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Después de la muerte de una amada abuela, la luz y el amor cruzaron el océano

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El sacerdote se dio vuelta y se alejó agitando un brazo para que yo lo siguiera. Mientras lo escoltaba por el pasillo, me detuve en los escalones del altar en tanto que, poco a poco, él desaparecía en el vestíbulo.

Eché un vistazo hacia los bancos vacíos, a la entrada de la iglesia. El abrasador sol de abril se abría paso a través de las puertas arqueadas de la catedral de Hoi An, los rayos se reflejaban con tanta fuerza en el brillante suelo que mis ojos se entrecerraron por seguridad.

El sacerdote reapareció con una vela del tamaño de una lata de refresco, adornada con una pegatina con una cruz dorada que cubría la parte delantera de su envoltura de plástico.

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“Para ti”, dijo. “Dios te bendiga.”

‘La Ciudad de los Faroles’

Estuve en Vietnam en una gira de tres meses por el sudeste asiático. Fue la culminación de dos años de planificación, ahorro y prácticas de “hola” y “gracias” en tailandés, lao y vietnamita.

Hoi An era el punto culminante del viaje. A esta antigua ciudad portuaria en la costa central de Vietnam, a menudo se la llama la “Ciudad de los Faroles”, y casi todos los edificios de su casco antiguo están decorados con lámparas de papel, una tradición de 400 años que acentúa la fusión de arquitectura con influencias chinas, japonesas y francesas de la ciudad.

Más allá de su belleza física, Hoi An tiene comidas callejeras distintivas, mercados inmensos y un ritmo relajado que me atrajo desde el primer día.

Con ánimo de experimentar las afueras rurales de la ciudad, dejé Hoi An en motocicleta un soleado martes por la mañana y pasé el día recorriendo los pueblos que rodean el delta del río Thu Bon. La vida tranquila fue el telón de fondo ideal mientras planeaba entre las orillas del río.

Cuando tuve servicio de celular otra vez esa tarde, vi que tenía un mensaje de voz desde mi casa. Mi abuela, la matriarca de la familia, había muerto inesperadamente.

Pasé las horas siguientes buscando vuelos a casa, pero las opciones más económicas costaban casi tanto como todo mi viaje. Mis esfuerzos, finalmente comprendí, eran inútiles. Me quedaría en Vietnam.

Devota católica

Mi abuela murió en la casa de Nueva Jersey donde crió a ocho hijos, justo al otro lado de la mesa de la cocina, donde se sentaba para llamar a cada uno de sus 57 nietos y bisnietos en sus cumpleaños.

“Mamá-Mamá” (“Mamá-Mamá-Mamá”, para sus bisnietos) era una católica devota que regularmente encendía velas de oración, una costumbre que data de los primeros días del cristianismo. Durante mi infancia, con frecuencia veía velas encendidas en su habitación cuando los miembros de la familia estaban en el hospital, esperaban ofertas de trabajo o simplemente necesitaban un poco de buena suerte.

Las velas incluso se iluminaban para los viajes de larga distancia. No tengo dudas de que encendió una cuando salí de LAX, para mi vuelo transpacífico.

Ahora, sentado en mi habitación, entristecido por no poder llorar con mi familia y sintiéndome más lejos de casa que nunca, recuerdo haber pasado la catedral en el casco antiguo de Hoi An.

Salí de mi hotel en una bicicleta alquilada y recorrí los caminos de concreto que serpentean a través del laberinto de campos de arroz de Hoi An. Me dirigí hacia Ly Thuong Kiet, una calle principal, antes de continuar hacia las puertas de la catedral.

Mientras pedaleaba, pensé en la alegre respuesta de Mamá-Mamá cuando le conté mi plan aventurero por el mundo.

Dentro de la iglesia, encontré al sacerdote -un hombre delgado con una camisa de lino, sujeta con un collar clerical- que se preparaba para la misa vespertina. Lo interrumpí mientras apilaba misales. “Lo siento”, le dije, “pero me preguntaba si tiene una vela que pueda encender”.

Le comenté por qué la quería y, en un inglés acotado, me preguntó por mi abuela. Luego se dirigió hacia el vestíbulo.

Al regresar con la vela, me sugirió que me quedara para la misa. Rehusé cortésmente, le estreché la mano y volví a mi bicicleta.

La vela permaneció en mi mochila hasta mi último día en Hoi An, la tarde que coincidió con el funeral de Mamá-Mamá. La encendí en la mesita de noche de la habitación del hotel; me reconfortó saber que, de alguna manera, estaba compartiendo esta experiencia con mi familia.

Me senté en el borde de la cama y mis ojos se fijaron en la llama. En ese momento, en la Ciudad de los Faroles de Vietnam, mi hogar no parecía tan lejano.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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