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En un mundo de gratificación instantánea, la ‘prueba del malvavisco’ revela una sorpresa sobre los niños

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Aquí hay un desafío psicológico para cualquier persona mayor de 30 años, que piense que los “niños de hoy en día” no pueden retrasar su gratificación personal: antes de juzgar, espere un minuto.

Resulta que una generación de estadounidenses que ahora se abre camino en la escuela secundaria, la preparatoria y la universidad, son bastante capaces de resistir la perspectiva de una recompensa inmediata en pos de obtener una más grande más adelante. No solo eso, pueden esperar un minuto más que la generación de sus padres, y dos minutos más que la de sus abuelos.

Puede que no parezca mucho, pero poder aguantar uno o dos minutos más a una edad temprana puede venirles bien a largo plazo. La investigación sugiere que los resultados superiores en una tarea de gratificación retrasada durante los primeros años del niño se asocian con un mejor rendimiento en la escuela y en el trabajo, relaciones más sanas e incluso menos enfermedades crónicas.

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Esos hallazgos surgen de un nuevo esfuerzo para comprender cómo ha cambiado con el tiempo la capacidad de los niños para resistir ante la promesa de más. El estudio, publicado esta semana en la revista Developmental Psychology, resucitó un experimento que se convirtió en un clásico de la psicología del desarrollo: la llamada prueba del malvavisco.

Iniciada en la década de 1960 por un joven profesor de psicología de Stanford llamado Walter Mischel, la prueba del malvavisco dejó a un niño, de entre tres y cinco años, solo en una habitación con dos platos idénticos, cada uno con diferentes cantidades de malvaviscos, pretzels, galletas u otras delicias. Antes de salir de la sala “para hacer algo de trabajo”, el investigador adulto le indicó al niño que podía comer en cualquier momento la golosina única en un plato. Pero si esperaba a su regreso antes de comerla, podría obtener a cambio un segundo dulce más grande.

Después de que el experimentador cerraba la puerta, los investigadores en el otro lado de un espejo de dos vías monitoreaban la pelea del niño con la tentación y registraban cuánto tiempo podía aguantar antes de lamer o comer el dulce.

Replicada muchas veces y seguida por una amplia gama de investigadores, la prueba del malvavisco ganó reconocimiento como un poderoso predictor de rendimiento futuro, al menos entre los niños blancos de padres educados. En comparación con los pequeños que se lanzaron a la recompensa temprana, quienes obtuvieron un premio mayor tuvieron mejores calificaciones en la escuela, puntajes más altos en el SAT, lograron una mayor autoestima y mejores habilidades emocionales para afrontar la vida, y tuvieron menos probabilidades de abusar de las drogas.

Otros estudios encontraron que los niños que no podían postergar la gratificación eran más propensos a tener sobrepeso u obesidad 30 años después, y tenían una peor salud general en la edad adulta.

Los resultados enfocaron a psicólogos, educadores de la primera infancia y padres en el papel clave que la autorregulación y la función ejecutiva pueden jugar en el futuro de un niño, y en la necesidad de nutrir esas habilidades mucho antes del kindergarten.

El nuevo estudio, realizado por Mischel (ahora en la Universidad de Columbia) y colegas en todo el país, sugiere que el enfoque ha dado frutos.

Entre los 165 niños que participaron en la primera ronda de experimentos en Stanford de 1965 a 1969, la tarea tendía a ser muy difícil o bastante fácil: cerca del 30% engulló el dulce individual dentro de los 30 segundos de la salida de los investigadores de la habitación, mientras que algo más del 30% pudo esperar los 10 minutos que era el límite de la ausencia del adulto. La mayoría de los chicos que no aguantaron, comieron la golosina dentro de los seis minutos.

Estos sujetos originales ahora tienen entre 52 y 58 años.

