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Los ‘milenios’ tienen menos relaciones sexuales que cualquier otra generación de los últimos 60 años

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Pasé la mayor parte de la mañana de ayer dándole vueltas al artículo de Tara Bahrampour, publicado en el Washington Post, llamado “No hay nada mágico en ello: ¿Por qué los millennials o ‘milenios’ evitan el sexo”. La clave de su argumento se refiere a un nuevo estudio publicado en la revista Archives of Sexual Behavior, que halló que la porción más joven de los los millennials (por ejemplo, los nacidos durante la década de 1990) es casi el doble de propensa a la inactividad sexual durante sus veinte años que aquellos nacidos en la Generación X. Comparado con los baby boomers, los millennials lucen como monjas y sacerdotes.

Entre las razones aducidas para la abstinencia figuran la cultura del exceso del trabajo y la obsesión con la carrera, el temor a involucrarse emocionalmente y perder el control, el medio online que privilegia la apariencia física por sobre todo el resto, las ansiedades que rodean el consentimiento y un aumento en el uso de antidepresivos, detractores de la libido.

A menudo defiendo a los millennials, no sólo porque soy una de ellos sino porque conozco a muchos. También porque, a menudo, pareciera que somos una especie alienígena: “Vi una persona extraña en el supermercado, comprando leche orgánica. Era un ingrato, estúpido y nunca ha trabajado un sólo día de su vida”, como si mi inferencia personal respecto de verlo sostener el cartón pudiera usarse como un análisis categórico de toda una generación, tal como ocurrirá en este artículo, y luego en los comentarios.

Pero si (y éste es un gran “si”) así es como muchos millennials piensan acerca del sexo, las relaciones y otras personas -como inhibidores de la productividad- estamos fregados, de muchas maneras.

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Las notas de tendencias basadas en investigaciones son útiles del mismo modo en que las polémicas lo son: porque provocan más discusión.

Muy bien, ahora un par de descargos antes de que se ridiculice el argumento: no soy una “millennial joven”. Si los miembros de esta generación están definidos como aquellos de entre 19 y 35 años de edad (en 2016), entonces, a mis 29 años ya me ubico en el segmento que puede decir: ¿Qué están haciendo los jóvenes hoy en día?”. Por eso, súper jóvenes, intervengan con comentarios y díganme si hay algo mal: soy todo oídos.

Segundo descargo: creo que todo el mundo debe tener tantas relaciones sexuales como quiera -o no- tener, con quien quiera o no, de la forma en que desee -o no- tenerlas. Siempre y cuando el consentimiento esté presente en todo intercambio, uno no necesita justificar sus elecciones. Algunos no son físicamente capaces de tener relaciones sexuales, otros tienen reservas religiosas o culturales acerca del sexo prematrimonial, muchos no lo desean; ninguno es menos humano o menos apropiado por eso. Tampoco sugiero que mis elecciones sean particularmente correctas; de hecho, varias fuentes familiarizadas con el asunto pueden confirmar que a menudo no lo han sido. Mi interés en este aumento de la abstención sexual tiene que ver con la motivación y el significado, y no con la acción (o inacción) misma.

Descargo final: muchos artículos de tendencias son pura basura. Por ejemplo: la nota del New York Times acerca de la “explosión” de mujeres que se tiñen el vello de las axilas. El artículo de tendencias, en general, está lleno de la lógica “para un martillo, todo luce como un clavo”. Si uno comienza con cualquier premisa y se propone demostrarla, por lo general podrá encontrar un puñado de gente en este mundo de 7,4 mil millones de personas que podrá confirmar la sospecha.

Dicho esto, las notas de tendencias basadas en investigaciones son útiles del mismo modo en que las polémicas lo son: porque provocan más discusión. Y esta investigación se basa en una muestra representativa a nivel nacional, de más de 25,000 adultos estadounidenses. Así que, aquí están mis pareceres acerca de las conclusiones del artículo del Washington Post. Seguramente hay quien tenga otras.

Es una generación muy motivada y ambiciosa”, dijo Helen Fisher, antropóloga biológica de la Universidad de Rutgers y principal asesora del sitio de citas match.com. “Muchos de ellos temen entrar en algo de lo cual no podrán salir, y no podrán volver a su escritorio para seguir estudiando”.

Tal como Michael Cunningham escribió: “No se puede hallar paz evitando la vida”. Sin dudas, cualquier intento de tener una vida fuera del trabajo te mantendrá fuera de tu escritorio. Y es cierto que vivimos en tiempos tensos, con grandes deudas por préstamos estudiantiles y menor estabilidad laboral. Pero el exceso de trabajo, junto con todo lo demás que se considera una ‘distracción’, no sirven para cultivar la alegría.

