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El arzobispo Oscar Romero será santo décadas después de su asesinato

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El Papa Francisco despejó el camino a la santidad para el arzobispo Oscar Romero, un querido defensor de los pobres y feroz crítico de la guerra civil de El Salvador, que fue asesinado en 1980 por un escuadrón de la muerte de extrema derecha.

El Vaticano anunció el miércoles que Francisco considera a Romero un modelo para la Iglesia Católica Romana y aprobó un milagro atribuido al arzobispo, requisito para la canonización. Afirmó que el papa también había aprobado un milagro del papa Pablo VI, lo cual significa que él también puede ser elevado a la santidad.

La noticia viene después de años de esfuerzos de los conservadores de la iglesia para bloquear la canonización de Romero, por considerar sus sus puntos de vista políticos como favorecedores de la izquierda. La noticia fue celebrada por los salvadoreños, tanto en su país como en los Estados Unidos, donde Romero es visto hace mucho tiempo como una fuente de fortaleza y coraje.

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“Hemos pasado por tanta adversidad”, aseguró Óscar Domínguez, presidente de El Salvador Corridor, un tramo en el barrio Pico-Union de Los Ángeles que honra a la gran comunidad de inmigrantes salvadoreños de la ciudad. “Pero esto nos da una gran motivación”, aseveró. “Tenemos un héroe. Tenemos un santo”.

Para algunos, la canonización pendiente trajo esperanza durante un momento difícil para los salvadoreños.

La decisión, en enero pasado, del presidente Trump de rescindir el estatus de protección temporal -conocida como TPS- puso a alrededor de 262,000 salvadoreños en riesgo de ser deportados. Poco después, se informó ampliamente que Trump hizo referencia a El Salvador cuando utilizó un insulto para quejarse ante varios miembros del Congreso sobre algunos países que envían inmigrantes a los Estados Unidos.

“Esto se produce en un momento en que la comunidad inmigrante, particularmente la salvadoreña, está siendo atacada por la administración federal”, expresó la asambleísta Wendy Carrillo (D-Los Angeles), cuyo padre murió en la guerra de El Salvador. “Para mí, personalmente, Romero es un recordatorio de que hay personas que han allanado el camino, que han dado su vida para luchar por la igualdad y que lo que estamos viviendo ahora ya se ha vivido antes”.

En El Salvador, que ha sufrido altos niveles de violencia y donde aún existe una gran brecha entre ricos y pobres, el cardenal Gregorio Rosa Chávez, amigo de Romero, calificó las noticias como “un regalo para el país y una promesa de que podemos encontrar una salida a tanta violencia, a tanto sufrimiento”.

Muchos salvadoreños ya consideran a Romero un santo. Alrededor de 250,000 de ellos asistieron a sus ceremonias de beatificación, en 2015, y algunos se pusieron camisetas y que lo declaraban “Santo Romero”.

Nacido en 1917, el religioso comenzó su carrera en la iglesia como un relativo conservador. Pero después de ver por años cómo los pobres de El Salvador eran maltratados por un puñado de ricos oligarcas lo volvieron contra la élite. Fue impulsado a la acción social unas semanas después de ser nombrado arzobispo, cuando un compañero sacerdote que había pedido por los derechos de los trabajadores fue asesinado.

Eran los primeros días de la guerra civil del país, que enfrentó a los rebeldes contra un gobierno de derecha respaldado por los Estados Unidos.

En homilías y programas de radio ampliamente difundidos, Romero imploraba al gobierno que hiciera más por los pobres y criticaba las tácticas represivas de los militares. Obtuvo reconocimiento internacional cuando escribió una carta al presidente Carter, en la que solicitaba que los Estados Unidos pusieran fin a la ayuda militar a El Salvador.

El día antes de su muerte, Romero pronunció un sermón en el cual pidió a los soldados del ejército que no obedecieran órdenes de matar civiles. “En el nombre de Dios, se los ruego, les ordeno que detengan la represión”, manifestó.

La noche siguiente, mientras daba una misa en una capilla de un hospital, un asesino desconocido se acercó al altar y le disparó en el corazón. Aunque nadie fue condenado por el crimen, una comisión de las Naciones Unidas concluyó -después del final de la guerra civil del país, en 1992- que el mayor del ejército Roberto D’Aubuisson había dado la orden.

Hubo caos en el funeral de Romero, unos días después, y decenas de personas murieron. La izquierda y la derecha se culparon mutuamente por desatar la violencia.

Ese incidente y el asesinato del religioso fueron vistos como eventos clave al comienzo de la guerra civil, que se prolongó por 12 años y en la cual 75,000 personas murieron y miles desaparecieron.

Los conservadores dentro de la iglesia durante mucho tiempo bloquearon las iniciativas para nombrar santo a Romero, argumentando fue asesinado por sus políticas, no por su religión. El caso de la canonización de Romero se estancó en el Vaticano bajo el papado de Juan Pablo II, parte de una generación de clérigos a quienes les desagradaban las asociaciones del salvadoreño con la teología de la liberación, un movimiento que sostenía que si bien los miembros del clero debían cuidar de los humildes, también debían impulsar cambios políticos para terminar con la pobreza.

Francisco, un jesuita de Argentina que se convirtió en Papa en 2013, y cuya creencia fundamental es ayudar a los necesitados, hizo del caso de Romero una prioridad. Despejó el camino para que fuera beatificado, en 2015, y ahora para la canonización, el último paso para la santidad.

El padre Thomas Reese, analista del National Catholic Reporter, consideró que el anuncio del miércoles “muestra ante todo que al papa Francisco realmente le gustaba y admiraba a Oscar Romero”.

“Para Francisco, él era un obispo que se preocupaba por los pobres y marginados, y estaba dispuesto a dar su vida por ellos”, explicó Reese. “Ese es el tipo de obispo que Francisco quiere, ese es el modelo, y ese es su mensaje para los obispos en América Latina”.

Normalmente, los candidatos a la santidad deben estar unidos a dos milagros. En el caso de Romero, sin embargo, es declarado mártir por su fe, lo cual significa que solo se le debe atribuir un milagro.

El milagro que despejó el camino se refiere a la cura médicamente inexplicable de una mujer salvadoreña, embarazada y enferma terminal, que se recuperó repentinamente después de que su esposo le rezara a Romero, precisaron funcionarios del Vaticano.

Para James Martin, sacerdote y autor jesuita, el anuncio marca un alejamiento de los conflictos pasados para la iglesia, y corrige un error histórico. “La canonización de Oscar Romero es un gran avance para la iglesia, y un gran error finalmente corregido”, tuiteó. “El arzobispo Romero, asesinado a balazos en el altar mientras pronunciaba misa, después de su defensa de los pobres de Dios, en El Salvador, fue claramente, siempre, un mártir y un santo”.

En Los Ángeles, donde viven más de 350,000 salvadoreños, la comunidad celebró el anuncio del papa. Muchos aguardaron décadas para este momento.

Muchos refugiados salvadoreños que huyeron de la guerra se vieron reflejados en Romero, que solía visitar pueblos y sentarse en el suelo, junto a la carretera, para comer sándwiches con los aldeanos.

Durante años, los líderes comunitarios en Los Ángeles han encontrado formas de rendir homenaje a su memoria.

Llamaron a una clínica y una escuela secundaria en su honor. También instalaron una estatua en MacArthur Park y dedicaron la intersección de Pico y Vermont como Monseñor Oscar Romero Square. El año pasado, una calle también fue bautizada con su nombre.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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