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Los estadounidenses finalmente se dan cuenta de cuán grave es su situación laboral

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La Cuestión Laboral está de vuelta… a lo grande. El término entró en uso a fines del siglo XIX; era una forma taquigráfica de preguntar: ¿qué debería hacerse con respecto al descontento latente de la clase trabajadora a raíz de la industrialización? La ira era palpable, se manifestó en oleadas de revueltas obreras que se extendieron desde la huelga ferroviaria nacional de 1877 hasta las huelgas generales de 1919.

No todas las batallas se libraron en las plantas y en las calles. Las legislaturas estatales progresistas a principios del siglo XX promulgaron leyes que establecían salarios mínimos y limitaban las horas que las mujeres y los niños podían verse obligados a trabajar mientras los tribunales los golpeaban rutinariamente, y reducían las huelgas imponiendo penas de cárcel a los participantes.

Fue el nuevo acuerdo (New Deal), y el surgimiento de los sindicatos lo que hizo que la Cuestión Laboral pasara a la discusión. En las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando los sindicatos eran fuertes y la prosperidad se compartía ampliamente, el término se ubicaba en los libros de historia junto con otras frases como, por ejemplo, “propietario de esclavos” que evocaban un lado oscuro y supuestamente enterrado del pasado estadounidense.

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Sin embargo, durante las últimas décadas, es el espíritu mayoritariamente igualitario del New Deal el que ha retrocedido a las sombras. La desigualdad económica que lo precedió está de vuelta con nosotros; el término de la ‘Cuestión Laboral’ ha regresado.

En el centro del problema está el desequilibrio del poder económico, que toma la forma de ganancias al alza y salarios estancados.

Recientemente, el Financial Times informó que las ganancias son las más altas en muchos años, lo que necesariamente significa que la parte dedicada al destino alternativo para los ingresos de la compañía -el bolsillo de los empleados- se ha reducido.

Tampoco es un fenómeno efímero provocado por el recorte de impuestos de los republicanos. En 2011, el director de inversiones de JP Morgan Chase calculó que tres cuartas partes del aumento a largo plazo de los márgenes de ganancia de las empresas estadounidenses, se debía a la disminución de la parte correspondiente a salarios y beneficios.

Un estudio realizado en 2017 por Simcha Barkai, economista del Stigler Center de la Universidad de Chicago, descubrió que la participación de los trabajadores en el ingreso nacional ha disminuido en un 6.7% desde mediados de la década de 1980, mientras que la parte del ingreso nacional, la investigación, las nuevas contrataciones y similares han caído un 7.2%.

En consecuencia, la proporción de los ingresos de la nación destinados a los accionistas (la mayor parte de los muy ricos, entre ellos los CEO que son compensados con acciones) aumentó en un 13.5%. Ese cambio ha puesto a los trabajadores estadounidenses en una doble desventaja, ya que sus salarios y la inversión del sector privado que genera empleos y aumenta la productividad, han llegado a un punto muerto.

Al igual que las ranas que hierven lentamente a fuego lento, los estadounidenses han necesitado algo de tiempo para comprender cuán calamitosa se ha vuelto su situación. Sin embargo, está claro que la mayoría de ellos se dan cuenta de la necesidad de reorganizar la estructura de poder.

Una encuesta de Gallup, publicada el 31 de agosto, mostró un apoyo a los sindicatos en 62%, el nivel más alto en 15 años, con respaldo mayoritario de todos los grupos demográficos, excepto los republicanos, e incluso se dividen en partes iguales, 45% a 47%.

El abrumador apoyo público para los maestros en huelga esta primavera en estados tan republicanos como West Virginia, Oklahoma y Arizona no fue casualidad; otro estudio reciente, el del encuestador de educación PDK, encontró 73% de apoyo para huelgas de docentes, y un notable 78% de apoyo de padres de niños en edad escolar.

El rechazo de dos a uno de una ley de derecho al trabajo este verano por los votantes de Missouri, es una prueba más de una opinión pública a favor del trabajo, al igual que las exitosas campañas de sindicalización en el último año de trabajadores que no pueden ser despedidos fácilmente, como los asistentes universitarios de docencia y periodistas (incluidos aquellos en tan venerables bastiones antisindicales como el Chicago Tribune y Los Angeles Times).

Como fue el caso durante los años en que la Cuestión Laboral apareció ante la nación, el principal instrumento del que depende el derecho para disminuir el poder del trabajador son los tribunales. La decisión del Tribunal Supremo en junio en el caso Janus, que pretendía reducir la membresía y los recursos de los sindicatos del sector público, era solo la última de una serie de fallos para favorecer los intereses corporativos y republicanos.

Sin embargo, durante el 2017, los progresistas presentaron algunas de las propuestas de mayor alcance en muchas décadas para reequilibrar la influencia económica, incluidos los proyectos de ley de dos senadores demócratas, Elizabeth Warren, de Massachusetts, y Tammy Baldwin, de Wisconsin, que requerirían que las corporaciones dividieran sus intereses y la junta directiva entre representantes de los trabajadores y representantes de los accionistas.

Desde que los conservadores y los intereses comerciales comenzaron a picotear en la obra del New Deal en la década de 1970, el conflicto de clase en Estados Unidos ha sido en gran parte unilateral. En este Día del Trabajo, sin embargo, quedó claro que la batalla finalmente se ha unido. La Cuestión Laboral está ante nosotros y queda por resolver.

Harold Meyerson es editor ejecutivo de American Prospect. Es un colaborador de la sección de Opinión.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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