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COLUMNA: No, California no está “acabada”

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Hola. Mi nombre es Gustavo Arellano, y se supone que no amo California.

En la última década, cuando llegué adormilado a mis treinta y tantos años, he leído cientos de artículos y notas de Facebook que proclaman que el estado está “terminado”, que “lo mejor de nosotros” se escapó a Texas. , Arizona, Colorado, Washington y todos los otros lugares donde podemos disfrutar de impuestos más bajos, casas más baratas y gasolina a precios que no se ven desde los días del retiro de Gray Davis. La queja por supuesto, proviene de detractores que casi siempre son de la clase media, de la que soy miembro.

Nuestros horrendos incendios del pasado invierno inspiraron una nueva ola de artículos acerca del “fin de California”, en el periódico New York Times, que declaró que los días en que servimos como el “ejemplo de la ascendente clase media de Estados Unidos, desaparecieron hace tiempo”.

Como de costumbre, el Times está equivocado acerca de la Mejor Costa.

Los que se van de California son cobardes que lo quieren todo fácil y nada que presente dificultades.

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No me gusta la implicación de que somos la fuente de la fuerza e identidad del estado, lo mejor de lo que tiene el estado para ofrecer. Porque la comodidad nunca ha empujado a California hacia arriba; siempre han sido los afligidos, los necesitados los que lo han hecho.

California no es Hollywood, Silicon Valley o la ascendente clase media. California es mi madre y sus hermanas recogiendo ajo en Gilroy durante la década de 1960 y teniendo que abandonar la escuela secundaria para empacar tomates en la antigua fábrica de conservas Hunt-Wesson en Fullerton.

California es mi padre y su primo que se infiltraron en este país por el cruce fronterizo de San Ysidro en 1968 en el maletero de un Chevy conducido por una chica hippie de Huntington Beach y su novio mexicoamericano.

California es los nativos asesinados por españoles, mexicanos y estadounidenses por igual.

California es el hombre chino que vino en el siglo XIX a trabajar en las minas en lo que llamaron Gold Mountain; a construir las vías férreas que comunicaron al país y luego ver cómo a sus compatriotas se les prohibió durante décadas a Estados Unidos.

California es una variedad de grupos étnicos: japoneses, filipinos, punyabíes, okies, armenios y especialmente latinos, que vinieron a trabajar en nuestras fábricas y en los campos agrícolas.

California es los japoneses que fueron enviados a los campos de internamiento durante la Segunda Guerra Mundial, sin apenas una disculpa del gobierno estadounidense hasta décadas después. Pero al menos obtuvieron una disculpa, a diferencia de los mexicanos estadounidenses repatriados durante la década de 1930 a un país que nunca habían conocido.

California es todos los refugiados, vietnamitas, hmong, rumanos, centroamericanos, coreanos y muchos más, que huyeron de la tragedia en sus tierras natales para luego encontrar aquí el rechazo.

California es el afroamericano que llegó después de la Segunda Guerra Mundial desde el sur, para trabajar en nuestras fábricas, para luego ser redirigido a viviendas precarias y barrios problemáticos.

Menciono estos grupos porque tienen una cosa en común: son los menospreciados de California, las personas a quienes los cómodos demonizaban y etiquetaban como una amenaza para nuestro Edén. Y sin embargo, cada uno de estos grupos mejoró el estado. Sus luchas, sus problemas y, lo más importante, sus historias de éxito, le permitieron a California mejorar y mostrar al resto del país cómo formar un mejor lugar.

Conozco las fallas de California y las nombraré cuando sea necesario. Debo admitir que a veces sueño con tener una casa en Kentucky. Una vez vi una casa de dos pisos y cinco habitaciones en el centro de ese estado, con cinco acres y un río y justo al lado del sendero Bourbon, por menos de $ 200,000. Y también defiendo la Lone Star Republic,(Texas) y especialmente su gloriosa comida Tex-Mex, probablemente más que cualquier orgulloso californiano.

Pero luego recuerdo a Ma Joad en “The Grapes of Wrath”, que leí por primera vez en mi último año en Anaheim High y me encantó porque esa historia era la historia de mi familia y de muchas otras.

“Los muchachos ricos llegan y mueren, y sus hijos no son buenos y mueren”, dijo Mami Joad al final de la versión cinematográfica. “Pero seguimos ‘viniendo’. Somos las personas que vivimos. No pueden borrarnos, porque somos la gente”.

Hace tres años, estaba en un panel en Los Alamitos Historic Ranch and Gardens, ubicado en la lujosa comunidad de Bixby Hill en Long Beach. El tema era cuánto del pasado del sur de California deberíamos aplicar al futuro.

Conmigo estaba Joel Kotkin, el urbanista que apareció en estas páginas y en otros lugares para cantar la misma canción: California está condenada. Lomejor de nosotros se ha ido.

En la audiencia la mayoría eran jubilados, muchos de cuyos hijos ya se habían mudado. Y les diré ahora lo que les dije entonces: aquellos que se van son cobardes que lo quieren todo fácilmente, que no quieren enfrentar las dificultades. Déjenlos que se vayan, así dejan más espacio para aquellos que amamos California, y lo mantendremos tan grandioso como siempre lo ha sido.

Para todos ustedes que se quedan, escribo.

* Gustavo Arellano escribe sobre California. Esta es su primera columna regular en Los Angeles Times. Escríbale a: mexicanwithglasses@gmail.com.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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