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Una ciudad mexicana se sublevó en 2011 contra la violencia y la corrupción; seis años después, su experimento sigue funcionando.

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Son tres los puntos de control donde hombres con fusiles de asalto, prendas camufladas y chalecos antibalas reciben a los visitantes en las entradas principales de la ciudad.

Los guardias no son soldados, policías, agentes antinarcóticos ni vigilantes. Son miembros de patrullas locales que han ayudado a hacer de Cherán una fortaleza de tranquilidad dentro de una de las regiones más violentas de México.

Esta ciudad, de 20,000 habitantes, se encuentra al noroeste de Michoacán, un estado donde las autoridades sostienen que al menos 599 personas murieron entre enero y mayo pasados, un aumento de casi el 40% respecto del mismo período del año pasado. Cherán no ha sufrido un solo asesinato u otro crimen grave desde principios de 2011.

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Ese fue el año en que los residentes, mayormente indígenas y pobres, se sublevaron y declararon un autogobierno, con la esperanza de librarse de los males que acosan tanto a México: violencia furibunda, políticos corruptos, un sistema judicial ineficaz y pandillas que se han ampliado desde el tráfico de drogas a la extorsión, el secuestro y la tala ilegal.

Seis años después, contra todas las probabilidades, el experimento de Cherán parece estar funcionando. “No podíamos confiar más en las autoridades o la policía”, afirmó Josefina Estrada, una pequeña abuela que se cuenta entre las mujeres que iniciaron la revuelta. “No nos sentíamos protegidos ni ayudados por ellos; los veíamos como cómplices de los criminales”.

Josefina Estrada, una abuela de contextura pequeña, quien ayudó a liderar la revuelta en Cherán (Cecilia Sánchez / para The Times).

Josefina Estrada, una abuela de contextura pequeña, quien ayudó a liderar la revuelta en Cherán (Cecilia Sánchez / para The Times).

(Cecilia Sanchez / For The Times)

De hecho, los sindicatos criminales que dominaron largamente Michoacán son parte del motivo, junto con la pobreza desenfrenada, de que Cherán y otras zonas rurales del estado hayan enviado tantos inmigrantes a los EE.UU.

El flagelo de Cherán eran los talamontes, taladores ilegales quienes trabajaban a instancias de mafias más grandes y atacaban los bosques comunitarios, vitales para la economía y cultura del lugar.

Los ladrones de madera desfilaban por la ciudad en camiones de gran capacidad, donde transportaban cargamentos ilegales de pino, blandían armas y amenazaban a cualquiera que se resistiera.

Rafael García Ávila resistió; pertenecía a un comité municipal que vigilaba el uso de los bosques y se oponía a la tala ilegal. Él y un colega fueron secuestrados por hombres armados, el 11 de febrero de 2011, y nunca más se los volvió a ver. Ambos se unieron así a las multitudes de ‘desaparecidos’ durante la guerra contra las drogas en México.

“Mi esposo amaba los bosques, el mundo natural”, recordó su viuda, María Juárez González, con lágrimas en los ojos.

Las desapariciones, junto con otros asesinatos, asaltos amenazas y el saqueo de los bosques ancestrales del lugar, se hicieron insoportables en una comunidad cuyos residentes conservan su identidad purépecha, uno de los grupos indígenas de la zona que no sucumbieron al imperio azteca.

“Los talamontes conducían sus camiones, riéndonos de nosotros”, recordó Estrada, quien tiene ocho hijos -seis de los cuales viven en los EE.UU.- y vende batidos saludables en una pequeña tienda. “No era seguro estar afuera por la noche, no era seguro recorrer el bosque… A veces iba a casa y lloraba, lloraba”. Finalmente, convocó a otras mujeres y decidió volver a atacar.

Al igual que en el inicio de la rebelión de Cherán, el 15 de abril de 2011, un hombre hace sonar las campanas de la iglesia, en una torre elevada de la ciudad (Liliana Nieto del Río / para The Times).

Al igual que en el inicio de la rebelión de Cherán, el 15 de abril de 2011, un hombre hace sonar las campanas de la iglesia, en una torre elevada de la ciudad (Liliana Nieto del Río / para The Times).

(Liliana Nieto del Rio / For The Times)

El 15 de abril de 2011, antes del amanecer, los pobladores de Cherán hicieron sonar las campanas de la Capilla Católica Romana del Calvario y lanzaron fuegos artificiales de fabricación casera para pedir ayuda. Pocos de ellos tenían armas de fuego, por lo cual llevaron picos, palas y rocas. Entonces atacaron, tomando por la fuerza el primer camión maderero del día, arrastrando a sus dos tripulantes del vehículo y tomándolos como rehenes. Sin cuerda a mano, ataron a sus prisioneros con rebozos, o chales.

