Anuncio

Víctor Espinoza, el jinete del Salón de la Fama, se aferra a la vida

Share

El jockey del Salón de la Fama está sentado en una silla de comedor con respaldo rígido, la única en su casa en la cual puede acomodar su cuerpo malogrado.

Sus manos debilitadas toman riendas invisibles, agarran el aire, una y otra vez.

Su cabeza está inmóvil debido a un collar ortopédico, pero sus ojos se mueven, se llenan y rebosan de lágrimas.

“En un momento estoy ganando la Triple Corona”, dice suavemente Víctor Espinoza. “Al minuto siguiente, no puedo comer por mí mismo”.

Anuncio

La espaciosa casa de Del Mar es tranquila. La habitación, con los brillantes trofeos de plata, luce oscurecida; un caballo mecánico ya no cruje.

Este es un vistazo más allá de las cintas de seda de los campeones; es el otro lado de las rosas. Aquí es donde termina el viaje y comienza la realidad.

Un domingo de julio por la mañana, en el famoso circuito de Del Mar, Espinoza montaba a Bobby Abu Dhabi en un entrenamiento, cuando sus mundos literalmente desaparecieron bajo sus pies.

Bobby Abu Dhabi repentinamente colapsó debido a un aparente ataque cardíaco. Espinoza voló por el aire. El gigante caballo murió inmediatamente. El hombre, de cinco pies y una pulgada, y 112 libras de peso, voló hacia la tierra y se rompió el cuello.

Espinoza quedó inicialmente paralizado. Desde entonces recuperó la sensibilidad en todo su cuerpo menos en su brazo izquierdo; sin embargo, su movilidad es muy limitada y sus músculos rebosan de incertidumbre.

El hombre necesita de un cuidador las 24 horas, que lo ayude a levantarse de la cama, vestirse y bañarse. Aunque puede caminar, no siempre es de manera constante. También puede alimentarse a sí mismo, pero lentamente, y a menudo con una sola mano. Cada día que pasa se vuelve más fuerte, pero permanece confinado al collarín ortopédico y experimenta episodios ocasionales de dolor agudo.

“Tu cuerpo tiene que reajustarse, aprender cómo hacer todo de nuevo”, relata Espinoza, de 46 años. “Es lo más difícil que he hecho en mi vida”.

Aunque planea volver a montar, dice que ni siquiera puede pensar en eso ahora. Pasa sus días lejos de la pista donde una vez ganó siete carreras en un día, luchando con el aislamiento de la terapia física y la frustración mental.

“Lo que le sucedió a Víctor es lo que más tememos”, asegura Gary Stevens, un compañero jockey del Salón de la Fama, quien visitó recientemente a Espinoza. “Una lesión en la columna. Alguien que quizás no regrese a la silla de montar. Es una verdadera advertencia”.

Ese temor vive a diario con Espinoza, y lo discutió abiertamente en una reciente entrevista de 90 minutos en su casa. El atleta, normalmente afeitado, alguna vez lo suficientemente glamoroso como para aparecer en “Dancing With The Stars”, luce una barba irregular porque no puede afeitarse. Su cabello está cada vez más largo; no puede quitarse el collarín para recortarlo.

La mayor parte de la entrevista, Stevens está sentado en esa silla dura, pero al final de la conversación, llama a la cuidadora, Rosie Aponte, para que lo acompañe en una caminata lenta por unas escaleras hacia un reluciente recuerdo que descansa en una vitrina.

Quería mostrarle a su visitante la silla de montar de cuero marrón y negro, que utilizó para llevar a American Pharoah a la victoria en el Derby de Kentucky, Preakness y Belmont Stakes 2015, lo cual le valió el título del primer ganador de la Triple Corona en 37 años. “Alguna vez fui un campeón”, expone. “Pero cuando montamos los caballos, la ambulancia nos sigue por un buen motivo”.

Para quienes desconocen la actividad, suena absurda esta idea de que un legendario jinete se levante de la cama un domingo por la mañana, para montar un caballo y practicar con éste, gratuitamente.

¿Por qué lo hace un tipo como Espinoza, que ha estado entre los ganadores en siete carreras de la Triple Corona, con más de 3,300 victorias?

Resulta que es parte del juego. Los entrenadores valoran la opinión de un jinete en ciertos caballos, y si esos jinetes valoran sus monturas, acuden cuando se los llama.

“Eso es parte de nuestro trabajo; es exactamente lo que hacemos”, asegura Espinoza, y así, ese tercer domingo de julio, se apresuró a cruzar la carretera para correr con Bobby Abu Dhabi, como un favor para el entrenador Peter Miller.

Espinoza había montado al caballo de cuatro años en sus cuatro carreras previas; dos de esas veces terminó primero, e iba a competir en el Bing Crosby Stakes del fin de semana siguiente. Cuando ensilló a Bobby Abu Dhabi esa mañana, lo abrazó como a un viejo amigo y le susurró a su melena: “Tú cuidas de mí, yo cuido de ti”.

