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El arte de ‘lowriding’, una tendencia nacida en el este de L.A. que cobra nuevo impulso

‘Tee’ sale del vehículo Chevy Impala 1963 en el parque Fairmount donde se juntan los miembros del Ultimate Riders Car Club. (Robert Gauthier/Los Angeles Times).

‘Tee’ sale del vehículo Chevy Impala 1963 en el parque Fairmount donde se juntan los miembros del Ultimate Riders Car Club. (Robert Gauthier/Los Angeles Times).

(Robert Gauthier / Los Angeles Times)
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En un extremo del estacionamiento, Anthony Johnson empleaba un mando a distancia para hacer rebotar un Chevrolet Impala color verde manzana, modelo 1963, y poner la nariz del auto ocho pies en el aire.

En el otro lado, Greg Dixon ponía un Lincoln Town Car 2001 color plateado de costado, levantando del suelo la rueda delantera del lado del conductor mientras doblaba la esquina.

Los coches llevaban emblemas y los conductores lucían sudaderas con capucha o camisetas que los distinguían como miembros del Ultimate Riders Car Club, un grupo de lowriders del Inland Empire que se reúnen una vez al mes en Fairmount Park, de Riverside.

Por fuera, estos autos antiguos parecían idénticos a los lowriders (vehículos personalizados y bajos) que cruzaban Whittier Boulevard en la década de 1960 y Van Nuys Boulevard durante los 1970, cuando los ejemplos rodantes de estas piezas de arte típicas del sur de California se reunían semanalmente para diversas exhibiciones.

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Un cofre espejado refleja un finamente detallado motor de Corvette LS dentro del Impala (Robert Gauthier / Los Angeles Times).

Un cofre espejado refleja un finamente detallado motor de Corvette LS dentro del Impala (Robert Gauthier / Los Angeles Times).

(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

Pero bajo el capó de estas naves decoradas y cromadas había algo inusual; estos lowriders ostentaban grandes motores, modelos nuevos de V8 construidos en Detroit, capaces de duplicar o triplicar la potencia de los instalados originalmente en los coches de época.

Lo que solía ser un mundo “bajo, lento y de espectáculo” se convirtió ahora en “bajo, de espectáculo y velocidad”.

Por décadas, la escena del cruising (o conducir, rondar) de Los Ángeles se trataba de la apariencia. Los fabricantes modificaban las carrocerías de sus clásicos automóviles estadounidenses, luego alteraban la suspensión para acercarlos lo más posible al pavimento. También decoraban los vehículos con pinturas extravagantes, líneas y cromados, y los hacían desfilar lentamente por los bulevares y delante de jueces del área.

Los llamativos automóviles eran un tema de orgullo étnico y de patrimonio cultural, y los clubes de coches lowrider creaban un sentido de comunidad. Los niños que crecían viendo a sus padres, tíos y primos conduciendo estos vehículos, soñaban con tener sus propios “autos bajos” algún día.

Russell Rudolph expone su Impala 1963 en un encuentro del Ultimate Riders Car Club (Robert Gauthier / Los Angeles Times).

Russell Rudolph expone su Impala 1963 en un encuentro del Ultimate Riders Car Club (Robert Gauthier / Los Angeles Times).

(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

La escena también ayudó a generar la música conocida como “el soul de ojos marrones”, nacida en el este de Los Ángeles en los años 1960. Más tarde, los coches lowrider, incluyendo algunos de los que se exhibieron recientemente en Fairmount Park, aparecieron en películas y videoclips de pop y rap, tales como “Straight Outta Compton”, “Hollaback Girl”, de Gwen Stefani, y “My Life”, de The Game, con la participación de Lil Wayne. También se quedaron con los premios máximos en shows de automóviles, donde ganan puntos por la pintura más creativa o compleja, o el cromado más extravagante.

Pero después, en un pináculo de ingenio, los fabricantes de lowriders como Vernon Maxwell, cofundador de Ultimate Rider, comenzaron a personalizar también la potencia de los autos, con motores más grandes y más ingenio en un área que había permanecido casi ignorada.

Maxwell y otros comenzaron a agregar motores de $25,000 a automóviles cuyos dueños ya habían gastado entre $40,000 y $60,000 para restaurar y personalizar. “Solíamos ser bajos y lentos, pero bajo el cofre no se tocaba mucho”, afirmó el editor de Lowrider Magazine, Joe Ray. “Entonces empezamos a invertir en rendimiento”.

Durante los últimos años, los lowriders que compiten en las exposiciones de vehículos comenzaron a ganar premios por sus automóviles “bajos, de espectáculo y velocidad”, a medida que los jueces que estudian la creatividad en el diseño de carrocería, pintura, sistemas de elevación hidráulica y decoración comenzaron a otorgar puntos adicionales por el tren de manejo. El mensaje corrió rápidamente por la comunidad lowrider: “Si tienes la mejor pintura, más vale que también tengas el mejor motor”, afirmó Ray, quien a menudo es citado como juez en estas exhibiciones.

Durante su infancia en South Central L.A., Maxwell se escapaba mientras su madre trabajaba por las noches para ver los clubes de lowriders que se reunían en un Church’s Chicken cercano. De adolescente, empezó a usar los lowriders de sus tíos que “se habían metido en problemas y tenían que irse por un tiempo”.

