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Es una ‘Dreamer’ y no puede votar, pero sacrifica sus fines de semana para apoyar a Hillary Clinton

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Yamilex Rustrián, de 21 años, no puede votar, pero le encantaría hacerlo algún día. Por ello, esta dreamer hace todo lo que está a su alcance para asegurarse de que Hillary Clinton se convierta en presidente de la nación.

El fin de semana pasado, ‘hacer todo lo que está a su alcance’ significó subir a una camioneta a las 3 a.m. junto con su madre, una trabajadora de limpieza indocumentada, y una docena de otros miembros del gremio Service Employees International Union (SEIU) y sus hijos, para un viaje rápido a tocar puertas en Las Vegas.

Rustrián tenía siete años cuando ella y su hermana llegaron a los EE.UU. para vivir con su madre, quien ya residía aquí de forma ilegal. La mujer había pagado a un coyote para que trajera a sus hijas luego de que el padre de ambas resultara baleado y muerto en un tiroteo con pandilleros en Guatemala.

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Rustrián, ahora estudiante de Los Angeles Valley College, recibió un permiso de trabajo gracias a la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia. Este documento la habilita para tener estatus legal, pero no tiene la ciudadanía que es necesaria para votar. Su madre, en tanto, todavía podría ser deportada.

En la madrugada del sábado, Rustrián se sentó con un grupo de trabajadoras de la limpieza reunidas en largas mesas en el edificio de la antigua morgue que es sede del SEIU en la costa oeste. Todas comieron sándwiches de jamón, queso y frijoles mientras esperaban que la última tanda de trabajadoras terminara su turno noche. Una de ellos llegó vestida con sus prendas azules.

Rustrián y su madre se subieron a la última de las siete camionetas y autobuses que transportaron a más de 150 personas -miembros de SEIU y sus familiares- desde el sur de California para tocar la puerta de 25,000 hogares en los suburbios de Las Vegas durante el fin de semana. Las trabajadoras y sus hijos se apoltronaron para el viaje de cuatro horas y media de duración. Algunas de ellos ya habían hecho algo parecido en 2008, 2012 y durante las primarias de este año.

El gremio, que se comprometió a desplegar cientos de miles de voluntarios cuando apoyó oficialmente a Clinton hace un año, está a la vanguardia de la presión para aumentar el salario mínimo federal a $15 la hora, preservar la Ley de Salud Asequible y reformar el sistema inmigratorio del país.

Los miembros del sindicato pertenecientes a estados demócratas como California y Nueva York se concentran en sitios clave, como New Hampshire, Pensilvania y Virginia, en busca de votantes indecisos o demócratas reconocidos para empujarlos hacia las urnas. Muchos llevan a sus esposas, esposos e hijos.

La contienda presidencial en Nevada es competitiva, y las trabajadoras del sur de California planean hacer el viaje a Nevada nuevamente este próximo fin de semana, y quizás una vez más antes de la elección, en esperas de poder influir en la elección para el Senado de los EE.UU. de la demócrata Catherine Cortéz Masto, y apuntalar la presidencia para Clinton.

La mayoría de ellas dormían en la camioneta mientras amanecía, y los árboles de Joshua aparecían en las colinas, a contraluz. Una trabajadora se sacudía en sueños; se percibía el olor a productos de limpieza en el vehículo. Cuando llegaron a Las Vegas Strip, ya no había tiempo para descansar o tomar una ducha; sólo un bocado rápido antes de llegar a la oficina local de SEIU. Allí, todas recogieron un sujetapapeles con las listas de direcciones, un guión con instrucciones de qué decir cuando alguien respondía, y la información más importante: el sitio de votación.

Mientras se dirigía hacia afuera con sus instrucciones, la residente de L.A. Dora Díaz afirmó estar especialmente motivada para ayudar con la votación, luego de escuchar la grabación de Donald Trump donde hablaba de tocar mujeres sin su consentimiento.

Díaz y varias otras mujeres de SEIU que han sido violadas o atacadas en el trabajo se dieron cita frente al Capitolio en Sacramento el mes pasado para instar al gobernador Jerry Brown a firmar un proyecto de ley que obligue a los trabajadores de limpieza y a sus supervisores a formarse en temas de acoso sexual, y que cree una línea de denuncias para que las mujeres puedan reportar casos de abuso sin temor a ser despedidas o deportadas. Brown convirtió el proyecto en ley. “Como sobreviviente, conozco la importancia de ello. Escucho los comentarios de Trump y pienso en todas las mujeres que habrán pasado por ese abuso… y ahora él es candidato a presidente… No he podido dormir desde entonces”, afirmó Díaz, de 49 años.

