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China roba propiedad intelectual estadounidense, pero los aranceles de Trump podrían poner fin a la práctica

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La guerra arancelaria entre EE.UU. y China seguramente producirá consecuencias económicas muy reales y repercusiones políticas en ambas naciones. También es una oportunidad para reexaminar la relación comercial entre las dos economías más grandes del mundo y, tal vez, establecer un nuevo curso que aborde algunos de los temas pendientes sobre las prácticas comerciales chinas.

Independientemente de lo que uno pueda pensar de las acciones del presidente Trump, el mandatario está confrontando a China con sus prácticas comerciales desleales y el robo de la propiedad intelectual estadounidense, mientras muchos evitan esta verdad por temor a una venganza.

Este verano, Trump impuso un 25% de aranceles sobre un total de $50 mil millones de dólares en bienes chinos, y Beijing tomó represalias. Trump ahora considera agregar más productos chinos -como mínimo por valor de $200 mil millones- a esa lista. La respuesta en EE.UU. ha sido la volatilidad del mercado bursátil y preocupaciones sobre el aumento de los costos de fabricación y los precios al consumidor.

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Vale recordar que las prácticas comerciales chinas que irritan a Trump realmente importunan a los estadounidenses y a otros que hacen negocios con China, y se remontan a décadas, por lo menos hasta mediados de la década de 1980, cuando China -con el mandato de Deng Xiaoping- se abrió al mundo.

Una vez que Estados Unidos reconoció formalmente a la República Popular, en 1978, las empresas estadounidenses se dejaron tentar por la perspectiva del mercado chino sin explotar, de mil millones de consumidores. Sin embargo, lo que pronto descubrieron las compañías estadounidenses fue que este socio comercial no cumplía con las reglas aceptadas.

El mejor ejemplo de esta falta de respeto a las reglas sigue siendo la experiencia de McDonald’s a mediados de los años 1990. El gobierno municipal de Beijing rompió el contrato de arrendamiento de dos décadas de la compañía después de solo dos años, y desalojó a McDonald’s de su restaurante emblemático -de tres pisos y 700 asientos- en el corazón de la capital, para dar paso a un enorme complejo comercial. Como remarcó un informe noticioso de Estados Unidos en ese momento, “la disputa resume una arraigada noción china, de que los términos de los contratos pueden modificarse a voluntad”.

Aunque el ejemplo de McDonald’s es solo un caso, hemos visto muchas situaciones similares de primera mano cuando éramos, respectivamente, una reportera de una agencia de noticias por cable y un ejecutivo de negocios en Beijing.

El robo repetido y sin vergüenza de la propiedad intelectual por parte de China fue especialmente atroz y dañino. Un informe de 2017 de la independiente y bipartidista Comisión de EE.UU. sobre el Robo de la Propiedad Intelectual Estadounidense, calculó que el costo anual del robo de propiedad intelectual (PI) por parte de todas las partes asciende a entre $255 mil millones y $600 mil millones en productos falsificados, software pirateado y secretos comerciales robados; estas cifras no incluyen el costo total de la infracción de patentes.

La comisión señaló a China como “el principal infractor de PI en el mundo”.

Cuando el comercio sinoestadounidense operó en el marco del “estado de nación más favorecida”, el Congreso realizó una revisión anual antes de continuar las relaciones comerciales normales con China. Esto le dio a Washington un mecanismo de presión ante China para que cambie el comportamiento inaceptable en las relaciones comerciales y los derechos humanos. Ello quedó sin efecto cuando Beijing ganó la entrada en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en 2001.

Las negociaciones de la OMC sobre la membresía de China fueron la última y mejor oportunidad para poner fin a su robo de propiedad intelectual. Pero en lugar de negarse a admitir a Beijing hasta que la nación tomara medidas reales para detener las violaciones de los derechos de PI, la OMC simplemente aceptó la promesa china de que seguiría las reglas que rigen para otros miembros. Los últimos 17 años demostraron que ello fue un compromiso falso.

Una China ahora envalentonada impulsa su campaña “Made in China 2025”, un ambicioso plan no solo para mejorar la industria nacional, especialmente en sectores avanzados como tecnología de la información, robótica y productos farmacéuticos, donde la PI es clave, sino para competir y desplazar a empresas extranjeras a nivel nacional y mundial.

Con ese fin, China siguió presionando agresivamente a las compañías extranjeras para que entreguen la tecnología y los derechos de propiedad intelectual a cambio del acceso a los mercados, lo cual constituye una posible violación de las normas de la OMC.

Los líderes chinos sin duda ven las cosas de manera muy diferente, y la expresión “huo gai” bien podría aplicarse al tema. Traducida vagamente, ésta significa “te lo merecías”. Si dejas la puerta abierta y te roban, huo gai: fue tu culpa por no haberla cerrado. Del mismo modo, si las empresas estadounidenses no toman medidas para proteger su propia propiedad intelectual, es huo gai si China se aprovecha.

El enfoque de Trump, aunque desagradable para algunos e inquietante en el corto plazo, podría resultar en un nuevo capítulo muy necesario en el comercio entre China y Estados Unidos, en el cual Beijing podría verse obligado a cumplir al menos las normas que acordó cuando se afilió a la OMC. En todo caso, Trump ha desafiado inequívocamente a China por un comportamiento que no debería tolerarse, y allanado el camino para que otras naciones también lo hagan.

Al parecer, ello ya podría haber comenzado. Las noticias se refieren a una “reacción global sin precedentes” contra la inversión extranjera china, una “cautela... agudizada y acelerada por el gobierno de Trump”.

Estados Unidos sigue siendo el único jugador que puede desafiar eficazmente las prácticas desleales de China. Los gravámenes de Trump sentaron las bases para que los legisladores, negociadores comerciales y expertos en China desarrollen una estrategia mundial liderada por EE.UU. que sea clara, enérgica y tenga sentido, incluso si implica ciertas dificultades económicas a corto plazo en el país.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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