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Mujeres, en sus propias palabras: por qué no trabajamos

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Cinco lectoras comparten sus historias después de que un artículo del Times sobre mujeres que dejan sus empleos provocara una avalancha de respuestas (folleto).

La vida laboral de todos tiene su propia historia, al igual que cada decisión de dejar de trabajar.

The Times dio cuenta recientemente de la llamativa baja de mujeres en los lugares de trabajo. La proporción de mujeres con empleo -o en busca de uno- aumentó del 35% después de la Segunda Guerra Mundial al 76.8% en 1999, y luego comenzó a declinar, hasta el 74.3% el año pasado.

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El artículo provocó una inundación de respuestas de parte de las lectoras, con sus propias razones por las cuales abandonaron sus trabajos. Muchas de ellas citaron las dificultades de cuidar a los hijos mientras se sostiene un trabajo de 9 a 5. Otras quedaron fuera de sus carreras durante la Gran Recesión y nunca se recuperaron. Otras simplemente se vieron desgastadas por años de desventuras.

A continuación, cinco lectoras comparten sus historias.

“Lo admito, tengo un cierto grado de orgullo. No trabajaría en un restaurante de comida rápida o en ventas al por menor por $7.50 la hora”.

Kerry Ann Baker

Denver y Mazatlán, México

Edad: 58

Kerry Ann Baker

Soy probablemente representante de cientos de miles de mujeres (tal vez hombres también, y quizás somos una legión de millones) que tuvieron la desgracia de perder sus puestos de trabajo durante la Gran Recesión, justo cuando entrábamos en nuestra década de los 50. Durante la lenta recuperación económica, sólo nos hicimos mayores y conseguir empleo se hizo aún más difícil. Ninguna de mis amigas con educación terciaria gana el mismo salario que tenía antes de la recesión, incluso aquellas que han encontrado otros trabajos.

En mi último puesto, trabajé por 12 años y dejé un salario de $62,500, con un paquete de beneficios increíble. Cuando llegó un nuevo jefe ejecutivo, éste utilizó la recesión como una excusa para despedirme. Eso le sucedió a mucha gente que conozco; la Gran Recesión era la coartada para deshacerse de empleados mayores de 50 años. Después tuvimos enormes dificultades para ser contratados en otro lugar.

Me mudé a Denver en espera de que mi excelente experiencia y mi entrenamiento garantizaran al menos un puesto decente para recaudar fondos. Me equivoqué; tuve entrevistas durante cinco años. A pesar de mis antecedentes de excelencia, referencias y certificaciones en el campo, nunca hallé más que un contrato laboral mal pagado.

Mi profesión anterior, el reclutamiento, se había vuelto más técnico y no podía competir con aquellos que ya conocían esa tecnología específica, incluso tomando clases para ello. A falta de la ‘rampa’ para volver a entrenarme e ingresar en un campo nuevo -estaría pagando por la educación con un salario de nivel inicial, y nuevamente compitiendo con los graduados más jóvenes- decidí recortar mis pérdidas y concentrarme en ahorrar recursos. Me mudé a México.

Me di por vencida. Miré las tres carreras donde tenía experiencia y vi que no sería competitiva en ninguna de ellas, después de los 50 años de edad. Es cierto, tengo un grado de orgullo. No voy a trabajar en un restaurante de comida rápida o en ventas al por menor por $7.50 la hora (a propósito, esos trabajos también están desapareciendo). La barrera principal para quienes tenemos más de 50 es la discriminación por edad.

Pero no me importa porque la gente joven también está luchando y necesitamos darles algunos espacios. Las mujeres solteras y baby boomers, sin hijos, somos un grupo demográfico enorme. Soy una perfecta representación de lo que hemos pasado.

Mudarme a México a tiempo parcial me ha permitido tener una vida digna, usar menos de mis ahorros y no tener que soportar un trabajo humillante.

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“Cuando lo confronté, me dijo que yo era ‘demasiado sensible para esta industria’”.

Ursula Strauss

Los Ángeles

Edad: 30

Ursula Strauss

Renuncié a mi trabajo hace un año porque me desempeñaba como gerente de estudio en el mundo de la fotografía comercial y de moda, y eventualmente comencé a odiarme por participar de un medio que representa a las mujeres de forma tan poco realista y dañina.

Ganaba $50,000 al año, sin beneficios. Nunca obtuve un asenso, a pesar de que mi descripción del empleo y mis responsabilidades cambiaron durante mi permanencia allí.

Una parte importante de mi trabajo era supervisar el proceso de retoque después de cada sesión de fotos. Yo ya era consciente de que todas las imágenes que vemos, tanto de hombres como de mujeres, en revistas y vallas están sometidas a una cierta cantidad de ‘limpieza’, pero no entendía totalmente hasta qué grado. Las manipulaciones que presencié a través del ‘arte’ del Photoshop, específicamente de mujeres, eran completamente perturbadoras y francamente violentas. Caras torcidas, miembros cortados, retirados y reemplazados, piel aclarada, muslos reducidos, globos oculares agrandados. Y el producto final era una foto de un ser perfecto que lucía tan bello ‘sin esfuerzo’.

