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Hartos de la violencia y la corrupción, los mexicanos favorecen a un candidato que busca duplicar el salario mínimo

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El aspirante -y dos veces perdedor- a la presidencia mexicana Andrés Manuel López Obrador miró a los partidarios que llenaban la plaza principal, en esta ciudad del norte del desierto, para escuchar su opinión sobre lo que él llama una “transformación radical”.

Hace apenas unos años, cuando llegó a Chihuahua para aumentar el apoyo al Movimiento Regeneración Nacional -el partido político de izquierda que fundó-, López Obrador era afortunado si atraía a 50 personas a sus eventos. Ahora es tratado como una estrella de rock, su discurso es transmitido en una pantalla gigante e interrumpido periódicamente por ráfagas de confeti blanco y miles de fanáticos que cantan su nombre. “Vamos a cambiar el régimen”, les dijo. “Habrá paz y tranquilidad en el país”.

Si las encuestas son correctas, López Obrador será el próximo presidente de México. Una semana antes de la votación del 1 de julio, el exalcalde de la Ciudad de México, de 64 años y ampliamente conocido por sus iniciales (AMLO), supera a su rival más cercano en hasta 25 puntos porcentuales.

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El candidato debe su extraordinario ascenso a la pura persistencia -se ha postulado para presidente continuamente desde antes de 2006, cuando apareció por primera vez en la boleta electoral y a un posicionamiento inteligente. La retórica anti establishment que ha afinado por más de una década finalmente está en sintonía con un reciente cambio global hacia el populismo y la indignación local por el aumento de la violencia, la corrupción endémica y, sobre todo, la sensación de que la clase dominante de México solo se preocupa por sí misma.

En ninguna parte es más evidente su ascenso que aquí en el norte, una región política y socialmente conservadora, cuyas fábricas en expansión que producen bienes para Estados Unidos la convirtieron en una de las áreas más ricas de México.

En las pasadas elecciones, los votantes aquí evitaron sistemáticamente la dura izquierda a favor del Partido Revolucionario Institucional (PRI), largamente en el gobierno, y más recientemente del Partido Acción Nacional (PAN), de centroderecha, los dos únicos partidos que han ocupado la presidencia en la historia moderna de México

Los líderes de ambos partidos buscan desde hace tiempo socavar a López Obrador, un defensor de la clase trabajadora que es escéptico de los acuerdos de libre comercio, advirtiendo que convertiría a México en Venezuela, un país que quedó paralizado por la escasez de alimentos, el crimen y la inflación. Aunque el mensaje de López Obrador resuena profundamente en el sur más agrícola y de izquierda de México, perdió sus dos primeras elecciones presidenciales en gran parte porque no recibió suficientes votos en el norte industrializado.

Pero el panorama político de México está cambiando rápidamente, y los analistas dicen que es porque los votantes de todo el país están hartos.

“Esta elección se trata sobre la desilusión y la ira”, afirmó el analista político Alejandro Hope. “La gente ha experimentado el PAN y el PRI, y quieren algo más”.

Alberto Camillo, un hombre larguirucho, de 65 años, que vestía botas de cuero y un sombrero de vaquero blanco en el acto del 17 de junio en Chihuahua, siente que no tiene nada que perder votando por un nuevo partido político. “El PRI y el PAN, todos fueron iguales, todos fueron ratas”, aseguró.

Ninguno de los partidos erradicó el crimen organizado ni la violencia, lo cual, según Camillo, perjudicó la operación de los dos restaurantes que posee. De hecho, está seguro de que algunos funcionarios trabajan con los delincuentes.

Así, se enfrentó a las altas temperaturas para ver a López Obrador porque cree que México necesita otra dirección.

“Es la última esperanza que tenemos”, afirmó Camillo. “Si no hace las cosas bien, no volveré a votar por nadie”.

Armando Aldana, un abogado de 38 años, que también se encontraba en el evento, indicó que votaría por López Obrador por primera vez, porque no hay una mejor opción. “Mucha gente bromea, dicen que votamos por AMLO por desesperación”, comentó. “Y creo que es verdad”.

