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En la agitada Ciudad de México, un mercado callejero para embellecerse por poco dinero

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La Plaza de la Belleza de la Ciudad de México tiene el atractivo de cualquier otro mercado mexicano: la gente vende productos electrónicos pequeños, ropa barata y mango recién cortado rociado con salsa picante.

Pero este mercado está dominado por un tipo de comercio muy diferente: la gente viene aquí para embellecerse.

Sentados en sillas en la acera, o dentro de los puestos divididos por lonas de plástico, los clientes se depilan el rostro y las cejas, se curvan las pestañas, se blanquean los dientes y se quitan los callos de los pies.

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Los servicios -tan diversos como tratamientos para el acné y la aplicación de uñas acrílicas de cuatro pulgadas de largo- se llevan a cabo al aire libre, a la vista de los extraños que pasan por allí apresuradamente.

Con cientos de esteticistas que compiten por hacer negocios, la plaza podría ser el spa al aire libre más grande del mundo.

Escondida detrás de un monasterio del siglo XVI que se asoma, el sitio es un paraíso para aquellos que no pueden pagar los costosos salones que ofrecen agua de té y pepino, en las partes más caras de la ciudad.

Pero este no es un lugar para los tímidos.

La gente viene de todas partes para embellecerse antes de todo tipo de ocasiones: festejos de quinceañeras, bautizos, citas amorosas.

Los clientes favoritos de Habib Mansur, estilista de uñas, son novias que se preparan para sus bodas. “Es una emoción total”, afirmó Mansur, un hombre de 22 años, con cabello oscuro y ojos verdes brillantes. “Eres parte del día más importante de sus vidas”.

El joven, quien comenzó hace algunos años como estilista pero cambió al rubro de las uñas “porque odiaba tener todos esos mechones de pelo encima”, trabaja en Antology Nail, uno de los 70 puestos de uñas que se amontonan en el lado oeste de la plaza.

El olor a acetona es abrumador y la estética del diseño raya en lo aterrador: cada puesto tiene anaqueles llenos de manos de plástico con puntas acrílicas que muestran el trabajo de los estilistas.

La plaza es más que un salón de belleza al aire libre, afirmó Mansur, en una reciente tarde de calor bochornoso. Es un lugar de curación. “No solo hacemos uñas, también somos psicólogos y consejeros”, relató. ”A veces la gente viene aquí solo para sacar cosas de su interior”.

Cuando los clientes profundizan mucho, generalmente es siempre acerca de un tema, afirmó con una sonrisa su jefa, Sofía Villanueva: “Su vida amorosa”.

Villanueva comenzó a trabajar aquí hace más de una década, cuando era adolescente y solo había cuatro puestos de uñas en la plaza. El mercado creció naturalmente desde entonces, observó.

La Plaza de la Belleza se siente como en casa, en el centro histórico de la Ciudad de México, un laberinto de calles estrechas bordeadas de edificios de la época colonial y llenas de todo tipo de comercios. Después de todo, ¿qué no está a la venta en estas calles?

Las cuadras que rodean el Zócalo, la magnífica plaza principal del país, es el sitio adonde ir cuando se necesita un trofeo, un tatuaje barato o pantuflas personalizadas. Allí se encuentran los tlacoyos más deliciosos de la ciudad -discos de masa de maíz en forma de torpedo, rellenos de habas-, artículos imitación de Nike y Versace, y el abrigo de invierno perfecto para un perro chihuahua.

Está Francisco Madero, una pasarela peatonal llena de tiendas que venden solo anteojos, y Bolívar, una calle llena de tiendas de altavoces e instrumentos musicales. En el cercano mercado La Merced se puede adquirir maíz, pimientos de chile y hasta servicios sexuales: las prostitutas deambulan en vestidos cortos y tacones altísimos.

Si todo ello ocurre en la calle, ¿por qué no sentarse y teñirse las pestañas en un descanso de las compras?

Miles de personas visitan cada semana la Plaza de la Belleza, en Ciudad de México, para prepararse para todo tipo de ocasiones.

Las pestañas de una mujer, que antes habían sido enroscadas en pequeños rodillos de espuma, ahora estaban cubiertas de plástico blanco. La permanente le había costado alrededor de $4,50, aproximadamente el salario mínimo diario de México.

La clienta, una costurera, relató que no puede permitirse ir al mercado más de una o dos veces al año. Pero esta era una ocasión especial: la boda de su sobrino. “Estoy aquí para lucir bella”, afirmó.

Mientras esperaba 30 minutos para que sus pestañas se fijaran, bromeaba con otros clientes y con el técnico que la atendía -e intentaba venderle otros servicios-. “Tomaré una michelada”, dijo riendo, refiriéndose a la clásica bebida mexicana de cerveza, sal y lima.

Parte del éxito del Mercado de la Belleza puede ser la comodidad que sienten los mexicanos para mostrar sus vidas en público.

Esta extensa capital de montaña es una de las áreas más pobladas del mundo; no es fácil encontrar privacidad aquí. Por ello, las parejas se besan sin vergüenza en los parques, y los tacos, las tortas y las quesadillas se comen de pie, al costado de una calle.

En un puesto que ofrecía extensiones y trenzado de cabello, Cintia Texon y otras mujeres veían películas de acción en un televisor de pantalla plana, mientras los estilistas trabajaban afanosamente en sus cabezas.

Uno de los servicios más caros disponibles -un conjunto completo de trenzas artificiales de colores del arco iris- tenía un costo de $150 y tardaba seis horas en tejerse.

Texon, de 28 años, había optado por arreglar su propio cabello con gruesas trenzas, por una décima parte de ese precio. Su niño pequeño se retorcía en su regazo, mientras ella conversaba con la niña de 16 años que la peinaba, Silvia Robles.

Los tratamientos de belleza, ya sea en un salón caro o aquí en la calle, “son una terapia”, afirmó la joven que confesó que “se siente bien hacer algo por uno mismo”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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