Recordé que, cuando era adolescente, estudiaba cada modelo y actriz en las revistas de belleza y me sentía tan inferior y deprimida porque sabía que nunca podría lucir así de bien. Lo que hizo esto aún más inquietante fue que cada vez que el fotógrafo hacía una sesión con un hombre famoso o un modelo masculino, el retoque era sutil y menor. Le permitían a la mayoría de los hombres mantener sus arrugas y círculos oscuros debajo de los ojos, aunque nunca perdonaban un vientre abultado.

No ayudó mucho que, después de terminada la ‘luna de miel’ con mi empleo, sentí que mi jefe, a quien consideraba un buen amigo, comenzó a tratarme con una gradual falta de respeto. Cuando lo confronté, me dijo que yo era “demasiado sensible para esta industria”.

Ahora no estoy buscando otro empleo. Cuando renuncié tuve la suerte de poder tomarme un mes para averiguar qué debía hacer a continuación. Decidí que mi nueva falta de trabajo era en realidad la oportunidad perfecta para comenzar a escribir un libro. Son unas memorias acerca de cómo a los 24 años de edad mi esposo fue diagnosticado con cáncer y yo abandoné mi trabajo para ser su enfermera 24 horas al día por dos años, hasta que murió, a los 26. También dirigí una pequeña granja urbana en Culver City, que se basa puramente en el voluntariado y está en una propiedad de mi padre. No vendemos vegetales, los usamos para alimentarnos y como una forma de pago a los amigos que me ayudan a cultivar los fines de semana.

Cultivar mis propios vegetales reduce en gran medida el costo de mis comestibles. Durante el tiempo que trabajé en fotografía viví con mi madre y ahorré mucho dinero, porque no pagaba una renta. También tengo un poco de dinero que mi abuelo dejó al morir, hace unos años.

Comprendí que soy muy privilegiada al tener los recursos para tomarme este tiempo libre y escribir un libro, pero eventualmente mis ahorros se acabarán. Espero que no ocurra antes de haber terminado de escribir.

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“Fui descartada por una industria que explota a sus trabajadores, la mayoría de los cuales son mujeres”.

Jane Sprague

Long Beach

Edad: 47

Jane Sprague

Perdí mi empleo como “profesora temporal a tiempo parcial” en Cal State Long Beach hace varios años, debido a recortes presupuestarios no divulgados. Cobré un seguro de desempleo durante dos años y medio, y luego fui diagnosticada con esclerosis múltiple. Perdí mi trabajo en una universidad privada en Nueva York debido a esta condición. Debí cancelar un empleo con ellos y jamás me volvieron a contactar; había enseñado allí por más de cinco años.

Perdí mi trabajo porque, como personal suplente, los sitios donde enseñé nunca se comprometieron conmigo, nunca evaluaron mi competencia o mis habilidades. Durante los 10 años que trabajé en educación superior me asignaron una nueva clase cada semestre, a menudo en un área temática para la cual no tenía cualificaciones reales o experiencia. Siempre hice todo lo posible para aprender todo lo necesario.

Trabajé muy duro, sin parar. Ganaba $50,000 siempre con varios empleos en simultáneo, para juntar el salario de un puesto de tiempo completo.

Fui descartada por una industria que explota a sus trabajadores -la mayoría de los cuales son mujeres- y luego margina por sus discapacidades o enfermedades. Extraño a los estudiantes; no las condiciones del trabajo. Las universidades habitualmente explotan a su personal suplente. A menudo no sabemos si tendremos algún empleo hasta unos pocos días antes del semestre. Trabajé sola, sin mentores y con pocas evaluaciones de rendimiento, o ninguna. Trabajé casi sin colegas; enseñé en aulas sin apoyo de tecnología, así que debía organizar todo ello también.

A menudo enseñaba en tres o cuatro universidades simultaneamente, ya que la mayoría de los campus se comprometen a asignar personal auxiliar dos clases cada semestre, forzando así a uno a trabajar en múltiples escuelas con el fin de autocrear un puesto a tiempo completo. No hay asensos jamás. Pocos trabajadores alguna vez obtienen un compromiso de trabajo a tiempo completo por parte de una escuela. Es una basura.

Los estudiantes fueron la mejor parte de esta experiencia profesional. Ahora no puedo trabajar; estoy demasiado discapacitada para salir de mi casa, ya no conduzco y obtengo beneficios del seguro social. Mi esposo es quien mantiene la familia.

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“Comprendí que mis habilidades y experiencia eran ignoradas debido a mi edad”.