Dada su posición en las urnas, los competidores de López Obrador han comenzado a parecer añadiduras.

En segundo lugar está Ricardo Anaya, un abogado y exlíder del PAN que tuvo problemas para conectarse con los votantes, y en el tercero está José Antonio Meade, un político que trabajó por primera vez en la actual administración. Atrás de todos ellos está Jaime Rodríguez, un independiente conocido como “El Bronco”, que propuso cortarle la mano a los servidores públicos acusados de corrupción.

Una serie de escándalos políticos y de derechos humanos alimentaron el enojo de los votantes y resultaron en una desconfianza generalizada hacia los funcionarios públicos.

La desaparición no resuelta de 43 estudiantes en una escuela de profesores rurales, en 2014, sigue siendo un punto de indignación, al igual que la docena de gobernadores -actuales o del pasado- que enfrentan cargos por corrupción. Las tiendas de mascotas comenzaron a vender bolsas para recoger excrementos de perro, con las caras del presidente mexicano Enrique Peña Nieto y del exgobernador de Veracruz Javier Duarte, acusado de robar grandes cantidades de dinero público. Ambos pertenecen al PRI.

El gobierno del presidente también está acusado de usar spyware para rastrear ilegalmente a destacados periodistas y defensores de los derechos humanos, y fue criticado por no enjuiciar a un aliado de Peña Nieto, acusado de pagar millones de dólares en sobornos a una empresa brasileña de construcción.

Mientras tanto, la violencia en el país está alcanzando máximos históricos, con casi 30,000 homicidios registrados en 2017. Muchos votantes culpan del derramamiento de sangre al predecesor de Peña Nieto, el presidente Felipe Calderón, cuyo partido (PAN) estará asociado para siempre con su controvertida decisión de enviar a decenas de miles de soldados a las calles para enfrentar a los cárteles de la droga.

Esos factores, junto con las ansiedades sobre la relación cada vez más hostil de México con Estados Unidos desde la elección del presidente Trump, brindaron una apertura perfecta para López Obrador, afirmó Miguel Silva Hernández, un periodista que cubre las elecciones para El Diario de Chihuahua.

Localmente, indicó, los votantes están enojados con un exgobernador del PRI acusado de desviar fondos públicos para pagar la campaña presidencial de 2012 de Peña Nieto, y con las tasas de homicidio, que han aumentado un 67% desde 2015, con el gobernador Javier Corral, del PAN.

“La gente ve a López Obrador como una oportunidad de cambio”, resumió Silva.

En la manifestación de la campaña del candidato, celebrada frente al adornado capitolio estatal, una multitud de alrededor de 7,000 bailaron ante una banda de cumbia y aplaudieron cuando López Obrador presentó sus planes económicos característicos: duplicar el salario mínimo, reexaminar las recientes reformas energéticas de libre mercado y hacer que México dependa menos del comercio exterior.

Pero López Obrador recibió los aplausos más fuertes con su crítica fulminante a la clase política de México.

Según él, México está dirigido por una “mafia de poder” formada por empresas y élites políticas que priorizaron sus propios intereses a expensas de los mexicanos comunes, de los cuales cerca del 40% vive en la pobreza. Para despojar a la élite de la influencia, se comprometió a recortar las pensiones de los expresidentes y eliminar el seguro privado para los funcionarios electos. Prometió reducir su propio salario a la mitad, vender el avión presidencial de Peña Nieto y no vivir en el palacio presidencial de México.

“No voy a vivir en ninguna mansión”, aseguró, entre rugientes aplausos. En cambio, planea seguir residiendo en su modesta casa adosada de la Ciudad de México, con su esposa y su hijo de 11 años.

Vivaz, profundamente bronceado y con su cabello plateado peinado hacia atrás de forma juvenil, López Obrador ha sido durante mucho tiempo la alternativa más reconocible a los dos partidos políticos dominantes de México.