Cuando el experimento de marshmallow se replicó en un grupo de 135 niños en edad preescolar de la ciudad de Nueva York, entre 1985 y 1989, pareció haber cambios. Alrededor del 16% de los niños aguantaron solo 30 segundos o menos antes de tragar el dulce, y aproximadamente el 38% aguantaron durante 10 minutos. En el medio, la tendencia fue para resistencias más prolongadas. Estos sujetos ahora tienen entre 32 y 38 años.

Cuando entre 2002 y 2012, la psicóloga de la Universidad de Minnesota Stephanie M. Carlson y sus colegas de la Universidad de Washington, en Seattle, realizaron exactamente el mismo experimento con 540 niños, los cambios parecieron reales. Cerca del 60% de los chicos evaluados aguantaron los 10 minutos completos para obtener una recompensa más grande. Y solo alrededor del 12% reclamó su recompensa en el primer medio minuto.

Estos niños -como las dos cohortes anteriores, abrumadoramente de familias blancas, con ingresos relativamente altos y logros educativos- ahora tienen entre 11 y 21 años.

En promedio, esperaron dos minutos más (durante un período de 10 minutos) que los de la década de 1960, antes de obtener su recompensa. Y aguardaron un minuto más que los sujetos de la década de 1980.

¿Sorprendido? No está solo.

En una encuesta realizada antes del nuevo análisis, los autores del estudio descubrieron que los adultos en Estados Unidos “generalmente intuyen” que los niños de hoy son menos tolerantes a la gratificación retrasada y menos autocontrolados que los de hace 50 años.

Aproximadamente las tres cuartas partes de una muestra representativa de adultos estadounidenses no creían que los niños en estos días mostraran mucha autocontención por una mejor recompensa. Y los padres, especialmente los latinos, estaban convencidos de que sus propios hijos no demorarían la gratificación tanto como lo habían hecho cuando tenían cuatro años.

Carlson no estaba tan segura. Por un lado, se preguntaba cómo se sostendría el autocontrol de los niños bajo la influencia de la televisión diaria y en medio de un aumento drástico en los diagnósticos de déficit de atención e hiperactividad (TDAH).

Por otro lado, sabía que la investigación ha registrado un aumento constante en los puntajes de IQ de los niños, el llamado efecto Flynn, que se correlaciona con la función ejecutiva. Y sabía que una parte cada vez mayor del tiempo de pantalla de los niños, incluidos los videojuegos y algunas redes sociales, puede ayudarlos a aprender a manipular el lenguaje y otras abstracciones para acumular aprobación social y otras recompensas.

La mayor inscripción preescolar y los cambios en los estilos de crianza, incluido el aumento del niño empoderado, también podrían contribuir a las mejoras generacionales en la capacidad de los niños para retrasar la gratificación, contempló Carlson. Después de todo, solo el 15.7% de todos los pequeños de tres y cuatro años de edad asistían a preescolar en 1968. Para el año 2000, más de la mitad de los chicos de esa edad iban a escuelas que destacaban las habilidades sociales y el autocontrol como piedras angulares de la preparación educativa.

Además, Carlson observó a sus propias hijas, ahora de 19 y 22 años, y pensó para sí misma que los niños podrían estar haciéndolo bien.

Los hallazgos “me hacen sentir esperanzada”, dijo. No solo no desaparecieron las cualidades como la perseverancia y el autocontrol; una medida simple e inalterada de esas cualidades -la prueba del malvavisco- ha resistido muchos desafíos, incluido el paso del tiempo.

“El retraso en la gratificación sigue siendo un buen indicador de estas habilidades de autorregulación y funciones ejecutivas, y estamos aprendiendo más cada día sobre lo importantes que son para la preparación y el rendimiento escolar”, indicó Carlson.

El siguiente desafío, agregó, será llevar la prueba del malvavisco a comunidades más diversas y comprender mejor si tiene el mismo poder predictivo en los niños que no son blancos, ricos y de familias bien educadas.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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