En 1998, después de trabajar por varios años construyendo tanques de almacenamiento para refinerías de petróleo, convirtió su talento en soldaduras y trabajo en metal en un exitoso negocio, haciendo sistemas de elevación hidráulica para pasajeros que deseaban que sus coches rebotaran.

Hace unos cinco años comenzó a instalar grandes motores, abandonando los clásicos V-8 de 1960 por motores LS de los Corvette último modelo. En la actualidad, es uno de los constructores de lowriders más respetados del sur de California y uno de los mayores defensores del movimiento de grandes motores.

Su Impala convertible de 1958 posee un motor sobrealimentado de 6.2 litros, construido para un Cadillac, con 550 caballos de fuerza. El motor de 6.2 litros del Impala 1961 que conduce Tanya, su esposa -prestado de un Corvette- lo supera, llegando a casi 650 caballos de fuerza.

El uso de motores importantes ha hecho de Maxwell, conocido en la comunidad como “VMax”, un ganador de premios. Uno de los rincones de su salón de exposición de Ultimate Hydraulics, en Riverside, está lleno de trofeos.

El reemplazo de motores ha sido un buen negocio para él, quien vende lowriders a celebridades que prefiere no mencionar. Una restauración completa de un clásico Impala de 1964 -que es al lowriding lo que el Ford “Deuce Coupe” de 1932 es a los hot rods- puede costar hasta $40,000.

Un trabajo de pintura realizado por alguien como el maestro y especialista de Riverside Mike Lamberson puede agregar entre $10,000 y $20,000 más. El grabado del motor puede costar varios miles extra.

Comprar un motor de LS7 Corvette puede costar entre $18,000 y $20,000, y su instalación y personalización se calcula en otros $15,000. Todo ello podría llevar el precio total a más de $75,000, detalló Maxwell, para uno de sus Impalas personalizados.

Además de la fuerza extra en el motor, los vehículos de Vernon y similares no tienen suspensión de autos de carrera ni usan neumáticos de alto rendimiento. Por ello, el gerente general de Lowrider Magazine, Rudy Rivas, y otros sostienen que los propietarios de autos con poderosos motores no realizan picadas. “Seguimos en el lowriding tradicional, lento y bajo”, afirmó. “Pero tenemos más respeto ahora de la gente que gusta de los hot rod y la velocidad”.

El arte del lowriding nació en el este de L.A. y era exclusivo de la comunidad latina antes de que comenzara a ser adoptado por entusiastas afroamericanos. En la actualidad, los ‘personalizadores’ de coches que aparecen en la serie de videos “Roll Models”, de Lowrider Magazine, provienen de diversas etnias y estratos socioeconómicos.

Steve Álvarez-Mott, miembro del grupo de coches Groupe, del este de L.A., es un cirujano pediatra que conduce un Impala 1958 color azul. Lawrance García, miembro de Techniques Car Club, es pastor y conduce un Caprice 1968. Rusell Randolph comenzó a gustar de los autos cuando era adolescente, pero no se adentró seriamente en el lowriding sino hasta que se retiró del ejército; ahora vive en Pacoima y conduce un Impala 1963 anaranjado.

En los grupos parece haber poca fricción entre las etnias; un club como Ultimate Riders es un 30% caucásico, según estiman algunos miembros. Majestics Car Club, en L.A., tiene miembros hispanos y afroamericanos. “Tenemos tipos rubios y de ojos azules en el medio oeste que se están sumando”, afirmó Rivas. “Y el lowriding es fuerte en Japón también”.

Paralelamente a los cambios bajo el cofre, los lowriders han cobrado más notoriedad. Un gran evento anual, como el Arizona SuperShow, realizado el mes pasado cerca de Phoenix, puede convocar a multitudes; se estima que más de 18,000 fans se dieron cita allí.

Eventos locales, como el Cinco de Mayo Car Show, de Arcadia, el Cinco de Mayo con Orgullo Festival and Car Show, que se realizarán en mayo, pueden atraer el doble de gente. El año pasado, 40,000 personas se congregaron en el evento de Chicano Park.

El atractivo del espectador no cedió tampoco por el Petersen Automotive Museum, la colección de Miracle Mile que alberga algunos de los vehículos personalizados más bellos.

En 2003, y nuevamente en 2008, el museo organizó shows de lowriders que rompieron récords de asistencia para el lugar, y recientemente anunció la realización de un nuevo evento -que incluirá vehículos con motores importantes- en su Armand Hammer Foundation Gallery, desde el 17 de junio al 5 de noviembre próximos. “Se trata de declaraciones culturales; son una parte importante de la cultura del automóvil en el sur de California”, afirmó Leslie Kendall, curadora del museo.

Las raíces siguen profundamente arraigadas. Pese a los cambios, los vehículos antiguos están vivos. Para García, el pastor, y su esposa, quien posee su propio Impala 1963 personalizado, la nueva tecnología no ha modificado el atractivo tradicional. Los motores renovados solo hacen que los vehículos sean más fáciles y entretenidos de manejar.

“Nos gusta mostrar los autos”, dijo, “pero también nos encanta conducir”.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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