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¿Por qué no se acciona en el tema de las armas?

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Entre los muchos problemas con el ‘Gran Debate de las Armas’ en estos días es que la multitud que está a favor de éstas sostiene que es una batalla de una guerra cultural, y los que se oponen quieren fingir que no es así.

En cuestiones de política pública, las personas a favor de las armas tienen mejores argumentos. Los homicidios por armas de fuego han descendido sistemáticamente durante décadas, a pesar de que las leyes al respecto son menos severas.

Casi ninguna de las soluciones propuestas después de los tiroteos en masa habría impedido esos crímenes (aunque si se hubieran prohibido los mecanismos conocidos como bump stock, tal como debería ser, en el tiroteo del mes pasado en Las Vegas hubieran muerto unos pocos).

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De hecho, es común después de esos acontecimientos escuchar a expertos y políticos pedir la aprobación de leyes que ya existen. He perdido la cuenta de la cantidad de veces que se ha insistido con la prohibición de las “ametralladoras”, que están vedadas desde la década de 1930. Otros hablan de prohibir las “armas de asalto” como si tal designación describiera un tipo específico de arma. No es así, y la prohibición de las armas de asalto -como quiera que se definan- tampoco mejorará mucho el problema. Los rifles de todo tipo representan sólo el 3% de la tasa de homicidios.

La matanza en una iglesia de Texas, este domingo, se ajusta al patrón. Muchos abogaron por las verificaciones de antecedentes, pero el tirador aprobó la suya; sólo mintió en la aplicación. Algunos argumentaron que a las personas condenadas por abuso conyugal -como este atacante- se les debe prohibir la adquisición de un arma de fuego. Eso ya es ley federal (tales normas deberían hacerse cumplir mejor de lo que la administración Trump parece inclinada a hacer).

En términos más generales, el presidente Trump y un Congreso controlado por los republicanos no harán nada significativo para restringir los derechos de las armas en los Estados Unidos. Y la experiencia durante el mandato del expresidente Obama, particularmente a raíz del tiroteo en Sandy Hook, demuestra que incluso algunos demócratas no quieren ir en contra de su propio interés electoral.

De hecho, la razón principal de la inacción no es el “dominio absoluto” de la Asociación del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) -un poco tacaña en lo que respecta al gasto político- sino el hecho de que millones de propietarios de armas votarán probablemente por esa cuestión, mientras que millones de partidarios del control de armas no lo hacen. Además, una gran mayoría de estadounidenses (76% contra 23%, según Gallup) no quiere que se prohíba la posesión de armas de fuego.

Estos hechos probablemente ayuden a explicar por qué la NRA ha dado un giro oscuro últimamente, publicando avisos que prácticamente no tienen nada que ver con las leyes sobre las armas de fuego y que sí tienen mucho que ver con alimentar el resentimiento cultural. Es difícil para un grupo de cabildeo de políticas públicas mantener las cuotas de membresía activas cuando ya ha ganado.

En tanto, los activistas anti-armas se aferran a la creencia de que son un grupo de pragmáticos comprometidos, que simplemente buscan normas sensatas de control. Sin duda, algunos se ajustan a esta descripción. Pero, dado que los más acérrimos defensores del control de armas tienden a malinterpretar los hechos básicos y suelen elogiar a países como Australia, que prohibió las armas, es fácil ver por qué los partidarios de las armas sospechan acerca de cuál es el verdadero objetivo de sus contrapartes.

En 2015, el New York Times publicó el primer editorial en portada en 95 años para pedir, en parte, la confiscación de millones de armas. El mes pasado, el columnista Bret Stephens solicitó la derogación rotunda de la Segunda Enmienda.

El hecho simple es que a muchas élites en lugares como Nueva York y Los Ángeles, independientemente de su ideología (Stephens es conservador), simplemente no les gustan las armas o la cultura de aquellas personas a quienes sí les agradan. Esto se puede ver en la moda repentinamente generalizada -común en las páginas del New York Times y en Twitter- de burlarse de quienes ofrecen “pensamientos y oraciones” a las víctimas de los tiroteos masivos, si no suscriben a nuevas medidas estrictas de control.

Es un experimento útil preguntarse cómo serían los Estados Unidos si los controladores de armas comenzaran a acumular victorias políticas, confiscando las armas de los propietarios respetuosos de la ley. Además de la enorme ganancia financiera para la NRA, millones de estadounidenses confirmarían sus sospechas más oscuras, y el profundo resentimiento que ya se siente en gran parte de los “estados rojos” de los Estados Unidos se intensificaría más allá de cualquier otra cuestión que hayamos experimentado últimamente.

Tal vez habría menos asesinatos en masa y otras muertes por armas de fuego, aunque soy escéptico al respecto. Estoy seguro de que nuestra política sería mucho más fea de lo que ya es.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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