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Las mujeres se exponen a desproporcionados riesgos de salud cuando están en combate

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Recientemente, 18 mujeres se graduaron de la Escuela de Infantería del Ejército de los EE.UU.; se trata de pioneras que encabezarán las unidades de “combate cuerpo a cuerpo” con plena integración de géneros. Las mujeres han servido con valor y eficacia en casi todas las funciones militares, pero ahora están abordando puestos de combate extremadamente físicos, que hasta hace poco estaban exclusivamente reservados para los hombres.

El Departamento de Defensa se comprometió a aumentar el número de mujeres en las filas, sin más demoras. El comandante del Cuerpo de Marines -considerado el más duro de los servicios armados en cuanto a las exigencias físicas- se ha fijado un objetivo: el 10% de los nuevos reclutas para todos sus trabajos deberán ser mujeres. Así, los reclutadores militares apuntan fuertemente a atletas femeninas de preparatoria.

Los anuncios con mujeres agregan glamour a las habilidades de combate y, desde que todos los puestos se abrieron a ambos sexos, el Congreso votó en reiteradas ocasiones leyes que obligarían a mujeres de entre 18 y 26 años a registrarse para las filas, al igual que los hombres.

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En esta iniciativa para convocar más reclutas femeninas, no queda claro que las jóvenes -o la población civil en general- comprenda los riesgos de salud especiales y desproporcionados que enfrentan las mujeres en estos puestos de combate. Los peligros, que son conocidos hace décadas, se exacerbarán indudablemente a medida que las mujeres se desempeñen en las unidades más demandantes a nivel físico.

Aunque el Pentágono ha publicado estudios que detallan esas diferencias de género, tal información no se observa en los sitios web de reclutamiento del Ejército o del Cuerpo de Marines; y es posible que el reclutador del vecindario tampoco la revele. Pero evitar las verdades difíciles no es una forma legítima de atraer nuevos voluntarios a la milicia. En el mejor de los casos, es una manipulación; en el peor, una franca explotación.

Obviamente, hombres y mujeres no son lo mismo. En promedio, un hombre adulto produce 10 veces más testosterona que una mujer adulta, que casi duplica su masa muscular (la mujer promedio posee solamente entre el 55% y el 58% de la fuerza en la parte superior del cuerpo que el varón medio).

La testosterona también causa el desarrollo de un esqueleto más pesado y fuerte en los hombres, y posee un efecto específico en la formación de la pelvis masculina, agregando mayor fuerza para las tareas de carga y permitiendo una locomoción más eficiente. Además, aumenta el tamaño y la función de sus corazones y pulmones y, en consecuencia, los varones tienen un 40% más de capacidad aeróbica y mayor resistencia, en comparación con las mujeres.

Los corazones más pequeños de éstas requieren el bombeo de más sangre por minuto en un nivel dado de esfuerzo, porque poseen menos hemoglobina en su sangre para transportar oxígeno.

Estas diferencias pondrán a las mujeres en una clara desventaja en los trabajos de infantería recién inaugurados, donde se espera que transporten pesos de 100 libras de forma rutinaria, o en los de defensa, donde deberán cargar municiones de 35 libras una y otra vez. Las mujeres en estos puestos deberán trabajar constantemente en un porcentaje más alto de su capacidad máxima para lograr el mismo rendimiento que los hombres. Ningún sistema de entrenamiento puede cerrar esta brecha.

La actividad física extrema, las comidas irregulares, la ingesta inadecuada de calcio y vitamina D, la privación del sueño y el estrés son comunes en las unidades de combate cuerpo a cuerpo. Estos factores pueden desencadenar un ‘modo de conservación’ en las mujeres, que resulta en una disminución de las hormonas femeninas, el cese de la menstruación y la osteoporosis, con un mayor riesgo de fracturas por fatiga.

También sabemos que si el estrés y el esfuerzo no suprimen la menstruación, muchas mujeres en puestos de combate elegirán hacerlo mediante el uso de anticonceptivos hormonales. Los efectos secundarios de ello pueden incluir depresión, aumento de peso y sangrados. Depo-Provera, el anticonceptivo preferido de muchas mujeres militares, ahora contiene una advertencia de pérdida de densidad mineral ósea.

Las lesiones del piso pélvico son otro peligro específico para las mujeres. Los estudios han demostrado que la carga pesada y el entrenamiento de paracaidismo pueden contribuir significativamente a la incontinencia urinaria y el prolapso de los órganos pélvicos.

Muchas de las consecuencias de asumir roles de combate adicionales no serán obvias hasta años más tarde. Podríamos preguntarle a la capitana de Marines Katie Petronio, quien escribió en la Gaceta del Cuerpo de Marines acerca de la atrofia muscular, los problemas de resistencia, la pérdida de peso y la infertilidad que ahora considera el resultado de dos servicios en combate. Las mujeres han probado su valía en el frente, afirmó Petronio, pero en los puestos de mayor exigencia física, ¿podrán resistir?, “¿y estamos dispuestos a aceptar el desgaste y los problemas médicos que acompañan esta integración?”.

El Pentágono está muy consciente de los riesgos ocupacionales especiales que corren las mujeres en las unidades de combate. Gran parte de esta información está presentada en un escrito de 2015 llamado “Aspectos fisiológicos y médicos que ponen a las mujeres soldados en mayor riesgo de lesiones por sobreexigencia”.

Otro estudio, “Lesiones musculoesqueléticas en las mujeres militares”, publicado en 2011 por la oficina del cirujano general del Ejército, señaló que las mujeres son un 67% más propensas que los varones a retirarse por una discapacidad física a partir de un desorden musculoesquelético. Además, esa estadística y la revisión de 2015 fueron compiladas antes de que todos los puestos de combate se abrieran a las mujeres.

En los servicios armados del país, las mujeres son esenciales. Desafortunadamente, lesiones desproporcionadas e incluso la discapacidad física son hechos concretos para muchas personas que sirven en estos puestos.

Al orientar la búsqueda hacia mujeres jóvenes para puestos de combate cuerpo a cuerpo, el Departamento de Defensa debe asegurarse de que éstas estén plenamente informadas de los riesgos que ello presupone, y a medida que se involucran en otras funciones antes restringidas para su género, su salud debe ser meticulosamente documentada y examinada. Las potenciales reclutas y todos los estadounidenses merecen conocer los verdaderos efectos de un ejército de géneros completamente integrado.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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