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Un genocidio ignorado: sacerdote busca llamar la atención sobre la matanza de yazidíes

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Mientras observaba las imágenes por TV de mujeres y niños yazidíes aterrorizados, huyendo de los militantes de Estado Islámico en el norte de Irak, una inquietud familiar se apoderó del padre Patrick Desbois. No había hombres entre los aldeanos que huían. Esto, se dijo a sí mismo, era un genocidio que ocurría directamente frente a sus ojos.

Aunque Desbois nunca antes había oído de los yazidíes, en 2014 las imágenes despertaron un llamamiento espiritual para investigar los asesinatos en masa y otras atrocidades infligidas a esta minoría religiosa no musulmana, y para aumentar la conciencia acerca de un grupo étnico poco conocido, que ha sufrido tan profundamente.

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Estado Islámico, también conocido como Daesh, su acrónimo en árabe, asesinó a unos 5,000 hombres yazidíes cuando tomó control del noroeste de Irak, hace dos años, según las Naciones Unidas (ONU) y otros grupos de derechos humanos. Miles de mujeres y niños yazidíes fueron capturados; las mujeres son, a menudo, violadas y vendidas como esclavas sexuales o criadas; los niños son obligados a convertirse al Islam y a ser soldados de Estado Islámico.

Mientras que la fortaleza yazidí de Sinjar ha sido liberada desde ese momento, unas 3,500 personas -mujeres, niñas y algunos hombres- permanecen cautivas de Estado Islámico, según un reporte reciente de la ONU. La mayoría de ellos son yazidíes. Los abusos, sugiere el reporte, “equivalen a crímenes de guerra, de lesa humanidad y genocidio”.

El sacerdote escucha su llamado

Desbois ya tenía fama de ser un investigador de asesinatos en masa. A través de Yahad-In Unum, la organización que fundó en 2004 para descubrir y denunciar el genocidio, había identificado sitios -en gran parte no reconocidos- donde los nazis habían asesinato y enterrado judíos y gitanos en la antigua Unión Soviética.

Pero el tratamiento asesino de los yazidíes representaba una causa ‘en tiempo real’. “No podía simplemente quedarme con las matanzas del pasado”, señala el sacerdote, de 61 años de edad, exmaestro de matemáticas y trabajador del gobierno. “Aunque no tenía forma de ingresar a Irak”.

Esa puerta se abrió inesperadamente. De viaje por trabajo en Bruselas, en el invierno de 2015, mientras buscaba una barbería, Desbois entró en la única tienda abierta que halló, dirigida por árabes. Cuando el sacerdote le dijo al barbero que estaba interesado en saber más acerca de la trágica situación yazidí, el hombre susurró en su oído que él era uno de ellos. El barbero y su familia lo ayudaron a iniciar los primeros contactos que necesitó para comenzar su misión, y dos meses después el sacerdote estaba en camino hacia el norte de Irak.

Documentar el genocidio

Actualmente, a través de un proyecto llamado Action Yazidis, Desbois recoge testimonios de sobrevivientes que escaparon de la esclavitud y el encarcelamiento de Estado Islámico. Los relatos se compilan junto con entrevistas que se cruzan y comparan con declaraciones separadas, fotografías y otras fuentes y materiales escritos.

Cada trozo de información proviene de las víctimas: ¿Qué día, fecha y hora llegaron los combatientes de Estado Islámico? ¿Dónde estaba usted exactamente: en la casa, en el patio, en la escuela…? ¿Estaba solo? ¿Quién lo acompañaba?

A los sobrevivientes se les pide que dibujen detalles de todo lo que recuerdan: una ilustración del campamento donde fueron detenidos, donde entraron, si podían sentarse, el número de asientos. Las entrevistas duran horas.

El objetivo no es sólo documentar los horrores, sino también “reconstruir la topografía desde el primer día de su captura hasta el día de la fuga”, detalló Desbois.

Cada historia pinta un panorama sombrío de la metodología de Estado Islámico. Los militantes suelen llegar con tres bolsas: una para recaudar dinero de sus cautivos, otra para las joyas y la tercera para los teléfonos celulares. Desbois estaba familiarizado con la táctica; los nazis también robaban a sus víctimas.

