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Para las mujeres africanas marcadas por la mutilación genital no había esperanza, pero una doctora ha cambiado la historia

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Cuando voló al aeropuerto de Nairobi, la enorme maleta de Marci Bowers estaba llena de instrumentos médicos y de suturas; todo lo que podía caber en su interior.

La médica de San Francisco se dirigía a un hospital en una de las barriadas de la capital keniana y necesitaba el equipo para el gran trabajo que tenía por delante: restaurar cuerpos femeninos; deshacer el trabajo de los mutiladores genitales que habían arrastrado a estas jóvenes fuera de sus hogares para cumplir con un antiguo ritual de entrada a la adultez.

Era la primera vez que una cirugía para tratar la mutilación genial femenina se realizaba en Kenia, donde cerca de cinco millones de mujeres, pertenecientes a diversos grupos étnicos, son víctimas. Cuando muchas de ellas supieron acerca del procedimiento, abordaron autobuses y se pusieron en fila en el exterior del hospital por horas, desde muy temprano en la mañana. Algunas habían viajado cientos de millas para llegar allí; otra voló desde Irlanda. La paciente de mayor edad tenía 64 años. “El hospital estaba inundado de peticiones. Todo fue más allá de mis más salvajes expectativas”, reconoce Bowers.

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La operación que realiza Bowers fue realizada por primera vez por un cirujano francés, Pierre Foldes, y aunque no puede reemplazar el tejido perdido sí logra mejorar la función sexual mediante la eliminación de tejido cicatricial que cubre el clítoris, y el corte de ligamentos para permitirle a éste descender.

Las pacientes kenianas de Bowers provinieron de una extensa lista de espera, aunque algunas mujeres que se presentaron en la clínica espontáneamente también fueron consideradas si el procedimiento parecía adecuado para mejorar sus lesiones. El costo para cada una de ellas fue de $96 dólares, y el saldo -de otros $200- fue cubierto por Clitoraid, una organización no gubernamental con sede en las Vegas, además de por una entidad local, Garana.

Aunque es ilegal en la mayor parte de África, la mutilación genital femenina, que implica la eliminación de parte del clítoris, ha demostrado ser tenaz. En muchas comunidades no hay otro camino hacia la adultez. Los misioneros cristianos de Kenia intentaron erradicar la práctica a finales de la década de 1920, pero se encontraron con una fuerte oposición de la comunidad.

Las niñas que huyen de la mutilación genital femenina pueden ser evitadas y calificadas como ‘sucias’, consideradas como no aptas para el matrimonio. Una razón importante por la cual los padres obligan a sus hijas a someterse al procedimiento es eludir el estigma social.

Los dos padres de Cynthia Simantoi se oponían al corte ritual, pero de todas formas la joven fue obligada a someterse a ello, en contra de sus deseos. Bowers operó a esta estudiante universitaria de 23 años de edad y oriunda de la comunidad Masai. Una noche de diciembre, en 2007, Simantoi estaba en su casa, sola, lavando los platos, cuando siete mujeres, incluidas sus tías y otros parientes, llegaron a por ella. Su padre, administrador del gobierno, y su madre, una maestra de escuela, no estaban en la casa en ese momento.

“No pude hacer nada”, recordó Simantoi, quien por entonces tenía 12 años, y luchó en vano. “Fue tan abrupto. No hubo señales en absoluto, por lo tanto no podría haber escapado. Las mujeres más jóvenes tomaron mis piernas y me sujetaron contra la pared. Entonces, una anciana realizó el corte. Fue doloroso. Me desmayé, y cuando me desperté me sentía abrumada”. “Me sentí tan mal, tan desesperada”, continuó. “Lloré toda la noche. Ellos intentaban consolarme y decirme que ahora era una mujer grande”.

Pero la joven se sintió ultrajada y traicionada, y a medida que pasaban los años, la amargura no cesaba. “Sentí que había perdido mi autoestima”, afirmó. “Yo no quería hacer esto. De hecho, me afectó psicológicamente”. En la época en que ella sufrió el corte ritual, agregó Simantoi, una de sus primas murió por complicaciones en el parto causadas por la cicatriz de la mutilación genital femenina.

Bowers señaló que la práctica puede dejar traumatizadas a las mujeres durante años, incluso décadas. Sumado a ello, a menudo se las advierte contra mostrar dolor o siquiera hablar del corte ritual. “En muchas comunidades les dicen que, si lloran, traerán la vergüenza a sus familias”, explicó la médica.

El secreto que rodea la mutilación genital femenina dificulta su erradicación, ya que los hombres generalmente desconocen que se trata de un procedimiento extremadamente doloroso y que puede tener complicaciones, como infecciones o dificultades durante el parto.

Incluso el Dr. Abdullahi Adan, un cirujano plástico de Nairobi que inició el proyecto Clotoraid luego de que muchas pacientes buscaran ayuda, no estaba preparado para lo que descubrió. Durante las sesiones de consejería psicológica que tomó con las pacientes, el médico comprendió cuánto su madre y sus tías, todas ellas sometidas al corte ritual, habían sufrido en silencio. “Aprendí mucho”, asegura. “Yo ignoraba muchas de estas cosas. Me ha convertido en un mejor hombre. Lo que más me impactó fue que todas ellas se sentían ‘menos mujeres’ que aquellas que no son mutiladas. Literalmente, todas ellas repitieron: ‘Quiero sentirme una mujer completa’. El proceso había dejado una cicatriz también en su mente”.

Bowers fue parte de una iniciativa infructuosa de Clitoraid, en 2014, para establecer un hospital en Burkina Faso, África Occidental, que realizara reversiones de mutilación genital femenina. El edificio se construyó, pero el gobierno retiró el permiso para su inauguración y canceló las visas de Bowers y otros miembros del equipo médico. Ahora, un especialista entrenado por la ginecóloga comenzó recientemente a realizar el procedimiento en dicho estado, pero no en el hospital de Clitoraid.

Según UNICEF, alrededor de 125 millones de niñas y mujeres, principalmente de África y Oriente Medio, han sufrido la mutilación genital femenina, generalmente alrededor de los cinco años de edad. La práctica es más frecuente en Egipto, Sudán, Mali, Guinea y Sierra Leona, donde el 80% de las mujeres de entre 15 y 49 años han sufrido la ablación, conforme un reporte de UNICEF de 2013. Cerca del 27% de las kenianas de ese grupo étnico han sido sometidas al procedimiento, aunque el gobierno de ese país prohibió la práctica en 2011.

Algunas comunidades de inmigrantes en los EE.UU. y Europa también realizan el ritual, a menudo en niñas pequeñas. Una doctora de Detroit, Jumana Nagarwala, fue acusada en abril pasado de realizar la mutilación genital en niñas pequeñas -siete años de edad- en una clínica en Livonia, Michigan.

Cuando Simantoi se sometió a la cirugía de reversión no lo comunicó a su familia, “porque podían pensar que estoy en contra de nuestra cultura”, comentó. “Me siento mejor ahora, y después de las sesiones de consejería sé que mi cuerpo está bien. Espero que haya más conciencia respecto de esta operación”.

En total, Bowers pasó dos semanas en Nairobi y operó a 44 mujeres. También entrenó a médicos locales, entre ellos a Adan, para realizar el procedimiento, mientras que otros 12 especialistas fueron observadores.

Cientos de mujeres que habían llegado en busca de ayuda debieron ser rechazadas por el momento, e incluidas en una lista de espera. No está claro si podrán ayudarlas a todas, ni cuándo ello podría ocurrir.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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