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Inmigración, tecnología y Trump: mucho ha cambiado en EE.UU., pero este pueblo se resiste a perder su cine

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Percy B. Long usaba zapatos acordonados y enrollaba sus propios cigarrillos. Era él quien dirigía el Webster Theater en los días previos al cine sonoro, cuando los trenes corrían velozmente y las noches se asentaban sobre campos arados que se extendían como un mar oscuro desde Fort Dodge hasta Waterloo.

El Webster mostraba el mundo y mantenía el brillo en la ciudad hasta que las luces de la marquesina se apagaban cada noche, después del último show. Era un trozo de Estados Unidos que definía una forma de vida. Pero ese país y sus valores están cambiando, y esta ciudad, como muchas otras, transita la era de películas en iPhones, guerras culturales, tensiones migratorias y una presidencia que ha dado vuelta las nociones de política y civilidad del medio oeste.

“Nací y crecí en este cine”, afirmó el hijo de Long, Tom, de 89 años, cuya juventud estuvo repleta de “Tarzán” y “El Zorro”. “¿Será el futuro lo que es hoy? Quién sabe”.

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La ciudad de Webster, con una población de aproximadamente 7,700 habitantes, es un retrato en miniatura de una nación cambiante.

Ubicada a una hora al norte de Des Moines, la ciudad, ensombrecida por silos de granos, perdió su fábrica de lavadoras, que se trasladó a México hace siete años. Su población predominantemente blanca está absorbiendo un creciente número de inmigrantes, muchos de ellos latinos, que trabajan en frigoríficos. Y, aunque casi el 60% de este condado votó por el presidente Trump, pocos hablan en voz alta en apoyo de los gravámenes y la guerra comercial con Europa y China, que podría costarle a los agricultores de Iowa cientos de millones de dólares.

El cine, con sus 206 bombillas en la marquesina y sus boletos a $4 dólares, es un personaje central en una historia que equilibra la tradición contra los tirones y la presión de la actualidad. Las películas aquí son como muescas en las jambas de las puertas; marcan el paso del tiempo.

El sitio fue una vez un encantador lugar de besos robados y manos tomadas, donde las películas que rastreaban la evolución cultural del país -desde The Best Years of Our Lives a Easy Rider y Wall Street- representaban el poder que Hollywood tenía en la imaginación de los granjeros, comerciantes, mecánicos y sastres repartidos por Iowa, Kansas, Missouri y otros estados del interior. Cientos de cines cerraron a lo largo de las décadas, reducidos por las mismas fuerzas que se llevaron las tiendas de calzado y las panaderías familiares de Webster City.

El cierre del Webster, en 2013, fue un momento decisivo para la ciudad. Construido en 1906, el cine de ladrillo había sido golpeado por la recesión de 2008. Cuando la planta de Electrolux -que en su mejor momento había empleado alrededor de 2,200 personas- cerró y trasladó los trabajos a México, unos años después, muchas familias también se marcharon. Los escaparates se oscurecieron.

Fue entonces cuando Jeff Pingel, quien vestía camisas a cuadros y montaba una Harley, decidió que el Webster, donde Hedy Lamarr había brillado una vez y Dan Aykroyd apareció en 1980 para vender boletos de “The Blues Brothers”, no podía morir. Así, ordenó un plan de negocios a una clase empresarial de una preparatoria y lideró una campaña de recaudación de fondos junto con Kay Ross, quien con su esposo, Larry, llevaban adelante una taberna. Ambos crearon una organización sin fines de lucro y recaudaron $270,000 para comprar y renovar el cine, que finalmente reabrió sus puertas en 2014.

“Estábamos tan cansados de perder cosas”, expresó Pingel, que trabajó en Electrolux durante 19 años. “Es divertido decir ‘basta’ con un cine, pero eso es lo que hicimos”.

La marquesina de los cines “es el corazón de las ciudades estadounidenses”, resaltó Ross, quien de niño vio Bambi y A Hard Day’s Night en el Webster. “La nostalgia nos ayudó a recaudar el dinero. Nunca recibí un cheque con un donativo sin una historia de por medio: ‘Todos los muchachos Anderson trabajaron allí’, ‘Fui acomodador en el Webster un verano’. Pero lo que lo mantiene abierto es que lo queremos aquí. Las películas impactan a la gente. Hay algo especial en ir a una función”.

Pero la ciudad no es la misma que cuando Percy B. Long manejaba el Webster, se casó con una mujer que tocaba el piano en el foso de la orquesta, y su hijo, Tom, quien era acomodador, regresó de la Guerra de Corea y se casó con Mary Olthoff, quien recibía los boletos. Hay más tiendas de segunda mano. Una caída en los nacimientos está forzando al hospital a cerrar su unidad de obstetricia. Los entrenadores, que hacen más pedidos en línea en estos días, compran menos balones y camisetas en Sports World, que décadas atrás se mudó al antiguo edificio de J.C. Penney.

