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El viaje a la frontera de dos familias en dos países, divididas por una reja

Valeria Montes y el resto de la familia platican a través de la valla internacional que divide a las dos naciones. (Cindy Carcamo / Los Angeles Times)

Valeria Montes y el resto de la familia platican a través de la valla internacional que divide a las dos naciones. (Cindy Carcamo / Los Angeles Times)

(Cindy Carcamo / Los Angeles Times)
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Del lado mexicano de la frontera, ellos manejan en un viejo carro color café, a través de calles de tierra, entre autobuses escolares que transportan a los trabajadores a las maquiladoras — plantas manufactureras que sostienen la economía local—.

Del lado estadounidense, los otros conducen una espaciosa minivan, a través del Highway 10, pasando por varios Starbucks, un Wal-Mart y atravesando una granja de ganado lechero.

Todos se reúnen en la frontera entre México y Estados Unidos —entre El Paso y su ciudad hermana, Ciudad Juárez— donde una reja de más de 15 pies de altura divide a los dos mundos.

Activistas de los derechos de los inmigrantes habían organizado muy bien un evento que incluyó música, testimonios y globos en el aire. Pero para las familias que el lunes se reunieron en la cerca, esto era un asunto íntimo —una rara oportunidad para encontrarse y tocarse—.

El evento, organizado para coincidir con la visita del papa Francisco a México, reunió a cerca de 300 personas en una zona rural cerca de donde Texas, Nuevo México y México se reúnen. Unos 50 se juntaron del lado mexicano y 250 del lado estadounidense, en un terreno que también se usa cada año para una reunión de familias divididas entre los dos lados de la frontera.

“¡Ahí vienen!”, gritó Sabino Montes, un hombre de 36 años que vive en Juárez, señalando entre la multitud a su madre, María Ceniseros Galván.

Ceniseros, la matriarca de la familia que vive en Las Cruces, Nuevo México, se apresuró para llegar a la reja. Sus ojos se le llenaron de lágrimas mientras se acercaba. Su nieta Stephanie Rodríguez, de 8 años, corrió hacia la almbrada.

“”¡Hola! ¡Hola!”, gritó Stephanie. Ella les ofreció una seguidilla de paletas en forma de corazón rosado.

Entre los besos y apretones de mano en ambos lados de la frontera —o lo que se pudo lograr entre los pequeños huecos de la alambrada— la más joven de los nietos de Ceniseros se sintió frustrada. Nahomy, de 3 años, quería subir la cerca y reunirse con sus primos, especialmente Stephanie y sus dulces en forma de corazón.

“¿Quieres una paleta?”, le preguntó Stephanie, pasándole la mitad que le quedaba a través de la reja.

Ceniseros, quien está en EE.UU. sin papeles, no se arriesgará a cruzar a México para ver a su familia.

Antes las cosas no eran así para Ceniseros y su familia. En algún momento todos vivieron en Juárez, y Ceniseros y su esposo, Graciano Montes, vivían una vida confortable con una casa grande y una tienda exitosa. Pero una serie de violentos eventos —incluido un robo a mano armada y una extorsión— los forzaron a escapar de ahí en 2008.

La pareja, su hija Valeria Montes, y otro hijo, Ramiro Montes, entraron a EE.UU. con una visa de turista antes de quedarse y perder su estatus legal. El hijo eventualmente regresó a Juárez con su esposa Perla Trejo, y Nahomy, quien nació en Estados Unidos.

En la valla fronteriza las madres lloraban, las hermanas compartían risas y los hermanos se hacían bromas.

El evento, que duró una hora, les dio a las familias que no pueden viajar a Juárez para la visita papal, una oportunidad para que simbolicamente le dieran una carta al Pontífice. Ellos leyeron la carta en voz alta, en inglés y español.

“Les damos la bienvenida a una frontera donde cientos de inmigrantes mueren tratando de alcanzar el sueño americano”, dijo Gabriela Castañeda, de Border Network for Human Rights, una organización sin fines de lucro con sede en El Paso, que organizó el evento. “Les pedimos que levanten el espíritu de los inmigrantes.... Muchos de nosotros nos vemos obligados a escapar de nuestros países debido a la violencia”.

Algunos protestantes —incluidas varias mujeres que están en EE.UU. ilegalmente— dieron testimonio a solo unos pasos del alambrado y de los agentes de la patrulla fronteriza en sus vehículos.

Ceniseros tomó el micrófono y le habló a la multitud sobre su familia en ambos lados del límite internacional. “No creo que solo sea para ver a mis nietos a través de la valla fronteriza”, dijo.

Pero la mayoría de lo que ella y otros dijeron del lado estadounidense apenas se pudo escuchar en el territorio mexicano. En vez de eso, las familias aprovecharon para ponerse al corriente y presentarse.

“¡Él es tu primo Charlie!”, le dijo una mujer en español a dos niños en la reja.

“¿Tienes novio?”, le preguntó una niña a otra.

Valeria Montes trató de robarle un beso a su sobrina Nahomy.

“Ándale, un beso, solo uno”, le dijo, poniendo sus labios a través de la reja.

La madre de Nahomy, Perla Trejo, habló con Ceniseros sobre si la niña de tres años debería ir a la escuela en EE.UU.

“Ella es ciudadana de Estados Unidos y debería aprovechar sus derechos lo más pronto posible”, dijo Ceniseros.

Trejo simplemente sonrió. Todavía no está lista para dejarla ir. Ella no tiene un estatus legal, incluso aunque vivió aquí por varios años. Mandar a Nahomy a la escuela en Las Cruces significaría separar a madre e hija.

A pocos pasos, otras familias estaban compartiendo fotografías en sus celulares, riendo y llorando.

Un anciano con una sola pierna que iba con una sudadera llegó hasta la reja en muletas, mientras algunos parientes mirando hacia el lado norteamericano gritaban en español “¡Ahí viene Julie!”. Cuando la joven llegó, él le tomó la mano a través de la reja.

“Estamos aquí, pero no tenemos papeles”, dijo uno de los jóvenes que estaba con ella.

Junto a ellos, una mujer con una chamarra estaba siendo saludada por otro joven del otro lado de la valla: “¿Hola suegra, cómo está?”

Casi al mediodía, Ceniseros y su familia tuvieron que despedirse. Pero ella no soltaba la valla —todavía sujetando la mano de su hijo Sabino—.

Ceniseros se alejó caminando, cubriendo su cara con las manos. Stephanie corrió hacia su abuela, poniendo los brazos alrededor de su cintura.

“Siento como si el corazón se me fuera a salir del pecho”, confesó Ceniseros.

Ella estuvo callada en el trayecto de regreso a casa, finalmente rompiendo el silencio para decir que Sabino había perdido la panza. Todos rieron.

Del lado mexicano, la radio del carro informaba de la inminente llegada del Papa.

Nahomy se durmió en el hombro de su madre, quien estaba pensando en su esposo, que por estar trabajando no pudo ir a la reunión. Ella tiene amigos cuyos padres murieron después de que la frontera los mantuvo separados por varios años.

“Espero que pronto podamos estar juntos, que nos den papeles para que podamos ir o que ellos puedan venir”, agregó Trejo.

Y así siguieron su rumbo, lejos de los rascacielos de El Paso, y sus familias, del otro lado del Río Grande, de regreso en casa.

Las reportera Carcamo reportó desde Sunland Park y Hennessy-Fiske desde Anapra, México.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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