El sentido de la precaución a veces se manifiesta como una mayor conciencia de las trampas emocionales. Por ejemplo, muchos jóvenes hablan despectivamente de los desorganizados estados que el amor y la lujuria pueden engendrar, y se refieren a ellos como “sentimientos contagiosos”.

Los humanos tienen sentimientos. Esto es bastante inevitable. Por favor, ante la duda, consultar: ‘química del cerebro’.

Noah Patterson, de 18 años de edad, nunca ha tenido relaciones sexuales. “Prefiero ver videos en YouTube y hacer dinero”. El sexo, afirmó, “no es algo que uno pueda incluir en su hoja de vida”.

Y pensar que hay un montón de personas miserables con geniales currículos.

La vida online “termina poniendo mucha importancia a la apariencia física, y eso, creo, deja afuera a un gran sector de la población”, aseguró Twenge, quien enseña psicología en la Universidad Estatal de San Diego. A diferencia de lo que ocurre en los encuentros cara a cara, donde “uno puede seducir con su carisma”, dijo la experta, las aplicaciones de citas “dejan a la gente con menos opciones y pueden ser más reacias a buscar una pareja”.

¿Qué es aún más atractivo que un avatar? Un ser humano de carne y hueso, con defectos y personalidad.

Esta es la conclusión de Patterson. “Las feministas de la tercera ola parecen locas, dicen que todos los hombres participan de una cultura de la violación”. Entonces, ellos optan por la pornografía. “Es rápido. Es más accesible. Lo que ves es lo que obtienes”.

Los humanos de carne y hueso tienen traumas surgidos de sus experiencias en un planeta complejo y, a menudo, cruel. Algunos de estos traumas son sexuales. En lugar de crear una patología en los humanos que han sobrevivido a ellos, quizás uno podría reconocer que no crearon el entorno que los dañó, y trabajar para ser una fuente de comprensión y apoyo.

La abstinencia puede no ser considerada una opción para todo el mundo: también hay factores ambientales. Por ejemplo, el uso de antidepresivos, que se duplicó entre 1999 y 2012, puede reducir el deseo sexual.

Esto es real. Para todos aquellos que toman antidepresivos: felicitaciones por buscar la ayuda que necesitan. Para quienes no los toman: busquen la manera de entender y apoyar a todos los que sufren de depresión.

La decisión de evitar las relaciones sexuales de forma indefinida desde un lugar de miedo es profundamente comprensible.

Entonces, ¿por qué el sexo es necesario, o algo bueno, pese a todas estas preocupaciones? No es un bien absoluto; sólo es bueno si es algo que uno quiere hacer, si es un acto que trae diversión o conexión, o placer. El problema no es que los millennials tengan menos relaciones, sino que muchas de sus razones revelan valores deformados y un enfoque basado en el miedo a la existencia. Aquí hay una generación que renuncia a un acto de reafirmación de la vida y la creación en cifras récord, simplemente porque no saben qué hacer con él.

La mayoría de las personas son actores racionales, en la medida de que sus temores están conectados con sus experiencias. Hay muchos indicios anecdóticos y cuantitativos de que las relaciones sexuales entre los millennials son un campo minado de dolor e incomprensión. En cierto modo, este daño es mayor por el advenimiento de las tecnologías que distancian, como Tinder o los mensajes de texto. Pero el desafío de recuperar la cercanía y el cuidado por otros siempre ha sido el eje de la historia de la humanidad.

En lugar de renunciar al sexo, podemos esforzarnos por ser más creativos y generosos en nuestras relaciones interpersonales, así sean sexuales o de otra condición. Eso empieza por pensar profundamente acerca de qué queremos, para poder articularlo con otra persona. Continúa por la búsqueda de una persona receptiva con quien tener relaciones sexuales, y sigue por ser receptivo y respetuoso. Nunca termina. El trabajo emocional que el sexo requiere de nosotros es el mismo que la propia vida requiere. La decisión de evitar indefinidamente el intercambio sexual desde un lugar de miedo es profundamente comprensible. Pero también es una decisión que constriñe los límites de la propia existencia; se trata de retirarse de algo que induce a una mayor vulnerabilidad y sensibilidad.

Batchelor Warnke es pasante de la sección de Opinión del L.A. Times. Sígala en Twitter, @velvetmelvis.

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Traducción: Valeria Agis

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