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Mi padre fue un donante de esperma anónimo, y siento las consecuencias de ello a diario

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Supe la verdad cuando tenía 16 años: mi madre no había quedado embarazada de un exnovio. Fui, más bien, producto de una transacción completamente intencional. Mi padre era un donante de esperma anónimo.

Mi madre me concibió sola cuando no estaba de moda, y no les contó a sus hermanos o padres lo que había hecho. La revelación me afectó profundamente. Una adolescente introvertida e introspectiva, internalicé su decisión de ocultar la verdad como mi propia vergüenza, algo que todavía siento hoy.

En la ley de adopción, el bienestar del niño es una consideración principal durante todo el proceso. Pero los chicos que resultan de la donación anónima de esperma no son siquiera una idea secundaria para el sistema legal. Desde el momento de la donación hasta el nacimiento y más allá, los derechos de los padres y donantes superan a los de los niños que crearon. Ciertamente no hay visitas a domicilio o verificaciones de antecedentes (aunque a mi madre se le exigió consultar a un psicólogo, en 1989). Todo lo que se requiere para comprar esperma u óvulos es poder pagarlo.

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Esa falta de consideración es algo que siento como una consecuencia cada vez que me preguntan dónde viven mis padres, cada vez que un médico quiere mi historial médico familiar, cada vez que me enfrento a ser birracial (mi madre es negra, pero no había donantes de esperma negros en su banco criogénico en el 1989) y cada vez que me pregunto qué atributos míos provienen de este hombre anónimo.

He intentado responder tres veces a estas preguntas; la primera de ellas fue cuando tenía 19 años. Recibí una llamada como respuesta del California Cryobank mientras trabajaba en un campamento de verano, rodeada de niños pequeños. Me retiré al baño para tener algo de privacidad. Todavía recuerdo mirar fijamente la puerta azul del cubículo, mientras escuchaba a la mujer que había sido la guardiana de mi padre decirme que lo recordaba a finales de los años 1980, que era “muy amable”, pero que a raíz de que tenía una familia y nunca le había dicho a su esposa sobre la donación de esperma, él quería permanecer en el anonimato.

Lo intenté de nuevo, tres años después. Estaba orgullosa de mí por haberme graduado de una universidad de la Ivy League, al igual que quienes me amaban. Esperaba que esto despertara el interés de mi padre. Esta vez, le pedí al banco de esperma una foto de él a cualquier edad, y le envié mi dirección de correo electrónico. No tuve suerte.

Hace dos años, envié nuevamente un correo electrónico solicitando todos los antecedentes médicos disponibles. Recibí a cambio una copia digitalizada del formulario que completó para convertirse en donante de esperma, en 1987, y un mensaje firmemente redactado, donde decía que esa era la única información disponible para mí. Había llegado al límite donde terminaban mis derechos.

Tengo una buena relación con mi madre y entiendo por qué su deseo de tener un hijo la llevó a buscar la maternidad con el esperma de un extraño. Reconozco que yo no existiría de otra manera. Aún así, desearía haber crecido con esa verdad, y que a mi madre -y quienes son padres como ella- se les aconsejara sobre las implicaciones psicológicas de esa decisión para sus hijos.

A principios del año pasado, el Donor Sibling Registry, un grupo de apoyo en línea convertido en buscador familiar para descendientes de donantes, presentó una petición ciudadana a la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) para solicitar una mayor regulación de la industria de donantes. Vale la pena leer la petición; además de delinear los problemas que enfrentan los hijos de los donantes, plantea una serie de cuestiones sobre cómo funcionan éticamente los bancos criogénicos en ausencia de regulación. Las sugerencias de la petición incluyen ampliar y estandarizar las pruebas médicas y genéticas de los donantes, proporcionar actualizaciones obligatorias, mantener registros sobre el número de nacimientos y prohibir los donantes anónimos.

En 2005, Gran Bretaña hizo que la donación anónima de esperma y óvulos sea ilegal. Cuando se le preguntó sobre la decisión, en ese momento, el ministro de Salud Stephen Ladyman dijo: “Creemos que es correcto que las personas concebidas por donantes puedan tener información, si lo desean, sobre sus orígenes genéticos”. Del mismo modo, en Suecia, Noruega, Alemania, Italia, Nueva Zelanda y Australia, las clínicas deben contar con una licencia del gobierno y los donantes no pueden ser anónimos.

En nuestra era de pruebas de ADN en línea y sitios de correspondencia familiar, los donantes no tienen ninguna garantía de anonimato de todos modos. Incluso si los donantes no registran su ADN en línea, cualquiera de sus parientes podría hacerlo. Según la petición de Donor Siblings, miles de descendientes ya han identificado a sus donantes de esta manera; así encontré a una hermana. Como resultado, algunos bancos criogénicos están prohibiendo las donaciones anónimas. El Seattle Sperm Bank, por ejemplo, se concentra en donaciones abiertas, a las que considera “la tendencia de crecimiento más rápido entre los bancos de esperma”. Si bien son bienvenidas, estas iniciativas voluntarias no son suficientes.

Los funcionarios estatales y federales deben regular la industria de la fertilidad teniendo en cuenta el bienestar de los hijos de los donantes. Idealmente, los cambios incluirían el fin de la donación anónima y la creación de vías para que los hijos reciban información médica actualizada a medida que nuestros padres biológicos envejecen.

Me gustaría conocer a mi padre, aunque eso probablemente nunca ocurra. La segundo mejor que puedo hacer es explicarles a los futuros padres, médicos, responsables de políticas y donantes por qué la carga de la paternidad anónima no debe propagarse a más personas. Los “productos” que esta industria crea son humanos, y las leyes que lo rigen deben reflejar eso.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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