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Policía de Richmond estrecha vínculos con la comunidad y la tasa de homicidios desciende

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Durante largo tiempo, los residentes habían sentido desprecio por el Departamento de policía de Richmond, que por décadas habían tenido una reputación de racistas y crueles. La comunidad raramente cooperaba con los oficiales de la policía, haciéndoles difícil resolver delitos, incluso los delitos menores.

El administrador de la ciudad Bill Lindsay, nuevo en la ciudad, creía que el cambio sólo se lograría haciendo revisión de las prácticas policiales. Él volteó a ver hacia un reformador fuera de lo común: Chris Magnus, de raza blanca, gay y jefe de la policía de Fargo, Dakota del Norte.

Una década más tarde, esta ciudad donde las minorías son la mayoría, la ciudad ha registrado la menor tasa de homicidios en 33 años. Ahora son raros los disparos de armas donde estén involucrados los oficiales de la policía ahora: se han realizado dos desde que Magnus llegó, mientras que en el interior de los límites de la ciudad, otras agencias de policía han matado a cinco hombres durante el mismo período.

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Los agentes conocen a los hombres en la calle, conocen a sus familias, saben que tienen niños, y si ellos han faltado a la escuela.- Tamisha Walker, quien alguna vez fue una infractora de la ley, es ahora la encargada de un programa de reinserción para ex prisioneros

La desconfianza de la comunidad gradualmente ha dado paso a la colaboración, gracias a los lazos cada vez más sólidos entre los oficiales y los sectores a los que sirven.

Hoy día, mientras los enojados residentes causan disturbios por el uso excesivo de fuerza en Baltimore – y Ferguson, Mo., antes de eso – los líderes estatales y federales están hablando con Magnus, de 54 años, para que les comparta su modelo de acción.

Magnus reconoce que el terreno ganado ha implicado un poco de suerte. Pero él y también los expertos externos, le atribuyen esto en gran parte a un cambio de cultura duramente ganado.

Además, los residentes también han hecho su parte.

“Hemos cambiado algunas de las ideas que la policía tenía sobre nosotros, y hemos cambiado algunas de las que nosotros teníamos sobre ellos”, dijo el octagenario Bennie Lois-Clark Singleton, quien participa en paseos semanales por las calles para persuadir a los jóvenes en situación de riesgo a rechazar la violencia.

El video se tornó viral. Dos oficiales que se encontraban trabajando en el festival anual de Juneteenth mostraron sus pasos y movimientos estilo country baile mientras se escuchaba el último éxito musical “The Wobble”.

Los espectadores les echaban porras animándolos.

El residente que capturó la escena durante la celebración de la historia de afroamericana, más tarde diría que fue “sorprendente” ver cómo los oficiales “estaban interactuando con la comunidad.”Pero las cosas no siempre fue así.

Richmond era un centro de construcción naval durante la segunda guerra mundial, y cuando desaparecieron los puestos de trabajo, la ciudad se quedó luchando para subsistir. El núcleo urbano sigue deprimido en esta ciudad de 107,500 habitantes — de los cuales, más del 80% no son blancos — y una docena de pandillas permanecen activas.

En 1982, las relaciones de la policía con las minorías se desbocaron cuando las tácticas de los gendarmes conocidos como “los Cowboys” se dieron a conocer ampliamente. Dos tiroteos fatales, no relacionados, de dos hombres negros mientras estaban en sus camas, dieron como resultado un fallo por 3 millones de dólares, la mayor multa civil por abusos de la policía en el país.

Un juez señaló la evidencia “substancial” de una política informal que “alentaba y autorizaba la violencia y brutalidad por parte de los agentes de la policía de Richmond contra los residentes negros”.

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Marcus Yam / Los Angeles Times

El oficial de policía de Richmond, Chris Llamas, con un hombre al que detuvo por andar en bicicleta en la banqueta.

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Marcus Yam / Los Angeles Times

Cuatro hombres esperan a que el oficial Chris Llamas realice un registro rápido de su auto en busca de drogas.

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Marcus Yam / Los Angeles Times

A la izquierda el sargento John Lopez, el oficial Andrew Barbara y el detective Steve Decious dialogan acerca de una situación de rehén.

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Marcus Yam / Los Angeles Times

El oficial Chris Llamas revisa un auto después de pararlo.

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Marcus Yam / Los Angeles Times

Los oficiales Yemeni Rogers y Chris Llamas hablan con los ocupantes de un vehículo en un estacionamiento.

A medida que la demografía de la ciudad cambiaba, los problemas persistían. En 2002, unos agentes que despejaban una calle durante la celebración del Cinco de mayo, les propinaron una paliza y les rociaron con gas de pimienta a Andrés Soto y a sus hijos. En la celda donde estaba detenido, Soto encontró a más de una docena de otros hombres latinos que habían sido objeto de una redada por la policía. La comunidad protestó. El grupo ganó una indemnización.