WEBSTER CITY, IA, AUGUST 18, 2018: Linda Hunger (left) of Webster City and Anita Klinger (right) of Webster joke around as they order drinks at the concession stand at the Webster Theater in Webster City, Iowa Saturday, Aug. 18, 2018. Community members rallied around the theater to save it after it closed in 2013. (Rebecca F. Miller / For The Times)
(Rebecca F. Miller / For The Times)

La tasa de desempleo es baja, pero muchos de los trabajos de agricultura, carne y servicios no pagan los salarios y beneficios que solía dar Electrolux.

“Hay un cierto renacimiento, económicamente”, consideró el exadministrador de la ciudad, Daniel Ortiz-Hernández, quien renunció en agosto para tomar un trabajo similar en Wasco, California. “Pero luchamos para atraer desarrolladores de viviendas. Es difícil hacer que la gente venga y viva en un pueblo pequeño”.

La demografía de Webster City comenzó a cambiar en la década de 1970, cuando Moun Thongsouk y su familia huyeron del comunismo en Laos y encontraron refugio en una iglesia metodista local. Los laosianos ahora constituyen aproximadamente el 15% de la población; seguidos por inmigrantes más recientes de México, Honduras y Guatemala, que trabajan en frigoríficos locales y representan alrededor del 25% de los moradores. Es probable que su número aumente con la apertura de una nueva planta de cerdos, cerca de Eagle Grove.

“Queremos crecer”, aseguró Laura Jaimes, quien nació en México y es gerente de Chicago Style, una tienda de ropa ubicada frente al cine. Ella y su esposo formaron una familia en Chicago hace dos décadas, y en 2014 se mudaron a Webster City. Él trabaja en una fábrica detrás de la tienda; dos de sus hijos están empleados en un frigorífico. “La mayoría de mis clientes son hispanohablantes. Fue difícil cuando comenzamos, pero ahora está bien”.

Mary and Bob Long of Webster City share a bag of popcorn in the lobby at the Webster Theater in Webster City, Iowa Saturday, Aug. 18, 2018. The Longs met in 1955, when both were working at the theater, where they also had their first date. They married a year later. (Rebecca F. Miller for the L.A. Times)
(Rebecca F. Miller / For The Times)

Las aceras de Webster City son instantáneas de dos mundos: los jubilados de pelo blanco van a almorzar al Second Street Emporium, mientras que las trabajadoras latinas, con botas de goma y redecillas, pasan por Fuhs Pastry Shop, que ha cerrado sus puertas, y La Perla Jarocha, donde Viviana Sosa está en la caja registradora, debajo de un techo repleto de piñatas.

“El cine nos acercó a todos; queríamos que volviera a funcionar y dejar de perder más cosas de la ciudad”, afirmó Sosa. “Pero los latinos aquí están separados. Muchos eventos en el centro no están dirigidos a nosotros. Intentamos hacer una noche de cine hispano”, comentó Pingel. “Hay que pedir una versión en español y nunca se sabe cuándo la obtendrás y si estará subtitulada o doblada. Uno piensa que será fácil, pero no lo es. Tenemos que intentarlo de nuevo”.

Las conversaciones de café en Whoop-Ti-Doos oscilan entre la inmigración -las pasiones en torno al tema se despertaron en todo el estado cuando un inmigrante mexicano que ingresó al país sin autorización fue arrestado por el asesinato de un estudiante blanco de la Universidad de Iowa- y una gran cantidad de temas.

Los hombres hablan sobre fútbol, empleos, demócratas que se unen a Trump, ventas de garaje y cómo “las escuelas han perdido su misión fundamental”. Uno menciona una repetición de Gunsmoke” - “sobre un tipo malo que llega a la ciudad”-, mientras que otro señala la muerte de Aretha Franklin y la posibilidad de que un restaurante mexicano sea inaugurado a finales de septiembre.

A dos mesas de distancia, las mujeres conversan sobre un pueblo en transición y recuerdan los viejos tiempos, “cuando simplemente no se terminaba una oración con una preposición”. Una de ellas atiende un llamado en su teléfono celular: “No le daré mi dirección. Está tratando de engañar a una anciana. Voy a colgar ahora mismo”.

Miles de películas han pasado por Webster City. Muchos recuerdan Spartacus, Psycho, Gone With the Wind; piensan en Gene Autry, Marilyn Monroe y Chris Pratt.

Tyler Abens vio Back to the Future dos veces en el Webster. Su novia y dos mejores amigos trabajaban en el puesto de concesión y lo hicieron ingresar gratis durante toda la preparatoria. Jake Pulis vio E.T. cuando tenía cinco años, y Jerry Kloberdanz vio Star Wars en una época, relató, “cuando no había internet ni teléfonos celulares, y uno se preguntaba cómo hacían todo eso con un sable láser”.

