necesitamos docenas de ellas”.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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