“Esa fue la gota que derramó el vaso”, dijo Soto, de 59 años y activista ambiental.

A este suceso le siguieron dos jefes provisionales. Luego, en diciembre de 2005, Lindsay contrató a Magnus, que había escalado las filas de rango en Lansing, Michigan, antes de dirigirse a Fargo a hacerse cargo de la fuerza policial.

“El simplemente abrió por completo el departamento”, dijo Soto.

Cuando Magnus llegó, inmediatamente se dio cuenta de que tenía que elaborar un equipo de comando comprometido con la visión de “relaciones más humanas”, dijo.

Hubo retos. Poco después de que asumió el cargo, siete altos oficiales de la policía afroamericanos interponen una demanda, acusan a Magnus de hacer comentarios racistas y de pasarlos por alto para las ascensiones de puesto. El caso se prolongó durante años. Después de un juicio civil de tres meses en 2012, los oficiales perdieron en todos los 72 cargos que presentaron.

Mientras, Magnus continuaba presionando por las reformas.

Disolvió equipos que patrullaban las calles que se habían centrado en las detenciones; los reemplazó policía con base en los vecindario. Los oficiales asistían a las reuniones en los barrios y daban su número de teléfono móvil. El departamento instaló cámaras de monitoreo en las calles y un sistema de detección de armas de fuego y emplearon un sofisticado software para predecir y prevenir la delincuencia de una mejor manera.

En un cambio reciente, el oficial Chris Llamas orillo su patrulla junto a las vías del tren. Unos miembros de la pandilla de los Norteños habían entrado a territorio Sureño para dejar su marca, la cual los Sureños habían tachado y reemplazado con su marca. Esto podría fácilmente convertirse en disparos, concluyó el oficial con 13 años de antigüedad.

Los trabajadores de ejecución de códigos ahora caen bajo el comando de Magnus, lo que ha llevado a una rápida acción contra el graffiti, las casas de droga y otras aflicciones. Las marcas de territorio “desaparecerán para mañana” después de hacer una llamada, dijo Llamas. Pronto, él y su compañero estaban despertando a tomadores públicos en un lote de estacionamiento. Una nueva asociación de comerciantes había pedido ayuda con la vagancia y lo recibió.

Reclutar a los miembros de la comunidad como socios también ha rendido muchos beneficios.

Richard Boyd, un organizador con el grupo Contra Costa Interfaith Supporting Community Organization (grupo inter religioso Contra Nostra en apoyo a la organización de la comunidad), recordó que cuando se mudó a Richmond, poco antes de que Magnus llegara, los jóvenes vagaban tranquilamente por su vecindario, presumiendo sus armas y jugando a los dados.

“No había un patrullaje genuino, no había ninguna verdadera limpieza de calles, ni servicios de reparación de carreteras”, recordó Boyd. “No respondían a ninguno de los problemas de calidad de vida”.

Esto cambió rápido. Aunque sigue preocupado por la violencia, el barrio del triángulo de hierro se ha calmado notoriamente, y las familias con niños juegan en el radicalmente renovado parque Nevin.

“Pudimos... llamar directamente a [los oficiales de turno] y decirles, ‘Hay ocho tipos haciendo apuestas en el frente”, Boyd recordó. “Y esos oficiales responderían porque podían sentir nuestro preocupación”.

A través del grupo interreligioso de Boyd, el clero encabeza los paseos semanales por las calles y participa en un programa contra la violencia conocido como Ceasefire (alto al fuego), atienden las “llamadas entrantes” donde la policía también está presente, para persuadir a los miembros activos de las pandillas a renunciar a ese estilo de vida.

“Yo no lo llamaría confianza, sino que ahora se conocen entre ellos”, dijo Tamisha Walker, 32, quien una vez fue infractora de la ley y ahora dirige un programa de reinserción de ex prisioneros. “Los oficiales conocen a los hombres en la calle, conocen a sus familias, ellos saben que tienen hijos, si han faltado a la escuela”.

Pero el trabajo continúa. “Son los oficiales como individuos los que son respetados, no el departamento como un todo”, dijo Walker, quien anima a los delincuentes a través de Ceasefire a renunciar a la violencia. “Todavía tenemos oficiales con quienes necesitamos seguir teniendo cuidado”.

Toody Maher coincide. En colaboración con la policía, su parque de Pogo -sin fines de lucro- transformó un lote con un montón de escombros en un parque vibrante que ahora emplea a residentes como monitores y además ganó un premio nacional.

“A veces los acontecimientos que ocurren no corresponden con la visión”, dijo, “pero gracias a Dios tenemos la visión”.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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