Pingel, Ross y otros miembros de la organización sin fines de lucro HERO (siglas en inglés de Organización de Ayuda para Entretener y Restaurar) intentan atraer a familias y generaciones más jóvenes a la sala de 236 asientos. La mayoría de las películas que se proyectan son para todo público y para mayores de 13 años; las calificadas como ‘R’ (sólo para adultos) no funcionan tan bien. Los filmes contendientes del Oscar y los Globos de Oro, como La La Land y The Greatest Showman, llegan allí, pero no títulos independientes con temáticas más oscuras, como The Shape of Water. Los dos largometrajes más populares en los últimos años fueron Wonder y la epopeya bélica de Clint Eastwood en Irak, American Sniper.

La Navidad pasada, los maestros llevaron a los niños de primaria, algunos de los cuales nunca habían asistido a un cine, a ver una matinée de Trolls.

El Webster solicita sus películas a un corredor en Nebraska -un hombre que usa un apretón de manos como contrato- y éstas se proyectan alrededor de cuatro semanas después de su estreno a nivel nacional.

WEBSTER CITY, IA, AUGUST 18, 2018: HERO board members Jake Pulis (from right), Kay Ross and president Jeff Pingel are photographed at the Webster Theater in Webster City, Iowa Saturday, Aug. 18, 2018. Community members rallied around the theater to save it after it closed in 2013.(Rebecca F. Miller / For The Times)
(Rebecca F. Miller / For The Times)

Pingel y Ross no se conocían antes de encontrarse para salvar al Webster. Él entró en su taberna un día y le dijo: “Oye, me enteré de que eres buena para recaudar dinero”. Ella levantó la cabeza y preguntó: “¿Quién eres?”. Él es un hombre de tamaño grande, con flequillo y gafas oscuras; ella tiene el pelo rubio, un sentido del humor práctico y dice cosas como “Bob acaba de ganar $10,000”. Sus oraciones fluyen una sobre la otra.

“Recuerda”, le dijo Pingel, “¿tenemos que desmontar la marquesina a su estructura?”

“Toda su belleza fue remendada”, respondió Ross.

“Algunos decían en la década de 1960 que la televisión mataría al cine, pero las películas todavía siguen aquí”, afirmó él. “Un tipo me dijo: ‘Nunca podrás lograr esto. Existe Netflix y los servicios de transmisión’. Mucha gente me dijo eso. No pensaban que fuera viable”.

Pingel hizo una pausa, sonrió y miró a Ross. “Ahora, estamos considerando abrir un autocine”.

En una reciente noche de verano, una brisa vespertina recorría Second Street. Las tiendas estaban cerradas, a excepción de La Perla Jarocha y Chicago Style, donde Laura Jaimes trabajaría al menos una hora más. Mujeres y niñas, un puñado de hombres, caminaban hacia el Webster para el estreno de Mamma Mia! Here We Go Again.

El manager, Aaron Rider, vendía boletos. Algunas personas tenían sus propios envases para palomitas de maíz. Gemma Borer, una animadora de preparatoria, llegó con su padre; viene aquí desde que era pequeña. “Netflix y otros están cambiando las cosas”, afirmó, “pero creo que esta sala durará. Puedes pasar tiempo de calidad con quien estés. Conoces a otras personas. En esta ciudad, todos se conocen”.

WEBSTER CITY, IA, AUGUST 18, 2018: The marquee is lit up for the seven o'clock showing of "Mamma Mia 2" at the Webster Theater in Webster City, Iowa Saturday, Aug. 18, 2018. Community members rallied around the theater to save it after it closed in 2013. (Rebecca F. Miller / For The Times)
(Rebecca F. Miller / For The Times)

Cuarenta y dos boletos se vendieron para esa noche. Rider subió las escaleras -pasando al lado de un proyector carrete a carrete, ahora una reliquia- e ingresó en una cabina con un nuevo proyector digital. El cine se oscureció. El aviso del próximo estreno era Mission: Impossible, Fallout; Tom Cruise salta por las ventanas. Le siguió un anuncio de Crime Stoppers, luego otro de una iglesia metodista. ¡Mamma Mia!, un musical sobre una mujer joven que quiere salvar un hotel restaurado en Grecia, comienza.

Al final de la última canción, llegan los créditos. Las luces de la marquesina brillaban en la noche; el cine lucía tal como en la década de 1930, magia bajo la luna. Algo digno de un álbum de recortes, pero de alguna manera, todavía vivo. Rider apagó las luces y cerró la puerta de vidrio. Había brisa. Se podía escuchar un tren a lo lejos, donde la carretera llegaba a Fort Dodge y los campos viraban al negro.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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