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Los sueldos de la construcción se hundieron, pero no a causa de los inmigrantes

Francisco Martinez gana $27.50 por hora como trabajador no sindicalizado.

Francisco Martinez gana $27.50 por hora como trabajador no sindicalizado.

(Allen J. Schaben / Los Angeles Times)
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Eddie Ybarra y Francisco Martínez, ambos en su cuarta década de vida, trabajan hombro a hombro construyendo las paredes de dos de los edificios de condominios más nuevos del centro de Los Ángeles. Los dos conducen camionetas para trabajar, estacionan en lotes adyacentes y toman su hora del almuerzo alrededor de las 10 a.m. Y eso es prácticamente todo lo que tienen en común.

Ybarra, nacido en Los Ángeles, construyó un estilo de vida de clase media sólido, con más de dos décadas en el gremio de carpinteros, un salario de $40 por hora y beneficios como pensión, seguro de salud e ilimitados días de vacaciones al año.

Martínez, nacido en Guadalajara, México, trabaja para un contratista no sindicalizado instalando paneles metálicos y otras piezas por $27.50 la hora. No tiene ahorros para la jubilación, su seguro no cubre a su familia y recibe cinco días de vacaciones al año.

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La historia de estos dos hombres ilustra el cambio radical que ha puesto la construcción en primer plano del debate nacional acerca de la disminución de empleos para obreros y las opiniones del presidente Trump acerca de la inmigración.

En el lapso de unas décadas, la construcción en el área de Los Ángeles pasó de ser una industria mayormente blanca y en gran parte sindicalizada, a una fuerza abrumadoramente latina, generalmente no agremiada y fuertemente dependiente de inmigrantes, conforme una revisión de datos federales realizada por Los Angeles Times.

A la vez, el trabajo se ha vuelto menos lucrativo. Los trabajadores de la construcción estadounidenses ganan hoy $5 dólares menos por hora de lo que percibían a comienzos de la década de 1970, teniendo en cuenta los ajustes por inflación. En 1972, la construcción pagaba el equivalente actual a $32 dólares por hora, casi $10 más del promedio en el sector privado. Pero los salarios reales disminuyeron constantemente durante décadas, borrando gran parte de esa brecha.

Entonces, ¿quién tiene la culpa? Trump responsabiliza a los inmigrantes por tomar los empleos de los estadounidenses y llevar los salarios hacia abajo. En un discurso de este mes, el presidente prometió a los trabajadores de la construcción que “protegería sus puestos de trabajo mediante la protección de nuestras fronteras”.

Pero durante más de una década antes de que los inmigrantes inundaran el mercado, los contratistas y sus clientes corporativos ya presionaban para socavar los salarios del sector evitando los gremios.

Los sindicatos de la construcción, centrados en mantener felices y ocupados a sus miembros, lucharon por mantener un trabajo lucrativo construyendo oficinas y carreteras en lugar de verter dinero en reclutar masas de nuevos trabajadores. Los negocios no sindicalizados incursionaron activamente en los edificios de vivienda, con trabajadores que tenían menos experiencia.

El resultado: hoy en día, poco más de uno de cada 10 operarios de construcción están sindicalizados, en comparación con los cuatro de cada 10 que se registraban en la década de 1970.

“Los inmigrantes no son la causa de esto, son el efecto”, expuso Ruth Milkman, socióloga que estudió historia de la construcción en el sur de California. “La secuencia de los acontecimientos es que la falta de sindicalización y el consiguiente deterioro de los puestos de trabajo surgen primero, antes que los inmigrantes”.

Desde luego, la afluencia de inmigrantes que trabajan por menos dinero facilitó a los constructores optar rápidamente por una mano de obra no agremiada, destacó la experta. La proporción de inmigrantes en la construcción en California saltó del 13% en 1980 a cerca del 43% hoy en día, según un análisis de datos federales realizado por UCLA.

Francisco Martínez nunca había estado en una construcción antes de venir a los EE.UU., en 1999. Pero siguió a su cuñado, quien sí trabajaba en el sector, y copió lo que los otros trabajadores hacían allí.