Es lo mismo que le susurra a todos los caballos que monta, con los que cree que comparte un corazón. Desde que comenzó a montar de todo -desde burros hasta ovejas y toros- en su infancia, como el onceavo de 12 niños en una granja en Hidalgo, México, comparte ese sentimiento con todo lo que ha ensillado.

Tenía tantas ganas de montar a caballo para ganarse la vida, que pagó la escuela de jockey conduciendo un autobús en Ciudad de México. Hoy todavía ve su trabajo como un privilegio, y su rol como el de un cuidador.

“Son como humanos. Es mi trabajo cuidar de ellos. Solo somos el caballo y yo; solo nosotros, juntos”, afirma. “Los caballos saben. Ellos tienen confianza en mí. Saben que nunca dejaré que les pase nada malo”.

Pero luego, varias zancadas antes de la línea de meta al final de ese entrenamiento dominical, su base se cayó. “El caballo desapareció debajo de mí”, relata Espinoza. “Desapareció. Así, de golpe. Se acabó”.

Espinoza se había roto la mano y el brazo en dos ocasiones por caídas, pero en esas dos oportunidades había tenido algunos segundos de advertencia por un tropiezo. Esta vez no ocurrió. Este caballo no tropezó, simplemente se derrumbó.

“En 30 años de entrenamiento, nunca tuve una caída así”, aseguró Miller, por su parte. “Nunca he visto algo semejante”.

Espinoza nunca volvió a ver al caballo. Se estrelló contra la pista y terminó de espaldas, cubierto de tierra, incapaz de quitársela de encima. “No sentía nada; los paramédicos incluso tuvieron que quitarme la suciedad de la cara”, recuerda. “Entonces vi la expresión de sus ojos y dije: ‘Oh, no’”.

Su mente recordó a los jinetes paralíticos que visitaban los establos. Pensó en otro jockey de la Triple Corona, Ron Turcotte, el jinete del gran Secretariat, que quedó parapléjico después de lesionarse en una caída en 1978.

“Pensé, estoy paralizado. Mi mente se volvía loca, pensaba en muchas cosas locas”, asegura. “En mi mente veo todas las sillas de ruedas cerca de los establos. Estaba tan asustado. Sentía ¿por qué me pasa esto a mí?”

Después de todo, es Espinoza quien generalmente ayuda a los afligidos, donando el 10 por ciento de sus ganancias a City of Hope. Es él quien parecía invencible al ganar cinco de seis carreras de la Triple Corona, en 2014 y 2015.

“Es un gran jinete”, aseguró Miller. “Tiene agua helada en las venas”.

Ese domingo por la mañana, en julio, Espinoza simplemente oró para sentir algo en sus extremidades. Se recuperó, lentamente; la pierna derecha volvió a la vida en la ambulancia, la izquierda comenzó a moverse en el Scripps Memorial Hospital, en La Jolla, donde se le diagnosticó una fractura de vértebra C3, en el cuello.

Aún no podía mover su brazo izquierdo. Los médicos inicialmente pensaron que había sufrido un derrame cerebral. Un día después, mientras lo alimentaban con budín de vainilla, finalmente se hundió y comenzó a llorar.

“Pensé, monto todos estos caballos como si nada, y ahora mírenme”, confesó.

También comenzó a llorar la pérdida de Bobby Abu Dhabi, su compañero de equipo, que se había ido antes de que él lo supiera. “No pude salvar a ese caballo; lloro por eso”, afirma Espinoza. “Me senté sobre ese poderoso animal, sentí su velocidad, era algo tan hermoso. Él cayó y yo no pude hacer nada para ayudarlo; eso duele”.

Durante su tercera jornada -de un total de 12 días- en un hospital y centro de rehabilitación, su actitud comenzó a mejorar cuando recibió la visita del primer entrenador. Era, obviamente, Bob Baffert, quien había trabajado con Espinoza como entrenador de American Pharoah. Baffert quería que Espinoza supiera cuánto se apreciaba su valentía.

“Nos olvidamos de que estos jockeys arriesgan sus vidas todos los días”, destacó Baffert. “No hay nada peor cuando ves que les sucede algo. Toda la diversión y la emoción termina. Cambia la forma en que ves todo”.

Espinoza espera que su historia pueda cambiar cómo el mundo mira a los jinetes, y comprender qué tan rápido pueden pasar del círculo de ganadores a los brazos de un cuidador que los ayuda a levantarse de la cama en medio de la noche para usar el baño. “Nuestras vidas, nuestros peligros, son reales; no son una broma”, asegura. “La gente debería saber que esto es lo que arriesgamos cada vez que nos subimos a un caballo”.

Una vez completada la entrevista, Espinoza se levanta graciosamente y comienza a caminar lentamente hacia la puerta de entrada, para acompañar a su visitante. En su recorrido, pasa paredes con recuerdos bellamente enmarcados, emblemas de seda de campeonatos y fotos en todas partes. Ahora no puede girar su cuello para verlos. Sólo sigue caminando, como si todo ello ni siquiera estuviera allí.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

Anuncio