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Votó por Obama dos veces, pero ahora cree que Trump es la mejor opción

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En las soleadas y vacías calles al suroeste del popular Strip de Las Vegas, Joe Cervantes ve una nación en declive. Con un sombrero de fieltro y una camiseta de Jimi Hendrix, mientras pasea a su perro chow chow, este vendedor de coches retirado se queja de las malezas que descubre al pasar frente a la casa de un vecino. Afuera de la propiedad, hay estacionados tres vehículos sin licencia.

Unos asiáticos compraron la vivienda en una ejecución de hipoteca y no les importó a quién la alquilaron, dice. Pegado a su propia casa, agrega, unos inquilinos negros y de bajos ingresos destrozaron tanto el lugar que hasta las baldosas del suelo debieron ser reemplazadas. En una propiedad ubicada a la vuelta de la esquina, Cervantes advirtió a un hombre de Medio Oriente que habla constantemente por su celular en una lengua extranjera, y no sabe si llamar o no a la policía.

Para Cervantes, la vida en estos arenosos suburbios se parece mucho a lo que ha salido mal en el resto del país. Las casas son baratas y se caen a pedazos, afirma, porque “los ilegales” hicieron el trabajo y los contratistas luego sobornaron a los inspectores.

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Las ejecuciones hipotecarias se extendieron por el barrio y él mismo estuvo a punto de perder su hogar durante la Gran Recesión, porque los políticos dejaron de proteger los intereses de los estadounidenses comunes.

Para Cervantes, el gobierno es como un juego de cartas con apuestas altas, en el cual ni él ni la mayoría de sus compatriotas jamás consiguen un lugar. Este hombre, que votó por el presidente Obama en dos oportunidades, dice ahora que se siente dos veces decepcionado. Por eso, en la próxima elección, el nombre al que apuesta está escrito en dorado sobre el cielo de Las Vegas: Trump.

“La clase media está acabada en este país. Creo que necesitamos a alguien que no sea de la política, como [Donald] Trump, para que altere el orden prestablecido y haga que ayuden a la clase media”, asegura.

En cierto modo, Cervantes es como muchos estadounidenses, de diferentes clases y muy diversos sitios, que se han encontrado a sí mismos inesperadamente atraídos por el magnate de los bienes raíces. Este jubilado, que perdió su empleo en una fábrica debido a las trampas del libre comercio, se enoja ante la inmigración indocumentada y resiente haber trabajado toda su vida cuando otros consiguen ‘el viaje gratis’.

Sin embargo, las propuestas de Trump de construir un muro en toda la frontera con México y de expulsar a todos los inmigrantes de Medio Oriente suenan inverosímiles para él, quien es de origen latino, tiene amigos negros y árabes, y disfruta de la festividad anual del Ramadán con ellos.

También se siente perturbado por el discurso beligerante de Trump acerca de golpear a los manifestantes; él no mataría ni a una araña en su propia casa –las lleva hacia afuera, reconoce-, mucho menos ejercería violencia contra una persona.

Nevada ha sido siempre un estado de personas que se resisten a la clasificación fácil. Algunos se mudan aquí, en ciertos casos, para escapar de la categoría dentro de la cual nacieron en otro sitio. Como muchos, los republicanos de Nevada son menos religiosos, menos educados y menos obligados por la tradición. No les importan muchos temas como el aborto o el matrimonio de personas del mismo sexo. Muchos poseen su propio negocio, a menudo en construcción o en servicios de alimentos para la industria del juego. Tienen fuertes rasgos libertarios y opuestos al orden preestablecido, y poca tolerancia a las políticas de Washington.

Muchos otros estados occidentales han tendido a ayudar al senador de Texas Ted Cruz, un fuerte conservador de Texas. Pero los republicanos de aquí están plantando una sólida bandera que dice ‘nación Trump’.

El principal candidato republicano barrió las primarias de febrero pasado con un margen de casi 2-1 por sobre el candidato de la clase dirigente del partido, el senador de Florida Marco Rubio, y triunfó en todos los condados de Nevada, a excepción de dos. El condado de Clark, hogar de Las Vegas y de la mayor población del estado, ofreció buena parte del apoyo republicano más vigoroso para Trump. Esto fue particularmente notable en los barrios suburbanos que surgieron en las afueras del desierto en las dos décadas pasadas y que, durante la recesión de 2008, sufrieron algunas de las mayores tasas de ejecuciones hipotecarias en la nación.

Más del 62% de los votantes republicanos en el distrito donde vive Cervantes eligieron a Trump. Otras partes del condado de Clark mostraron márgenes aún mayores. En el noroeste de Las Vegas, una circunscripción mostró un 90% de apoyo al empresario de bienes raíces.

Cervantes ha estado atento y receptivo durante esta campaña. Con las persianas cerradas para escapar del sol, el hombre mira CNN, Fox y MSNBC y revisa sitios web políticos, además de tocar sus guitarras. Todas esas noticias, chismes, venenos e intrigas lo llevaron a la convicción de que Trump debería ser presidente. Pese a ello, Cervantes no está de acuerdo con muchas de sus declaraciones, pero las toma como un hecho natural de un candidato tempestuoso, que habla de improviso. En todo caso, reconoce que le gusta la bravuconería: “Incluso si se equivoca, yo sólo quiero que sacuda toda la estructura”, afirma.

Cervantes es hijo de mexicoamericanos de Texas, quienes después se mudaron a Kenosha, Wisconsin. Su padre trabajaba en la planta de American Motors que fabricaba Nashes, Ramblers y Gremlins. Todos hablaban español en la casa, y Cervantes no comprendió el inglés hasta que estuvo bien avanzado en la primaria. Era el único latino de su escuela y muchos lo insultaban, diciéndole “mexicano sucio”.

Así, halló respiro en la música; tocaba en bandas de la secundaria y poco después se rebeló. Arrestado en varias ocasiones por conducción temeraria, él y su mejor amigo pasaron cuatro meses en un reformatorio hasta que fueron puestos en libertad condicional. El juez les dijo que los liberaría por completo si se alistaban en el ejército, pero Cervantes no estuvo de acuerdo. La única vez que había salido de caza y matado a un faisán, había vomitado y estuvo enfermo a causa de ello durante semanas. “Le dije: ‘No puedo ir’”, recuerda. “Creo que no puedo dispararle absolutamente a nadie”.

Este artículo es parte de una serie ocasional de historias vinculadas con el ascenso de Donald Trump como principal candidato en la carrera presidencial republicana. Las notas intentan enfocarse en personas que se sienten atraídas por su candidatura en todo el país, y exploran las diversas razones de su gran atractivo.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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