Durante sus anteriores carreras presidenciales fallidas como miembro del Partido de la Revolución Democrática, de tendencia izquierdista, era conocido por su habilidad mesiánica para atraer seguidores a las calles en su base, la Ciudad de México y sus alrededores, y por enfrentarse con oponentes que afirmaban que su visión radical representaba un “peligro para México”.

Después de su acotada derrota, en 2006, ante Calderón, a la que consideró un fraude electoral, movilizó a sus partidarios para una protesta de meses que paralizó el tráfico en una calle principal de la capital. Sus adversarios hoy señalan esa protesta como evidencia de que López Obrador carece de respeto por las instituciones democráticas, y lo acusan de un fervor puritano que raya en el autoritarismo.

En los últimos meses han advertido en repetidas ocasiones a los votantes que lo elegirán de nuevo, y un líder empresarial le dijo a sus empleados a través de una carta que hacerlo produciría “efectos catastróficos”.

Para López Obrador, las iniciativas en su contra son parte de una “guerra sucia” emprendida por magnates ricos “que no quieren dejar de robar”.

Pero también suavizó su retórica -particularmente en asuntos económicos- para atraer a los votantes moderados que quizás lo consideraban demasiado radical en el pasado.

Rompiendo con su tradición de atacar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés), que según dijo sumió a millones de mexicanos en la pobreza porque los pequeños agricultores y ganaderos no podían competir con el maíz, el queso y otras importaciones subsidiadas por Estados Unidos, ahora insiste en que apoya el libre comercio y el proceso de renegociación desencadenado por Trump en 2017.

Desde Chihuahua, López Obrador trató de mitigar la inquietud de quienes temen que sea el próximo Hugo Chávez. “Dicen que esto es populismo”, le dijo a la multitud. “Eso es algo que usan para crear miedo”.

El verdadero cambio en México requerirá de una amplia coalición, explicó, y eso significa dar la bienvenida a los miembros de otros partidos. “Necesitamos tener nuestras puertas abiertas”, advirtió.

Para hacer progresos en el norte, eligió como su director de campaña a un exlegislador del PAN que vive en el estado de Nuevo León. También ha viajado frecuentemente con Alfonso Romo, un adinerado empresario de la ciudad industrial de Monterrey, a quien se espera que nombre López Obrador como jefe de gabinete.

El candidato hizo del norte una prioridad en esta elección al lanzar su campaña en la violenta ciudad fronteriza de Juárez, comprometerse a reducir los impuestos en las comunidades fronterizas y reducir el costo de la gasolina, que ha aumentado significativamente como parte de los esfuerzos de Peña Nieto por terminar con el estado monopolio de la industria petrolera, y que ha sido un tema particularmente importante allí.

Sus críticos lo acusan de hacer promesas que serán imposibles de cumplir. Además de reducir los precios de la gasolina y elevar el salario mínimo, se comprometió a crear una serie de programas sociales para los ancianos, los enfermos y los estudiantes, todo ello sin aumentar los impuestos. López Obrador insiste en que pagará por el nuevo programa con el dinero ahorrado arrancando desde la raíz la corrupción anual de miles de millones de dólares.

Exactamente cómo planea eliminar la corrupción no está claro. López Obrador ha dicho que predicará con el ejemplo, pero los críticos señalan que podría no ser suficiente en una cultura donde el pago de sobornos se considera una realidad. Incluso algunos partidarios saben que podría estar prometiendo demasiado.

Pero lo que más le importa a sus defensores, como María Isabel Pérez Cervantes -una maestra de 57 años, de Chihuahua, que ha votado por él desde 2006- no es que logre todos los objetivos, sino que siga siendo honesto, afirmó. Aunque sus oponentes lo han intentado, “nunca le han encontrado algo sucio”, dijo. “Mientras saque a las ratas, seré feliz”.

Pérez estaba animada de que multitud más grande apoye a López Obrador, incluso si eso significaba no poder tomarse una selfie con él, como lo había hecho en pequeños eventos del pasado. La mujer sonrió a las hordas de personas que lo rodeaban mientras bajaba del escenario e intentaba caminar hacia su caravana. “En aquel entonces”, recordó, “siempre decían que estábamos locos”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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