Las familias son separadas. Los recién nacidos son arrancados de brazos de sus madres y entregados a familias musulmanas. Los varones, muchos de ellos pequeños, son llevados a prisión y forzados a convertirse al islamismo, además de ser enviados después a campos de entrenamiento de terroristas para aprender a disparar rifles Kalashnikov, disparar cohetes y -si es necesario- inmolarse.

Las niñas son revisadas para determinar si ya han entrado en la pubertad, relató Desbois. Las vírgenes son vendidas al mejor postor. Las madres jóvenes se ven obligadas a convertirse en sirvientas; las mayores son empleadas como escudos humanos contra ataques. “En Daesh, todo el mundo cumple un propósito”, afirmó el sacerdote.

Los efectos del terror y los abusos

Una mujer de 42 años que pasó casi dos años en cautiverio de Estado Islámico junto con sus cuatro niños recordó cómo un luchador rompió los dientes de su hijo de seis años de edad para reírse de él, y luego golpeó a su hija de diez años. Lo hizo tan fuerte que la niña se orinó encima. “Él golpeaba a mis hijos y los encerraba en una habitación”, le dijo la mujer a Amnistía Internacional. “Ellos lloraban y yo me sentaba en la puerta, también a llorar. Le rogaba que nos matara, pero él respondía que no quería ir al infierno por nosotros”.

Su relato, como los de otras 17 mujeres y niñas que sobrevivieron al cautiverio, fue publicado en un reciente informe de Amnistía Internacional, que concluye que las víctimas necesitan desesperadamente asistencia financiera y tratamiento psicológico.

El año pasado, docenas de yazidíes se suicidaron -o lo intentaron- en el campamento de refugiados de Kabarto, en el norte de Irak, según Alex Bartoloni, jefe de salud comunitaria en Bagdad de International Medical Corps, un grupo médico humanitario de Los Ángeles. “Nunca habíamos visto este nivel de suicidios en otra población de refugiados”, afirmó Bartoloni, quien provee apoyo de salud mental y psicosocial para 30,000 yazidíes desplazados en el campamento. “Fue muy impactante para nosotros”.

Aunque los suicidios han disminuido en los últimos meses, Bartoloni asegura que el nivel de ansiedad, depresión y extrema angustia había tenido “un gran impacto en las dinámicas de las familias”.

La justicia se ve retrasada por la inacción internacional

Entre los yazidíes existe la sensación de que el mundo les ha dado la espalda. O, peor aún, de que ni siquiera saben qué está ocurriendo.

Mirza Ismail, presidente de la Organización Internacional Yezidí para los Derechos Humanos, con sede en Canadá, pidió a la gente de Occidente que presione a sus gobiernos para “defender la responsabilidad y la justicia”.

El grupo de Ismail busca que el mundo reconozca que los yazidíes, una minoría religiosa predominantemente étnica kurda que, según se cree, ha sufrido 74 genocidios a lo largo de la historia, está siendo atacada solamente porque no son musulmanes. “¿Qué ha hecho Occidente para salvar a las minorías musulmanas, si es que ha hecho algo en absoluto?”, se preguntó.

Gulie Khalaf, tesorera de Yezidis International, una organización sin fines de lucro con sede en Lincoln, Nebraska -un sitio que, según se estima, cuenta con la mayor población yazidí de los EE.UU.-, subrayó la importancia de que los sobrevivientes mantengan vivas sus historias para dar testimonio. “Son documentos para ayudar a estudiar y entender lo que pasó, cómo, y por qué no pudimos proteger a cientos de miles de personas”, aseguró Khalaf, cuyo grupo trabaja para educar a la opinión pública acerca de los yazidíes. “También para que las autoridades se hagan responsables por sus acciones pasadas y futuras. Esto ayuda a los legisladores a tomar mejores decisiones para la prevención de los genocidios”.

Desbois afirmó que el primer paso en la lucha por la justicia es capturar y castigar al líder de Estado Islámico, Abu Bakr Baghdadi, quien ha aprovechado la aparente indiferencia del mundo y arremetido contra los yazidíes. “Si no nos preocupamos por el genocidio de personas que no conocemos, abrimos la puerta para cosas mucho peores”, aseguró el sacerdote.

Si desea leer la nota en inglés, haga clilc aquí.

Traducción: Valeria Agis

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