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Finalmente comprendí por qué siempre me enamoraba de los ‘chicos malos’ e imposibles

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Siempre tuve predilección por la gente que no gusta de mí. Hombres, especialmente. Es como tener algo sexual por quien definitivamente no está interesado en mí, no puede estarlo y nunca lo estará. Me he enamorado de prácticamente cada hombre gay con el que me topé en The Abbey, cada humorista de Hollywood que me ha arrinconado en una conversación, y de una chica bonita de mi clase de Bikram en el centro de la ciudad. Los hermanos de mis mejores amigas, las chicas con novias; tradicionalmente estos han sido mis blancos centrales.

No soy una basura total. Yo intento alejarme de estas situaciones pesadillescas, de estas ambigüedades éticas, pero definitivamente tengo un ‘tipo’, y mi tipo no está disponible ni interesado. “Chico malo” probablemente no sea el término correcto, porque es cursi y me recuerda a las películas adolescentes de los años 1980, y también porque soy bisexual y he conocido y me he enamorado de ‘chicos malos’ que no son chicos.

La mayoría de la gente con quien hablo de esta tendencia asume erróneamente que, porque soy bisexual, linda y vivo en Los Ángeles, entonces debería tener “el doble” de opciones románticas para elegir y ningún problema para hallar gente agradable y guapa que esté también interesada en mí. Desafortunadamente, eso no sólo no es real, sino más bien todo lo contrario.

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Supongo que sólo encuentro a la mitad de la gente que podría estar interesada en mí porque la fobia a los bisexuales es real y la mayoría de mis mensajes en OKCupid son invitaciones para tristes citas de a tres, que rechazo rápidamente (aunque luego vuelvo a ingresar para alertar a la chica: ¡sal de esa relación!). Y, de acuerdo con mi tradición personal, siempre he rechazado a las personas que parecen estar interesadas en mí por lo menos tres veces antes de que ellas mismas se rindan, o yo eventualmente comprenda que son geniales, pero que ahora están saliendo con alguien más. Tal como he dicho, es una tradición.

L.A. es donde las personas bellas y no disponibles emocionalmente emigran a fin de tener relaciones, engendrar y multiplicarse en abundancia. Son todos únicos y especiales a su estilo, pero están unidos en su deseo de “salir un rato”, evitar “etiquetas” y no enviarme más mensajes.

Estuvo el “dramaturgo” mucho mayor que yo y desempleado que conocí como pasante recién salida de la USC, en una compañía teatral de DTLA. La sensual promotora de un club de lesbianas quien me invitó a lo que yo creí era una cita pero resultó ser un evento promocional para chicas, con otras 300 mujeres en un bar repleto en Silver Lake. Y posiblemente el dios supremo de todos los imposibles de L.A.: el chico de la banda de rock, con una pequeña base de fans y del Valle de San Fernando -quien, además, era mi vecino-. Nunca hagan eso.

La cuestión con quienes no están disponibles, sin embargo, es que siempre son atractivos y muy, muy, muy geniales. Y salir con ellos puede ser divertido e inusual. Apenas dejo su sórdido departamento en Koreatown, desaparecen sin rastro y nunca sabré cuándo reaparecerán, como por arte de magia. Siempre están listos para hacer planes de locura a las 2 a.m. e invitarme a un evento de luchadoras de Los Angeles Lady Arm Wrestlers que me parece tan genial, incluso cuando saben que tengo que levantarme temprano por la mañana.

Nunca sé si esta persona realmente gusta de mí o si consume cocaína en el baño mientras yo espero para presentarle, finalmente, a mis amigos. Saben a dónde ir y con quién, y siempre tienen amigos fantásticos o conocen a alguien que puede hacernos entrar a tal o cual sitio. Oh, pero ¿nunca me presentan cuando estamos en público juntos? ¿A quién le importa? Soy un desastre, de todas formas, y esto es sólo un pasatiempo tonto y caprichoso.

Siempre tuve muchas historias raras acerca de cómo termino con una cuestión sexual, poco común e indefinida con alguien durante seis meses, y luego la persona se evapora apenas le pregunto dónde está yendo la relación. O cómo mi corazón se hace añicos porque me encontré en medio de una cuestión múltiple que terminó siendo un engaño.

Mientras iba a mi terapeuta, sentada en el tránsito de la 405, solía escuchar un audiolibro de autoayuda; por un rato pensé que estaba haciendo progresos con ella, pero el botox en su frente dificultaba decir si estaba orgullosa o incómoda conmigo.

Mis amigos esperaban los relatos semanales de alguna cuestión poco feliz, pero era siempre la misma historia: yo estaba muy entusiasmada, ellos jamás me respondían los mensajes, nunca querían salir en público conmigo, o dejaban de hablarme y sólo volvían para pedirme fotos desnuda. Oh, sí, ¡eso es justo lo que hago!

Pero entonces, como siempre, llegaba el momento en el que me ponía triste. Siempre me hería el tema, y me consideraba un fracaso porque no le caía bien a ‘esa’ persona; lo cual me había atraído a ella en primer lugar.

Perseguir a gente que me ignoraba por completo pensando que podía hacer que luego gustaran de mí era lindo y divertido, hasta que empecé a odiarme por ello.

Una parte de mí siempre se preguntaba por qué alguien se tomaría la molestia, de todas formas. Después de todo, era más fácil concentrarse en algo o alguien externo en vez de mí misma. Tenía miedo de lo que podía ocurrir si de veras le gustaba a alguien, y si realmente gustaba de mí misma, por lo tanto repelía a la gente que sí estaba interesada.

Pensaba que había algo raro en quien gustaba de mí, porque yo misma no podía sentirlo.

Todo esto me fue revelado mientras estábamos sentados con mi amigo en nuestro sitio favorito de ramen en Silver Lake, cuando él me preguntó si quizás la razón por la cual me interesaba sólo en gente no disponible era porque, en verdad, ser uno mismo frente a los demás es aterrador. Cuando uno persigue a personas que no están disponibles, no debe hablar de sus sentimientos o temores, ni ser uno mismo.

Cuando me vi a mí misma de la forma en que mis amigos y gente querida me ve -en ese momento mismo, con mis mejillas rellenas con fideos grasientos; luciendo como una ardilla con delineador- entendí que realmente soy genial y divertida, y que yo también debería gustar de mí misma.

Lo que ocurrió cuando dejé de depender de otros para ser feliz es que, al principio, dolía. Lloré mucho en mi habitación (aún lo hago) porque L.A. es una gran ciudad, llena de gente atractiva que encuentra a sus almas gemelas entre los jugos naturales de Naturewell, en Sunset, todos los días, y porque no me gusta sentirme sola.

Pero luego me recuerdo que estaré bien. Ya estoy bien.

Ahora no intento encontrar el amor o la atención de alguien más que de mí misma. Estoy aprendiendo a aceptar el amor de los demás, y de mí.

Gustar de mí es mucho mejor. Además, ni siquiera me gustan los jugos.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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