En 2001 consiguió un empleo para Tinco Sheet Metal, una compañía no sindicalizada, donde ganaba $7 por hora, apenas por encima del salario mínimo de California. Martínez escaló puestos y, eventualmente, su esposa y sus hijos pudieron trasladarse con él al este de Los Ángeles.

Inicialmente, trasladó a su familia de un estudio a un garaje con dos dormitorios, que le “parecía un palacio”, según afirmó. Ahora viven en un departamento de dos habitaciones, pero la idea es comprar una casa luego de calificar para un préstamo de $400,000.

Martínez no tiene ahorros para la jubilación -su compañía acaba de empezar a ofrecer cuentas 401(k) el año pasado-, pero sí tiene un plan: quiere comenzar su propio pequeño negocio de construcción. Para él, es preferible mantener su estilo de vida a involucrarse en un sindicato. “Ganan más, pero no tienen trabajo garantizado”, expuso.

Cinco años atrás, el sindicato de metalúrgicos intentó organizar a los trabajadores de Tinco, pero Martínez votó en contra, tal como la mayoría de sus colegas. Un capataz agremiado gana alrededor de $47 por hora pero no puede trabajar de forma independiente, en contratos no negociados por el sindicato.

Martínez gana la mayor parte de su dinero con trabajos extra, a menudo recauda más de $500 en un día en empleos que surgen para el fin de semana y después de las horas laborales. Trabaja con su hermano -quien lo persuadió de emigrar desde México hace una década- y con su hijo de 24 años, Javier.

Hart Keeble, gerente de negocios de Ironworkers Local 416, cuenta cómo los sindicatos de construcción perdieron terreno.

Tal como Martínez, innumerables personas se han animado a convertirse en sus propios jefes y erosionaron así, en silencio, el poder de los sindicatos, sostiene Hart Keeble, gerente de negocios de Reinforcing Ironworkers Local 416, con sede en el sur de California. “Lo que ocurrió fue que, lentamente, un contratista no se agremió… Convocó a un par de trabajadores, y alguien le dijo luego acerca de sus amigos mexicanos, y eso creó un modelo que la gente adoptó”, expuso Keeble.

Durante mucho tiempo, los sindicatos de construcción no reclutaron gente como Martínez. Ironworkers Local, al igual que muchos otros gremios del sector, solía ser “un club de viejos amigos”, recordó Keeble, donde la regla tácita era sólo dejar ingresar a personas relacionadas con los actuales miembros.

Los miembros no querían dar la bienvenida a muchas personas por temor a que ello significara menos trabajo para ellos cuando la construcción se frenara.

En el verano de 2005, cuando Las Vegas atravesaba un auge de la construcción, Keeble anunció en los periódicos locales para hallar 150 aprendices sindicalizados en el transcurso de unos pocos meses. Sólo se presentaron unos pocos solicitantes. Cuando publicó en los periódicos en español, convocó a todos los trabajadores que necesitaba.

Los inmigrantes cambiaron el equilibrio del sindicato local de alrededor de un 80% de estadounidenses nativos, a mitad ciudadanos y mitad inmigrantes. El cambio no sentó bien para muchos miembros; en una reunión trimestral, las tensiones se elevaron tanto que estalló una pelea, recordó Keeble. Desde entonces se ha vuelto cada vez más difícil reclutar a trabajadores nacidos en los EE.UU. para la construcción, aseguró.

El sindicato Ironworkers, cuyos miembros instalan barras y cables de acero que forman el esqueleto de un edificio, solía tomar 300 aprendices de escuelas secundarias en California cada verano. La temporada pasada apenas lograron convocar a 80 de ellos, detalló Keeble, en parte debido a la falta de interés de los alumnos.

“Nadie está robando el trabajo de otro, porque nadie quiere estos empleos, especialmente de un empleador no sindicalizado”, remarcó Keeble. “Los oficios ahora son despreciados”.