Mary Beth Smith

Dallas

Edad: 65

Mary Beth Smith

Dos meses antes de mi cumpleaños número 65, me despidieron después de 13 años de servicio. La empresa eliminó mi puesto. Recibí un pequeño paquete de indemnización y luego pedí beneficios de desempleo. Solicité más de 100 trabajos y realicé dos entrevistas telefónicas y otras dos en persona. Comprendí que mis habilidades y experiencia eran ignoradas debido a mi edad, y comencé a prepararme para ingresar a la economía independiente en caso de no poder obtener un trabajo para cuando cesaran mis cheques de desempleo.

Dejé la fuerza de trabajo como vicepresidenta de ventas y marketing, con un paquete de compensación anual que incluía un salario alto, de cinco cifras, bonificaciones y beneficios. Era lo más lejos que podía escalar en esa pequeña empresa. Mi plan era seguir trabajando hasta los 68 o 70 años de edad para maximizar mi seguridad social. Al jubilarme, mi intención era trabajar como escritora independiente y consultora editorial, para complementar mis ingresos del seguro social y apoyar a mi esposo, quien no tiene buena salud.

Debido a mis experiencias en los últimos seis meses con reclutadores y gerentes de contratación, me di por vencido con la idea de volver a trabajar para una empresa. Incluso después de haber bajado mis expectativas salariales, mi edad es un gran obstáculo para que la gente de recursos humanos vea más allá de ella. Tengo un historial muy exitoso, apariencia juvenil, grandes habilidades tecnológicas… y muchos años en este planeta.

Mis beneficios de desempleo ya han terminado. Asumiendo que viviré otros 20 o 30 años, este despido me costará entre $300,000-$800,000 en ingresos y beneficios perdidos de mi seguro social. Además de la obvia pérdida financiera, estoy muy decepcionada de que los jóvenes propietarios de negocios y gerentes de contrataciones no entiendan que a los ejecutivos mayores y cualificados nos encantaría ayudarles a mejorar sus empresas, incluso si esto significa ganar un salario más bajo.

Pedí anticipadamente mis beneficios del seguro social, que sólo representa un 25% de mi salario anterior, y cerca de $300 por mes menos del pago de mi desempleo. Al solicitar estos beneficios con anticipación, perderé cerca de $1,200-$1,500 por mes, por el resto de mi vida.

Actualmente estoy aprovechando mis habilidades de escritura, marketing y publicidad, mi reputación en la industria y mi red de contactos para atraer clientes. Por naturaleza soy optimista, y tengo toda la esperanza de que las habilidades que me mantuvieron empleada serán suficientes para hacerme ahora económicamente viable. Ser optimista no significa que no estoy ansiosa; sólo significa que, creo, tengo el suficiente ejercicio emocional para resistir.

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“Sentimos que nuestra familia estaba en una situación imposible, lo cual me convirtió en una madre ama de casa”.

Teresa Angier

Tustin, California

Edad: 31

Teresa Angier

Tomé la licencia de maternidad después del nacimiento de mi primer hijo, en 2014. Tres días después de regresar a trabajar, me despidieron. Terminé optando por no volver a la fuerza laboral porque mi esposo era estudiante en ese momento, y a mí me costaba mucho conseguir empleo, como una flamante mamá de un bebé de tres meses. No podíamos pagar por cuidados infantiles ya que ninguno de los dos contábamos con un ingreso.

Finalmente, mi esposo consiguió un empleo de medio tiempo que se convirtió en uno de tiempo completo. Entones, abandonó el programa de su maestría con un año todavía por delante -y uno ya cursado-. Él tenía una beca total, que exigía completar el estudio o pagar el costo de su educación. Debido a su oportunidad laboral, decidimos que era mejor que tomara el ingreso y yo me quedaría en casa con nuestro hijo, pero también heredamos la deuda de su educación incompleta.

Al poco tiempo volví a quedar embarazada, entonces decidimos que terminaríamos pronto con nuestros planes de familia y yo volvería al trabajo. Yo había sido gerente de operaciones en una organización sin fines de lucro, y ganaba $48,000 dólares al año. Amaba mi trabajo y hubiera continuado allí. Sentí que me habían despedido porque habían descubierto cómo funcionar sin mí, mientras estaba fuera. Sentimos que nuestra familia estaba en una situación imposible, lo cual me convirtió en una madre ama de casa.

Ahora no estoy buscando un empleo. Soy madre de tres niños, el mayor de ellos de tres años de edad. Cuando asistan a la escuela, volveré a intentarlo. No podemos enviarlos a una guardería o a una escuela preescolar sólo con el salario de mi esposo. Apenas podemos pagar los préstamos estudiantiles, pagar la renta (¡obsena!) en el condado de Orange y poner comida en la mesa.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí

Traducción: Valeria Agis

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