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El vendedor de zapatos que vivió sin pretensiones, pero al morir donó un millón de dólares para su escuela

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Ken Millen nació en 1930 y creció en North C Street, un vecindario de calle sin árboles a lo largo del río Wishkah, cuyo caudal ocasionalmente desaparece trozos de alguna casa deteriorada.

“El viejo Ken vivió allí toda su vida”, dice Lauri Penttila, señalando con la cabeza hacia el callejón, a una casa azul y blanca de 900 pies cuadrados que fue recientemente modernizada con ventanas, revestimiento y un techo nuevo. “Y yo pensaba que lo conocía muy bien; hasta ahora”.

Gran parte de la ciudad siente lo mismo. La historia comienza y termina en la misma calle, en Grays Harbor College.

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Millen era un joven delgado, con el pelo muy corto, cuando se graduó, en 1950. Obtuvo su grado de dos años en ciencias, pero tomó un camino diferente y comenzó a trabajar como vendedor en Adamore’s Shoe Store, sobre Wishkah Street.

El sitio era una institución local. Los consumidores podían echarse en las sillas de madera con forma de animales, mientras los niños corrían por las máquinas de rayos X para ver los huesos de sus pies.

Millen caminaba hasta el trabajo, excepto cuando llovía, lo cual ocurría a menudo. Más tarde, se compró una Ford Thunderbird modelo 1979, de segunda mano.

El hombre jamás se mudó de su casa de la infancia. Cuando su madre, Lulu, murió en 1982 -27 años después que su padre, Earlam- la familia quedó reducida a Millen y su hermano, Earl, profesor de leyes en Louisiana y Nevada. Ninguno de ellos se casó jamás.

Los vecinos de al lado, Donna y Jerry Garity, trataban a Ken como un miembro de su familia, y siempre lo invitaban para las fiestas. A él le gustaba hablar de política y se inclinaba hacia la derecha. “Me gustaba discutir con él”, dice Donna. “Era una vieja cabra intratable cuando quería”.

Millen trabajó en la tienda de zapatos hasta que ésta cerró, en la década de 1980. Después, vivió de sus ahorros y eventualmente de la Seguridad Social. Su casa, que durante mucho tiempo los había acogido, comenzó a tener problemas.

“Vivía muy, muy humildemente. Mayormente era modesto y siempre amable”, cuenta Jane Goldberg, cuya familia era propietaria del edificio donde se encontraba la tienda de zapatos. “Así era Ken; leal a su empleados y a los clientes, pero sin lujos”.

Aberdeen en sí es un sitio ‘sin lujos’. Alguna vez una ciudad próspera gracias a la industria de la madera, el área ha estado en declive desde la década de 1970 por el cierre de los aserraderos.

El centro está salpicado por terrenos baldíos y edificios vacíos, donde solía haber empresas. El hijo más célebre de la ciudad, Kurt Cobain, cuya casa de la infancia se ubica a media milla de la residencia Millen, se suicidó en 1994.

La principal aspiración para muchos jóvenes es salir de allí. El hermano de Ken, Earl, había hecho precisamente eso. Ganó buen dinero y gastó poco. Cuando murió, en 1995, le dejó todo a Ken.

No era una suma pequeña, pero nadie pudo advertirlo. A pesar de la inesperada ganancia, Millen siguió viviendo como siempre: modestamente.

Para entretenerse, cantaba karaoke en Elks Lodge. En lugar de comprar una barra para las cortinas de su hogar, las pegaba a la ventana con cinta adhesiva. En 2010, contrató a un abogado para preparar su testamento.

En diciembre, Kenneth Wayne Millen murió de causas naturales. Tenía 85 años. Un breve obituario publicado en línea por la funeraria señaló que no deseaba un servicio. Fue incinerado, y sus cenizas enterradas en la ciudad, junto a las de su madre y su padre, en el cementerio Fern Hill.

Como había sobrevivido a todos sus parientes, un juzgado testamentario debía administrar sus bienes y distribuir sus pertenencias. Millen dejó su casa a una agencia local de vivienda pública, un anillo de ónix negro a un amigo y sus artículos para el hogar, su Thunderbird y las pequeñas ganancias de su seguro de vida a los Garity, que acarrearon gran parte de ello a organizaciones de caridad y al basurero.

Pero también le dejó algo a su alma mater. Jan Jorgenson, directora ejecutiva de Grays Harbor College Foundation, recibió un email del abogado de Millen hace algunas semanas. En él, se la alertaba de una donación. La mujer leyó el mail una vez, y otra, y una más. La universidad, decía, recibiría un cheque de parte del exvendedor de zapatos, por la suma de $981,564.22.

Unos días más tarde, Donna Garity y su nieto, Dugan Garity, se presentaron en el centro de estudios y entregaron el cheque. Donna y su esposo, Jerry habían sido nombrados en el testamento de Millen como sus representantes personales. “Hubo una gran celebración y griterío”, señaló Goldberg, la antigua propietaria de la tienda de zapatos, que también es directora de relaciones públicas de la universidad. “Honestamente, nadie en nuestra planta ese día quería perderse la llegada del cheque; todos estaban fascinados al ver los muchos dígitos impresos en la línea que dice ‘cantidad’”.

Fue el regalo más grande en su tipo recibido por la casa de estudios. El directorio de la fundación está discutiendo ahora cómo usará el dinero. Una de las propuestas es la emisión de diez becas completas al año, cada una por valor de $4,000. Millen no dejó indicación alguna de por qué había optado por dejar sus ahorros a la universidad. Donna Garity afirma que jamás había mencionado un particular apego a la escuela.

La ciudad vibró con la noticia. En Facebook, algunas personas recordaron haberle comprado zapatos de montar. Otros recordaron la primera vez que probaron un calzado ortopédico con él. “Siempre me hacía sentir mejor acerca de tener que usar esos zapatos especiales”, escribió una persona.

En una ciudad donde el ingreso promedio anual es de $38,000 y un quinto de la población vive en la pobreza, nadie podía imaginar que un vendedor de zapatos retirado tuviera tanto para donar.

Los Garity fueron algunas de las personas -quizás las únicas- que sabían que ese dinero había provenido de su hermano. “La verdad es”, afirmó Donna, “que Ken hubiera muerto sin un centavo si Earl no le hubiese donado su dinero”. Pero eso no hace que su regalo sea menos generoso, afirmó. Millen podría haber gastado el dinero de cualquier forma en los últimos 20 años. Sin embargo, parece que lo que más le importaba era su relación con Aberdeen. El hospital donde nació, la casa donde vivió y el cementerio donde sus restos descansan están todos a pocas millas uno del otro.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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