A medida que más personas respondieron, una muchedumbre inicial de alrededor de 30 personas aumentó a más de 200.

Los residentes cavaron zanjas y colocaron barricadas para bloquear la entrada a la ciudad. Al caer el sol, la gente de Cherán prendió fuego neumáticos y encendió fogatas para asegurar que nadie pase por allí.

Eventualmente, tomaron a cinco madereros como rehenes e incendiaron siete de sus camiones. Las bandas se retiraron, y los rehenes fueron entregados a salvo.

Pero la revuelta persistió. Conocida simplemente como ‘el levantamiento’, ésta ingresó en la tradición del estado michoacano plagado de violencia, donde las proezas de las mafias en años recientes incluyen haber hecho rodar cinco cabezas humanas por una pista de baile.

Los pobladores comprendieron un hecho esencial: los talamontes formaban parte de una red criminal más grande, que controlaba el tráfico de drogas y trabajaba mano a mano con políticos y policías. “Para defendernos debíamos cambiar el sistema entero, con partidos políticos, policía y todo incluido”, precisó Pedro Chávez, maestro y líder comunitario. “Debíamos organizar nuestra propia forma de vida para sobrevivir”.

Los residentes caminan por la plaza central de Cherán, México (Liliana Nieto del Río / para The Times).

Los residentes caminan por la plaza central de Cherán, México (Liliana Nieto del Río / para The Times).

(Liliana Nieto del Rio / For The Times)

Así, decidieron atacar el nexo entre el delito y la política que había perseguido a México, y eliminar la policía, al alcalde y los partidos políticos. La ciudad reclutó expertos jurídicos externos para aprovechar las disposiciones de la legislación mexicana que permiten a las comunidades con mayorías indígenas establecer una forma de autogobierno, que incorpore los ‘usos y costumbres’ tradicionales a su liderazgo.

Los partidos políticos y sus líderes se resistieron a la radical transformación. El caso, eventualmente, llegó a la Suprema Corte de México. Finalmente, en 2014 se declaró legal el sistema provisional de autogobierno de Cherán. El pueblo sigue siendo parte de México, pero es autónomo.

En apariencia, Cherán no parece diferente de otros sitios en el México rural. Puestos ubicados en la plaza central, de época colonia, venden alimentos, ropa barata y otros artículos. Cada tarde, los residentes se reúnen para disfrutar de un helado, beber un jugo y compartir los chismes del día, a menudo acerca de los familiares y vecinos que se han ido a los EE.UU.

Sin embargo, falta algo: no hay señal alguna de eslóganes y emblemas políticos, que son ubicuos en la mayoría del país.

Las elecciones están prohibidas dentro de los límites del pueblo, al igual que los partidos políticos. Incluso los automovilistas que entran a Cherán están obligados a quitar o cubrir calcomanías políticas. Los residentes pueden votar en las elecciones estatales y nacionales, pero deben hacerlo en cabinas especiales, instaladas en los pueblos cercanos.

En lugar del tradicional alcalde y ayuntamiento, cada uno de los cuatro barrios de la ciudad está gobernado por su propia asamblea local, cuyos miembros son elegidos por consenso de 172 comités de bloque, conocidos como ‘fogatas’ -en honor a las encendidas en la rebelión de 2011-.

Cada asamblea envía también tres representantes -incluida una mujer, como mínimo- para desempeñarse en un consejo municipal integrado por 12 miembros.

El pueblo recibe todos los fondos -el equivalente a cerca de $2.6 millones por año, sostienen los funcionarios- de los gobiernos federal y estatal. Los salarios de casi 200 empleados municipales llegan a los $450 al mes, dejando así dinero para ayudar a financiar el sistema municipal de agua y otros servicios, como un programa de reciclaje de residuos que es una rareza en México.

Los guardias armados en la entrada de la ciudad son parte de una fuerza policial seleccionada a nivel local, con 120 efectivos aproximadamente, conocida como ‘ronda comunitaria’. Nadie entra o sale sin inspección.

Cherán estuvo a la delantera del llamado ‘movimiento de autodefensa’, por el cual muchos pueblos mexicanos, especialmente del violento estado de Michoacán, crearon milicias locales a partir de 2013, como respuesta a la violencia relacionada con las pandillas. Pero otras milicias locales han pasado al lado oscuro, integrándose a los grupos criminales existentes o formando nuevos, o simplemente se disolvieron con el paso del tiempo. En Cherán, la fuerza del orden comunitaria permanece y es una parte integral de la seguridad del lugar.

