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¿Por qué no llamó después de nuestra única cita romántica? ¿Fue por mi edad?

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Las diferencias de edad siempre me habían molestado, hasta que conocí a M. Eran sinónimo de problemas con papá, problemas psicológicos, problemas financieros: yo no tenía ninguno de esos.

Poco después de cumplir 21 años fui a un bar, en el centro de Los Ángeles, llamado El Dorado. Nunca había estado allí (no como había estado en muchos otros), pero mi amigo insistió.

Llegué temprano, así que esperé en la barra, sola.

Un hombre, M., se me acercó y me preguntó: “¿Está ocupado este asiento?”. Respondí que no. “Pues ahora lo está”, dijo. Él y su amiga, una mujer extranjera, joven y chispeante, se unieron a mí.

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Él me preguntó de qué trabajaba. Le dije que estaba en mi último año en la USC. Me contó que había asistido a la UCLA hacía años. Me preguntaba cuántos años tenía… No parecía más de 25.

Cuando apareció mi amigo, los cuatro conversamos un rato y bebimos, hasta que tuve que irme. Agregué a mis nuevos amigos a Facebook.

Tres semanas después, M. y yo tuvimos una cita. El estaba retrasado. Me senté en el lobby del hotel Freehand, preguntándome por qué había accedido a hacer esto un lunes por la noche.

Cuando llegó, tomamos el ascensor hasta el último piso, que nos llevó al magnífico bar de la azotea, con un ambiente de playa, el bar Broken Shaker y sus cócteles especiales, su piscina y la gran vista del centro de la ciudad.

Compró los tragos para los dos y conversamos sobre una variedad de temas como la religión, el conflicto israelí-palestino y la música.

Lo analicé toda la noche. Era sosegado, confiado y desapegado. Su página de Facebook decía que era médico de urgencias. Hice cuentas en mi cabeza. Entre universidad, residencia y pasantías, debía tener al menos 28 o 30 años.

Le dije que me había hecho mi primer tatuaje unos días antes, un corazón con flores. Contuve la respiración mientras él trazó su contorno, con sus dedos, sobre mi hombro derecho.

Me pregunté si operaba corazones todo el tiempo y si también los rompía.

Mientras nos sentábamos en el bar con vista al horizonte de Los Ángeles, señaló un edificio. “Esa es mi casa. ¿Quieres venir?”.

Estaba a solo unos minutos a pie. Era tan perfecto que no pude evitar preguntarme si esta era una rutina casual que había probado con varias mujeres. Tragos en un bar en la azotea; las vistas de L.A.; su apartamento poco después.

Su hogar resultó estar en uno de los edificios más exclusivos del centro. Tenía una pequeña colección de vinos y dos pianos. Todo estaba un poco vacío y desordenado, como si realmente nunca hubiera pasado tiempo allí o acabara de mudarse.

Me sirvió un poco de vino y me senté junto a él, en el banco del piano.

Toqué la melodía de “Für Elise”; se rió de lo mal que lo hice. Fue paciente y tocó, lentamente, la armonía con la mano izquierda, mientras yo lo hacía con la derecha. Todo era tan endiabladamente romántico, como salido de un cuento de hadas.

Salimos al balcón (por supuesto, tenía un maldito balcón) y hablamos mientras bebíamos más vino y contemplábamos la vista. Me preguntó sobre mi carrera, qué clases estaba tomando y qué quería hacer después de graduarme. A pesar de ser más mayor y estar ya establecido, no me hablaba con altanería ni se explayaba mucho sobre sí mismo, como hacen tantos hombres. Tenía un interés genuino en mí y un oído paciente. Nos besamos allí mismo, en el balcón, y sentí mi cabeza girar de incredulidad por lo increíble que se sentía.

Los textos entusiastas que le envié después de esa noche, a menudo eran contestados breve y escuetamente. Después de un tiempo, dejó de responder por completo.

Traté de pensar qué había hecho mal. Quizás fui demasiado joven, demasiado intensa, demasiado directa.

Lo idealicé y proyecté hacia el futuro. Tal vez después de cinco años, la diferencia de edad no sería algo tan malo. Jay-Z y Beyoncé tienen 12 años de diferencia; Blake Lively y Ryan Reynolds se llevan 10 años, después de todo.

Fui a otras primeras citas para dejar de pensar en él. Nadie se comparaba. Bromeé acerca de tener un accidente para poder despertarme en la sala de emergencia, con él dedicado a mis cuidados. Después de mi experiencia casi mortal, se daría cuenta de que yo había sido perfecta para él desde el primer momento.

Sabía en el fondo que era imposible llorar la pérdida de alguien a quien apenas conocía, y llamar a eso ‘amor’ o ‘angustia’. También me di cuenta de que mis propias reglas de citas no funcionaban. Está perfectamente bien salir con gente mayor o menor que uno. Cuando nos enfocamos en si algo va a funcionar, o en lo que la sociedad dice que debes buscar en alguien -edad, etnia, altura o profesión- vamos camino a la decepción. Analizar lo que hice mal no me llevará a ninguna parte. No vamos a casarnos con todas las personas con quienes salimos, y hay tanta gente, lugares e historias increíbles en esta ciudad que aún no se han explorado.

Meses después de que dejara de responderme, fui a ver a “Hamilton”, al Pantages Theatre. Durante el intermedio, fui al baño y, mientras regresaba al vestíbulo, lo vi. M. estaba de pie junto a la escalera, compartiendo un trago con otra mujer.

Nos miramos a los ojos. Me quedé helada. Él me sonrió casualmente. Me alejé a toda prisa.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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