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Un ginecólogo acusado de violar mujeres jóvenes y vulnerables. ¿Dónde estaban las autoridades de USC?

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Te quitas la ropa y te colocas una delgada bata de algodón. Te sientas en una camilla acolchada, cubierta con un trozo de papel blanco nítido que cruje cada vez que te mueves. Tus pies descalzos cuelgan. Miras las paredes y esperas, y esperas.

Luego entra el médico. Si es un hombre, ingresa con una acompañante. El doctor te dice que te acuestes, que pongas las piernas en los estribos de metal a cada lado de la mesa y te deslices hacia abajo. Hacia él.

“Un poco más, un poco más”, dirá el médico, hasta que sientes que tu trasero se cae de la camilla.

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Rara vez una mujer se siente más vulnerable que cuando visita a un ginecólogo. Se prepara a sí misma, sabiendo que será penetrada. Si ha venido para hacerse una prueba de Papanicolau, sabe que va a doler, quizás mucho.

Pero espera ser tratada gentilmente y con respeto. Confía en que el doctor será profesional y no hará bromas sobre qué tan “apretada” es su vagina o qué tan atractiva es, o qué tan suave es su piel.

Cuando una mujer es joven, la experiencia puede ser un poco aterradora. Cuando es mayor, tal vez ya no esté aterrorizada, pero todavía es mortificante que alguien que no es una pareja íntima la esté tocando en un lugar profundamente privado. Aprieta los dientes y espera que el examen termine rápidamente.

Creo que esta es la razón por la que me impactaron con tanta fuerza las revelaciones sobre el presunto mal comportamiento ético de un ginecólogo de larga data en la clínica de salud estudiantil de la USC. Las historias se conocen después de las terribles noticias de la Universidad Estatal de Michigan acerca de Larry Nassar, el médico osteópata cruel y abusivo, que violó a cientos de mujeres, incluidas las mejores gimnastas de Estados Unidos, y que probablemente morirá en prisión.

En una investigación publicaaya en mayo, mis colegas Harriet Ryan, Paul Pringle y Matt Hamilton informaron que, durante años estudiantes y chaperonas presentaron quejas sobre el médico de la USC George Tyndall, el único ginecólogo a tiempo completo de la clínica. Dijeron que hacía comentarios sexuales sobre los cuerpos de sus pacientes, las tocaba de manera inapropiada durante los exámenes pélvicos y fotografiaba sus genitales. Algunos de sus colegas temían que apuntara especialmente a las estudiantes chinas con un inglés limitado, que quizás no supieran qué era apropiado y qué no.

Al respecto, quiero decir esto: si un médico le hiciera a mi hija lo que Tyndall le hizo a sus pacientes, la instaría a presentar una denuncia por agresión sexual. Con la policía; no con la USC, que permitió que las malas conductas de Tyndall continuaran por décadas.

Como The Times descubrió, Tyndall había sido objeto de numerosas protestas de enfermeras y asistentes médicos que se desempeñaban como chaperonas en su sala de exámenes.

Imaginemos que una clínica coloca a una chaperona en una habitación por protección, y cuando la acompañante informa sobre un comportamiento cuestionable por parte del médico, la clínica la ignora. ¿Cuál es, entonces, el verdadero objetivo de contar con chaperonas en la sala de examen? ¿Y quién, en realidad, está siendo protegido? (respuesta cínica: los doctores).

Varias chaperonas informaron que estaban molestas por la forma en que Tyndall insertaba sus dedos en la vagina de las mujeres antes de colocar un espéculo para revisar sus cérvix.

A pesar de las numerosas quejas, los administradores de la universidad y la clínica permitieron a Tyndall seguir ejerciendo hasta que una enfermera frustrada informó su comportamiento al centro de crisis por violación del campus, en 2016, informaron mis colegas.

Me gustaría destacarla como una heroína de esta historia. Su nombre es Cindy Gilbert. Había reportado el comportamiento de Tyndall en múltiples ocasiones, pero nadie parecía interesado hasta que encontró una aliada en Ekta Kumar, directora ejecutiva del centro de crisis por violación.

Esta vez, los funcionarios de USC concluyeron que el comportamiento del galeno estaba más allá de los límites de la práctica médica actual y equivalía a un acoso sexual. Y, sin embargo, ninguna de las pacientes de Tyndall durante casi tres décadas en la universidad fue notificada; se le permitió dimitir en silencio en 2017.

Esta es otra señal de mala reputación para USC, que también le permitió al cirujano de retina Carmen Puliafito, abusador de sustancias, continuar entre el personal de la escuela de medicina y aceptar nuevos pacientes después de renunciar como decano de la facultad de medicina. Su dimisión se produjo después de la sobredosis de drogas de una mujer joven, en la habitación de hotel del oftalmólogo.

Tal vez Tyndall no violó a mujeres jóvenes, como lo hizo Nassar. Y tal vez, a diferencia de Nassar, Tyndall no será enjuiciado.

Eso es una pena. Si de lo que se le acusa es cierto, entonces violó rutinariamente los cuerpos -y la confianza- de las jóvenes vulnerables que eran sus pacientes. Nadie en un puesto lo suficientemente poderoso como para detenerlo quería creerlo.

Ahora, generaciones enteras de sus pacientes están leyendo las noticias, reviviendo sus toques y preguntándose qué deberían haber hecho.

“Me sentía avergonzada por dejar que eso me sucediera”, le dijo una de sus antiguas pacientes a The Times. “Más que nada, estaba enojada con USC por permitir que algo así sucediera”.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí.

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