Claire Voss limpiaba su casa cuando Díaz y Rocío Sáenz, vicepresidente ejecutiva de SEIU, tocaron a su puerta. La mujer dijo que estaba esperando emitir su voto en día de la elección junto con su hija, votante por primera vez. Voss, quien trabaja en un casino, invitó a Díaz y Sáenz a hablar de Clinton, pero había cientos de otras puertas que golpear.

A mitad de la jornada, el grupo de trabajadoras -todas mujeres- regresó a la oficina de SEIU. Algunas estaban conmovidas; otras frustradas.

Unas pocas contaron que un hombre en una casa con carteles de Trump en el patio las vio tocando la puerta de un vecino y se acercó para confrontar a Rustrián y las hijas de varias trabajadoras. Les preguntó si tenían autorización para estar en la comunidad cerrada y las siguió mientras ellas intentaban seguir adelante con la jornada. Después comenzó a filmarlas y amenazó con llamar a la policía. A medida que un grupo de gente se agolpaba, el hombre las confrontó y les preguntó si hablaban inglés y si estaban en el país de forma legal. Sólo habían tocado un par de puertas, pero su conductor, un obrero metalúrgico local, insistió en que regresaran a la oficina de SEIU.

Cuando Trump llamó “violadores” a los inmigrantes mexicanos el año pasado, “eso prendió entre muchas personas”, señaló Rustrián. El candidato ha hablado de “usar las fuerzas de deportación” para retirar a los inmigrantes y de construir una pared en la frontera; Rustrián teme por lo que podría ocurrir a los inmigrantes como su madre, que viven indocumentadas en el país, si él gana.

En cambio, cree que Clinton trabajará bien con los republicanos y mantendrá su promesa de reformar el sistema de inmigración, un área en la cual muchas familias latinas se frustraron al ver el fracaso del presidente Obama. “Yo tengo documentos, pero eso no significa que me pueda quedar aquí; que mi mamá se pueda quedar aquí. Y yo quiero que mi familia permanezca en el país”, afirmó Rustrián.

SEIU y los organizadores de la campaña de Clinton las animan a seguir adelante. Las trabajadoras se detuvieron en grupo para llegar a otro barrio. Rustrián recorría los edificios en busca de una dirección en un complejo de departamentos, pedía indicaciones a los vecinos, miraba los nombres de los buzones. Cuando por fin encontró la casa, no había nadie en ella, por lo cual deslizó un volante de Clinton con información eleccionaria debajo de la puerta.

La próxima dirección parecía no existir. Rustrián lideró a las mujeres ida y vuelta a través de una calle muy concurrida. El grupo se separó para recorrer patios y buscar hasta encontrar el sitio. También allí dejaron un volante.

Después de ello, las trabajadoras se apuraron para hallar la última docena de direcciones en su lista, todas ellas en un parque de casas rodantes. Mientras hablaban con una partidaria de Clinton, un vecino bebía cerveza y las miraba con cautela. Enfadado, les dijo que no se permitía la entrada de extraños al lugar, las siguió y sacó su celular para grabarlas. El grupo de mujeres lo saludó y siguió adelante.

En otro hogar, un hombre que ni siquiera estaba en su lista dijo que les juraba que votaría por Clinton y no escatimó insultos contra Trump.

Luego de un segundo día de tocar puertas, las trabajadoras volvieron a subir a la camioneta para regresar a casa, el domingo. Se acurrucaron, compartieron mantas y apoyaron las cabezas en los hombros de sus compañeras para poder dormir. Los adolescentes que permanecían despiertos jugaban Pokemon Go y tocaban música apropiada para un viaje por la carretera.

Cuando llegaron de nuevo al edificio de SEIU, después de las 11 p.m., se estiraron, gruñendo ante los sonidos de sus huesos que crujían, y se abrazaron en señal de despedida. Díaz se restregó los ojos, y después volvió derecho al trabajo, para el turno noche.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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