Anuncio

Me dijo que estaba loco por mí, pero después de la primera cita me dejó por otra

“No es que no me gustes…” (Steve Sedam / para The Times).

“No es que no me gustes…” (Steve Sedam / para The Times).

(Steve Sedam / For The Times)
Share

“Es director”, le dije a mi amiga L., jugueteando distraídamente con el encendedor en mi mano. “No es súper lindo… ¿Te parece que lo es? Estaba bastante oscuro en el bar… Quizás debería haberle dado mi número. Debe tener 10 años más que yo”.

L se encogió de hombros.

“Creo que es divertido. No sé por qué; yo fui mala con él toda la noche, pero cuanto más mala era, más le gustaba. Una suerte de masoquista emocional”.

L arrebató el encendedor de mi mano y encendió el cigarro que descansaba impacientemente entre sus dedos. “Sólo sal con él”, me dijo. “Si la cosa va mal, al menos habrás bebido unos tragos gratis”.

Anuncio

Así que acepté una cita.

Los días previos a ella, el director -llamémosle T.- incorporó el hábito de enviarme mensajes de texto con frecuencia. Me decía lo hermosa que era, lo raro que era hallar una mujer “tan inteligente y madura”.

Yo me burlaba en voz alta mientras los leía, y usaba una sola mano para responder con emojis. Pero, a medida que la fecha se acercaba, empecé a entrar en pánico.

Realmente no podía recordar cómo lucía; así que empecé a hacer un poco de reconocimiento vía internet. ¿Cómo se veía a la luz del día? ¿Es bueno usando filtros de Instagram? ¿Hay videos donde pueda escuchar su voz? Recuerdo que es un poco aguda. ¿Y si mi voz es más profunda que la de él? ¿Se espantará? ¿Quién es esa chica en la foto? Es bellísima… Probablemente se trate de una ex. No, es su hermana. Ah, probablemente respete a las mujeres. Quizás deba mirar su película. ¿Y si no se parece en nada a lo que recuerdo? Estaba muy oscuro en el Roger Room esa noche…

Cuando llegó la hora de nuestra cita, yo estaba en un frenesí de Google. Él llamó para decirme que ya estaba afuera. Mientras yo salía de mi edificio me di cuenta de que había estacionado justo en el frente (una hazaña que, en mi vecindario de Koreatown, me hizo creer de inmediato que era un devoto practicante de las artes oscuras) y estaba de pie, fuera de su vehículo híbrido, con una camiseta de los años 1980 y unos vaqueros en los cuales yo no cabía.

De inmediato se acercó y me abrazó como si fuéramos viejos amigos. “Es tan bueno verte otra vez”, me dijo, con una sonrisa tan grande que por un momento pensé que quizás había algo raro en él. “También, lo siento, pero debo hacer esto”. Con esa presentación, tomó mi cara con ambas manos y me besó. Después de unos segundos, se apartó. “Quería hacerlo desde que te conocí y no podría pensar en nada el resto de la noche si no lo hacía ahora mismo”.

Abrió la puerta del acompañante en su auto y me invitó a subir. Me senté en estado de shock; había sido un movimiento audaz, claro, pero sorprendente. Me había gustado, mucho.

Yo trabajaba probando videojuegos en ese momento, y había mencionado brevemente mi pasión por los clásicos, así que me llevó a Castle Park, en Sherman Oaks. T. compró $100 dólares en fichas y pasamos toda la noche corriendo carreras, disparando a zombis y atacando con maniobras de karate a nuestros enemigos. Durante un safari, bajo el asedio de arácnidos gigantes me reveló con cautela que estaba divorciado.

“Pero ella está completamente fuera de mi vida”, me aseguró. Le respondí que no importaba y que asumía que la mayor parte de los directores que viven en Hollywood están divorciados al menos una vez cuando llegan a su treintena. Él río y me abrazó, acercándome a él para besarme de nuevo, mientras las arañas atacaban el resto de nuestro Jeep.

Después de los juegos fuimos a un bar, donde habló con entusiasmo acerca de cuánto le gustaba y de lo ansioso que estaba por tener una nueva cita. “Eres tan increíble”, susurró entre los besos que me daba.

Dejamos el bar y nos encerramos en su Prius para besarnos. Más tarde, luego de estacionar en frente de mi casa, pasamos al asiento trasero y nos besamos más. Había una conexión muy fuerte, tanto física como emocional, y me sentía bien de conectar con alguien así, especialmente con un tipo que sabía lo que quería y tenía una personalidad que se entendía bien con la mía. Como la irónica y desagradable neoyorquina que soy, eso no es siempre me resulta fácil.

Fue divertido, fue salvaje, y en dos días se había acabado. “Realmente lo siento”, comenzó la avalancha de mensajes de disculpas. “No es que no me gustes… Acabo de encontrarme con una exnovia anoche, en un desfile de modas, con quien tenemos una historia muy larga y complicada, y creo que quiero darle una nueva oportunidad. Ya estoy grande…”.

De inmediato dejé el teléfono, sintiendo que las lágrimas hervían en mis ojos. Estaba en mi trabajo y no quería empezar a llorar antes de mi descanso. El celular seguía vibrando y después de 12 o más mensajes, finalmente todo terminó. Un compañero sentado junto a mí sonrió y señaló mi teléfono: “Bueno, creo que alguien aquí se ha vuelto muy popular”, dijo. Yo me disculpé y me dirigí al pasillo, para llamar de inmediato a mi amiga L.

“Lo siento tanto”, me dijo. “Es un verdadero…”.

Tragué saliva como pude mientras los sollozos salían de mi garganta. “Pero no, no lo es… Sólo fue honesto. Además, apenas tuvimos una cita. No debería estar tan molesta”.

“Bueno, tu primer desamor en Hollywood es como un rito de iniciación. ¡Felicitaciones!”, expuso ella.

“Sí”, dije, secando mi cara con la manga de mi chaqueta. “Lo superaré. Fue algo tan intenso e inesperado”.

“No te preocupes, encontrarás a alguien nuevo en cualquier momento”, aseguró L. “Además, su aburrida película sólo tiene un 22% de calificaciones positivas en Rotten Tomatoes. Te irá mejor sin él”.

Si desea leer l anota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

Anuncio