A medida que la construcción de viviendas colapsó en 2007, a comienzos de la crisis financiera, hordas de personas abandonaron el negocio. Desde entonces, la construcción ha cambiado y los contratistas se quejan de que no pueden encontrar suficientes trabajadores estadounidenses calificados para manejar su volumen de trabajo. “Nuestra industria ha sido desprestigiada en los últimos años”, expuso Rick Judson, quien preside la junta directiva de la Asociación Nacional de Constructores de Viviendas (NAHB, por sus siglas en inglés), en una audiencia del Senado de los EE.UU. en 2013. “Los trabajadores inmigrantes ocupan puestos que actualmente están vacantes porque la mayoría de los estadounidenses están sobrecalificados y no desean tomar esos empleos”, detalló Judson en un testimonio por escrito.

En 2004, la NAHB y Home Builders Institute comenzaron un programa para instruir a prisioneros en Illinois en temas de cañerías y electricidad hogareña. También trabajan con los gobiernos estatales en Vermont y Massachusetts para introducir un programa de capacitación para jóvenes en riesgo.

Pero la idea de que los estadounidenses no quieren poner sus manos en los sucios sitios de construcción -tal como algunos afirman que ocurre en el sector agrícola- no suena a verdad para Tom Brown, jefe de una firma de construcción e ingeniería en San Diego. “Miremos el corazón de los EE.UU., los mineros y trabajadores del carbón”, reflexionó. “La gente no es honesta cuando afirma que los estadounidenses no quieren esos empleos”.

Brown dejó su trabajo como operador sindical de equipo pesado en 1984 para iniciar su propio negocio, Sierra Pacific West Inc. Inicialmente sólo trabajaba con los sindicatos, pero pronto optó por la mano de obra no agremiada. El 90% de sus empleados son “buenos y viejos estadounidenses pueblerinos”, y el resto son inmigrantes. De todas formas, en los últimos años, Brown tuvo dificultades para contratar personal.

Antes de la crisis de la vivienda, su negocio contaba con más de 200 empleados; hoy en día, apenas llega a 100. Muchos de ellos simplemente se jubilaron, y el resto está envejeciendo. La edad media de un trabajador de la construcción en el país es de casi 43 años hoy; en 1985 era de 36, según datos federales.

Brown debió ignorar a una docena de solicitantes, comentó, “que no pueden orinar en una botella ni pasar una prueba de drogas”, o que “tuvieron mala suerte y cuentan con antecedentes criminales. Todo ello no es una opción para nosotros”, aseguró.

En cambio, le ha resultado más fácil atraer a graduados de preparatoria para las tareas de oficina, tales como estimar los costos de reparaciones de autopistas y otras estructuras. Sin embargo, a Brown le preocupa que los maestros no le digan a algunos jóvenes “con pocas ganas de estudiar” que quizás podrían tener una mejor oportunidad en la vida si aprenden un oficio. “Es prácticamente mejor conseguir un trabajo en McDonald’s que ser empleado de la construcción; así es como lo han retratado”, expresó Brown.

Parte del problema es que los empleadores no están dispuestos a aumentar tanto el pago. A pesar de que la construcción de viviendas volvió a dispararse entre 2011 y 2016, los salarios por hora de los trabajadores subieron más lentamente que la remuneración promedio del sector privado, según datos de la Oficina de Estadísticas Laborales.

Quizás por eso Eddie Ybarra no puede imaginar por qué alguien querría hacer su trabajo sin pertenecer a un sindicato. Ybarra abandonó la preparatoria en 1989 y se unió al gremio de carpinteros, donde también estaban su abuelo, su padre y cuatro de sus tíos. Cinco años atrás, su hijo, de 27 años de edad, también se sumó. “¿Dónde más puedes ganar este tipo de salarios, excepto con los gremios?”, se preguntó.

Ybarra tiene una considerable suma de dinero en su pensión, y planea jubilarse apenas cumpla los 55 años, la edad que le permitirá disfrutar de la totalidad de sus ahorros. “¿Qué van a hacer?”, dijo acerca de los operarios no agremiados. “¿Trabajarán por el resto de sus vidas? No lo comprendo”.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta historia en inglés haga clic aquí

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