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Los republicanos y una horrenda duda: ¿Nuestro presidente está loco?

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En su cumpleaños número 92, el 8 de marzo de 1933, Oliver Wendell Holmes, juez retirado de la Corte Suprema, recibió una visita sorpresa del recién asumido presidente Franklin Delano Roosevelt.

Los dos hombres charlaron durante media hora y, luego de que el mandatario se marchara, un joven empleado le preguntó a Holmes qué pensaba del individuo que acababa de llegar a la Casa Blanca.

“Es un intelecto de segunda clase”, respondió el exjuez. “Pero tiene un temperamento de primera”.

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El buen temperamento ha demostrado a menudo ser más importante que la inteligencia para la presidencia de los EEUU. Por ello es que Ronald Reagan, un hombre de modesto intelecto pero muy buena disposición, fue un líder muy exitoso, mientras que el mandato de Nixon terminó en el escándalo y la vergüenza.

El temperamento de primera clase guió a John F. Kennedy a través de la Crisis de los Misiles, mientras que el intelectual Woodrow Wilson terminó herido después del fracaso de su gran plan para forjar un orden internacional democrático al término de la Primera Guerra Mundial.

Si el gran Holmes viviera para juzgar al actual primer mandatario de los Estados Unidos, casi con toda seguridad adheriría a la opinión que cada vez más personas -entre ellas muchos republicanos y conservadores- poseen: que Donald Trump es un intelecto de tercera clase, combinado con un temperamento que bordea la inestabilidad mental.

La semana pasada, las salvajes oscilaciones en el estado de ánimo y la retórica evidenciada por Trump en sus apariciones públicas inclinaron la evaluación pública del presidente aún más sustancialmente hacia una opinión alarmante.

El lunes pasado, el mandatario leyó rígidamente un guión al describir un cambio poco radical pero razonablemente coherente en el compromiso estadounidense en Afganistán.

La noche siguiente, Trump despotricó por más de una hora en un mitin de campaña en Phoenix, atacando la libertad de prensa y a miembros de su propio partido, y ladrando como un perro herido mientras defendía sus contradictorios comentarios acerca de la violencia neonazi en Charlottesville, Virginia.

Después de la diatriba de Trump en Phoenix, James R. Clapper, exdirector de Inteligencia Nacional, criticó en CNN la aptitud del presidente para el cargo, calificando su discurso como “francamente aterrador” y señalando su “preocupación por su acceso a los códigos nucleares”.

En un artículo de opinión de este domingo en el New York Times, Peter Wehner, veterano de los gobiernos de Reagan y de ambos Bush, urgió a los legisladores republicanos a pensar en sí mismos como “un gobierno en las sombras” para compensar la “fealdad moral y la incoherencia intelectual” de Trump.

Manifestó además que los miembros republicanos del Congreso reconocen el desastre continuo que es este gobierno y afirman en privado que el presidente es “un rey niño”, incompetente y no apto para el cargo.

Algunos de esos republicanos han emitido su desdén públicamente. El senador Bob Corker, de Tennessee, y el senador Jeff Flake, de Arizona, brindaron duras críticas al primer mandatario -y fueron castigados por éste en respuesta a su desaprobación-.

“El presidente no ha podido demostrar todavía la estabilidad ni algunas de las competencias que necesita para tener éxito”, afirmó Corker en una entrevista de TV. “No ha demostrado que comprende aquello que ha hecho grande a esta nación, ni lo que el país es hoy en día”.

Flake puso sus propios pensamientos en un libro, “Conscience of a Conservative”, en el cual desafía a Trump por sus tuits imprudentes, su inquietante atracción por las falsas teorías de conspiración y sus salvajes estallidos de ira.

También condena la retórica antiinmigratoria y antimusulmana del presidente, así como su traición al largo compromiso del partido republicano de oponerse vigorosamente a los regímenes opresores del mundo.

Flake puede pagar un alto precio por su audaz crítica de la inestabilidad de Trump el año próximo, cuando se presente para la reelección.

El mandatario ya ha alentado a tres posibles rivales de derecha que desean oponerse a Flake en las primarias, pero el senador asegura que no piensa quedarse callado.

“Las apuestas, para el futuro del conservadurismo y para nuestro país, son demasiado altas”, escribió en su libro.

Cuando incluso los miembros del propio partido del presidente comienzan a preguntarse si el hombre al que han puesto en la Casa Blanca está al límite de la insanía, es difícil imaginar que las apuestas puedan ser más elevadas.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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