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OPINIÓN: Andrés Manuel López Obrador quiere llevar su país hacia un futuro que se parece mucho a su pasado

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México está unido en el delirio colectivo. El Tri, el amado equipo nacional de futbol, juega contra Brasil el 2 de julio en la segunda ronda de la Copa del Mundo en Rusia. Todos los mexicanos, sin diferencia de tendencias políticas y antecedentes socioeconómicos, esperan una victoria. Pero primero, México tiene que elegir un nuevo presidente este 1 de julio.

Las elecciones competitivas siguen siendo una novedad relativamente nueva en México. No fue sino hasta el 2000 que un partido de la oposición logró desalojar al PRI de la presidencia después de siete décadas, y no pasó mucho tiempo para que comenzara el desencanto democrático. De ahí la apertura para el hombre que probablemente ganará hoy: Andrés Manuel López Obrador.

AMLO, como se le conoce, es ex alcalde de la Ciudad de México, de 64 años, y ahora es líder de un nuevo partido de izquierda, Morena o Movimiento de Regeneración Nacional. Ha tenido una ventaja dominante y constante en las encuestas durante meses frente a Ricardo Anaya, del Partido de Acción Nacional, y José Antonio Meade, del gobernante Partido Revolucionario Institucional, que recuperó la presidencia en 2012. Anaya y Meade son políticos capaces con buenas propuestas políticas para expandir el compromiso de México con el mundo, pero sufren del disgusto y cansancio de los votantes con sus respectivos partidos.

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Es difícil para los estadounidenses apreciar la magnitud de la transformación de México en la última generación.

AMLO compitió y perdió en 2006 y 2012. Ahora los votantes parecen haber adoptado una actitud de “¿qué tenemos que perder?” ante su mensaje populista, de la misma razón por la que muchos estadounidenses recurrieron a Donald Trump: Estaban hartos del status quo y de sus gobernantes.

A simple vista, Trump y López Obrador parecen tener poco en común: AMLO, a diferencia del presidente estadounidense, proviene de un origen humilde. Sus padres tenían una tienda en un pueblo en el estado de Tabasco. Un político de por vida, desdeña abiertamente la riqueza. Aun así, las similitudes temperamentales entre los dos son sorprendentes: AMLO se ve a sí mismo destruyendo las molestas normas de la política institucionalizada y las sutilezas legales porque está buscando al “hombre olvidado” de México. Considera que su propia intuición, liderazgo contundente y ejemplo personal bastará para derrotar a las “mafias del poder” que plagan a México con el “cáncer de la corrupción”.

La base de AMLO y la de Trump comparten algunas caracteristicas. López Obrador se inclina hacia la izquierda y Trump hacia la derecha, pero ambos hombres están vendiendo nostalgia a los descontentos. Aspiran a conducir a sus naciones a un mejor pasado, no a un futuro mejor. Más allá de sus fronteras ven amenazas en lugar de oportunidades y prosperidad. Miran hacia adentro y hacia atrás, como si quisieran meter de nuevo a un genio en la botella.

Sus similitudes seguramente los convertirán en antagonistas, si AMLO gana como se predijo. Dada su propia ambivalencia sobre el TLCAN y sobre reformas energéticas más recientes destinadas a alentar la inversión extranjera en el sector petrolero de México, no dudará en adoptar un enfoque de confrontación con Washington. Y esto puede que no le duela ni a él ni a México tanto como se temía, porque Trump parece disfrutar haciendo tratos con oponentes más que recompensando a los aliados.

Es difícil para los estadounidenses apreciar la magnitud de la transformación de México en la última generación. Pasó de una economía cerrada a una abierta, firmemente comprometida con la disciplina (o caprichos, dependiendo de su orientación) de los mercados globales. Tanto PAN como PRI se adhirieron a políticas prudentes y ortodoxas que apaciguaron a los tenedores de bonos internacionales y millones de mexicanos han apreciado el acceso resultante a productos de consumo, los estándares y normas mundiales que se han extendido por el sector privado y la estabilidad financiera general de la nación.

Pero la apertura económica que modernizó a México también ha dejado millones atrás, lo que ha agravado las flagrantes desigualdades. El poder menos centralizado ha hecho que el otrora omnipotente aparato estatal de partido único sea incapaz de frenar la corrupción local y el crimen organizado. Los mexicanos están frustrados por los altos niveles de violencia y el fracaso del estado de derecho que desmiente las primeras pretensiones mundiales de sus líderes.

Si las encuestas son correctas, AMLO tiene una ventaja porque está llegando más allá de su base izquierdista, ganándose a un segmento más amplio de la clase media cansado del PAN y el progreso desigual del PRI. López Obrador ha cortejado a esos votantes con una campaña tranquilizadora y vaga, y al suavizar su retórica socialista e incluso al resistir la tentación de hacer de los Estados Unidos un elemento básico de su campaña.

Los críticos de López Obrador advierten que como presidente se asemejaría a Hugo Chávez de Venezuela, cuya revolución radical “bolivariana” se atribuye a convertir a ese país en una nación desesperadamente empobrecida. La comparación puede ser exagerada; AMLO es demasiado nacionalista de “México Primero” (y pragmático, subrayan sus partidarios) como para seguir modelos de revolucionarios extranjeros.

El escenario más probable, uno que incluso sus asesores reconocen, es que AMLO usará su popularidad para cimentar una presidencia todopoderosa en el antiguo molde del PRI, en parte como jefe del barrio de la gran ciudad y como emperador azteca. Para algunos, eso sería tranquilizador: una figura paterna con poder y confianza que negociará la liberalización económica forjada por líderes tecnocráticos recientes para un estado que una vez más determina la política industrial y reparte las ganancias “con el pueblo”. AMLO habla con melancolía de cambiar a México en una nación autosuficiente de nuevo.

De vuelta en la Copa del Mundo de Rusia, el máximo anotador de todos los tiempos del Tri, Javier “Chicharito” Hernández, ha exhortado a sus compatriotas a soñar en grande, a aspirar a “cosas chingonas” (una forma folclórica de decir “grandes cosas”) -como vencer a cualquier otra nación para ganar la Copa del Mundo-. Tristemente, sin importar qué grandes cosas sean posibles en el terreno de juego, las cosas chingonas no parecen estar en la boleta de este domingo.

La elección de México es entre hombres capaces de partidos desacreditados que perdieron la oportunidad de reformar adecuadamente el gobierno nacional y un candidato que insta a los votantes desencantados a unirse a él en una fantasía reconfortante sobre un futuro mejor que en realidad se parece mucho al pasado sombrío de la nación.

*Andrés Martínez es profesor de práctica en la Escuela de periodismo y comunicación de masas Walter Cronkite de la Universidad Estatal de Arizona y miembro de New America.

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