Sin ningún delito importante en Cherán, los funcionarios locales manejan las ofensas menores -robos, conducción en estado de ebriedad y conductas desordenadas- típicamente imponiendo penas de servicio comunitario.

Los escuadrones especializados también patrullan los bosques. “Estos bosques son nuestra esencia, nos fueron legados por nuestros antepasados, para su protección y cuidado”, aseguró Francisco Huaroco, de 41 años, miembro de la patrulla forestal, mientras caminaba sobre troncos que atestiguan el saqueo pasado. “Sin estos bosques, nuestra comunidad no está completa, no es ella misma”.

Francisco Huaroco (izq.), jefe de la escuadra de la Policía Forestal, pregunta a un residente si ha visto algo sospechoso en los bosques (Liliana Nieto del Río / para The Times).

Francisco Huaroco (izq.), jefe de la escuadra de la Policía Forestal, pregunta a un residente si ha visto algo sospechoso en los bosques (Liliana Nieto del Río / para The Times).

(Liliana Nieto del Rio / For The Times)

Franjas de tierra pelada surcan la tierra en los antiguos bosques, cicatrices del saqueo de los talamontes. Entre 2008 y la revuelta de 2011, casi la mitad de los 59,000 acres de bosque en Cherán fue talada ilegalmente, señalaron las autoridades.

“Si se hubiera prolongado más, no hubiera quedado nada en los bosques”, manifestó Roberto Sixtos Ceja, quien dejó Cherán cuando era adolescente para trabajar en Carolina del Norte -un destino común para muchos residentes aquí-, pero regresó en 2010 para ayudar a la comunidad ante la escalada de la crisis.

Ahora, con 47 años, maneja un gran vivero de árboles donde se cultivan pinos, parte de una iniciativa para repoblar las laderas. El vivero alberga más de un millón de árboles jóvenes, de tres variedades de pino autóctono. La ciudad sólo permite retirar la madera enferma o los troncos derribados por tormentas u otras causas naturales.

Los nativos de Cherán que residen en los EE.UU. han seguido de cerca los acontecimientos en su hogar. “Nunca dejamos de ser miembros de esta comunidad, gente de Cherán”, aseveró Ramiro Romero Ramos, de 61 años, quien abandonó el lugar hace cuatro décadas, pero ahora lidera el Cherán Club de Los Ángeles, al cual recientemente visitó para inaugurar un nuevo techo para una escuela primaria, un proyecto parcialmente financiado por los residentes del área de L.A. oriundos de esa ciudad mexicana.

En el ayuntamiento de Cherán, un colorido mural de Emiliano Zapata, emblema de la revolución mexicana, lleva la inscripción: “¡Cherán no se rendirá ni se venderá!”.

Estudiantes de la escuela primaria Erandi (que significa ‘amanecer’ en lengua purépecha) en Cherán, México (Liliana Nieto del Rio / para The Times).

Estudiantes de la escuela primaria Erandi (que significa ‘amanecer’ en lengua purépecha) en Cherán, México (Liliana Nieto del Rio / para The Times).

(Liliana Nieto del Rio / For The Times)

Otras ciudades han intentado copiar la transformación de Cherán, con poco éxito. El modelo tiene relativamente poca aplicación en otras partes de México, donde la gran mayoría de la población es de origen mestizo y las leyes de autonomía para las comunidades indígenas no se aplican.

Pese a todo, Cherán tiene sus problemas, como la pobreza, la falta de oportunidades y el delito menor. “Pero los inconvenientes de hoy no se comparan con los del pasado”, resaltó Estrada, el organizador de la sublevación. “Ahora podemos salir por la noche. Antes sentíamos un gran miedo; todos estábamos adentro a las nueve de la noche y cerrábamos las puertas”.

Mientras los asesinatos, secuestros y extorsiones plagan áreas muy cercanas, todos en Cherán están conscientes de que la confusión y el conflicto podría resurgir rápidamente. El gobernador de Michoacán ha amenazado públicamente con llevar el caso a la justicia para revertir el sistema de autogobierno. “Nosotros permanecemos vigilantes”, aseguró Juárez González quien, seis años después de la desaparición de su esposo, es ahora coordinadora de una ‘fogata’. “Todos sabemos que los criminales están cerca y podrían intentar volver en cualquier momento”.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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