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Estas universidades pequeñas y poco conocidas pueden ser más asequibles de lo que se cree

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Cuando Ryan Gray consideró sus opciones universitarias, se sorprendió con la escuela que más le convenía a nivel financiero. No era Cal State Long Beach ni Cal Poly Pomona, dos de las opciones más accesibles de California. Tampoco UC Irvine o UC Riverside, escuelas públicas con matrícula preferencial para residentes del estado. Al desglosar cada paquete de aceptación y oferta de ayuda financiera, Gray se dio cuenta de que su mejor opción era la Universidad de La Verne, una institución privada con un costo de más de $40,000 dólares al año, pero que exigía una inversión neta cercana a los $6,000.

“Sorprendió mucho a mis padres”, afirmó Gray, cuyo padre no terminó el colegio comunitario, y cuya madre finalizó su licenciatura en Cal State Northridge mientras criaba a dos niños. “Este año pago $3,000 al semestre... Eso es básicamente el precio de Cal State, quizás menos”.

Mientras la inscripción sigue sobrepasando la capacidad de las universidades públicas y el país lucha con la creciente deuda estudiantil y para asegurar un acceso equitativo a la educación superior, los docentes señalan a las escuelas privadas pequeñas y poco conocidas, como La Verne, Whittier College y la Universidad de Redlands, que han encontrado la forma de ser asequibles y apoyar a sus comunidades circundantes, mientras se mantienen al día con los cambios demográficos del estado.

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En La Verne, el 96% de los estudiantes reciben becas de la institución. Casi la mitad (49%) califican para las Becas Pell, una ayuda financiera federal para alumnos de bajos recursos. La escuela gasta más de un cuarto de su presupuesto operativo, alrededor de $47 millones cada año, en apoyo financiero a estudiantes, y busca fondos donde sea para lograrlo.

Alrededor del 40% de sus jóvenes son los primeros en sus familias en asistir a la universidad, y casi la mitad de ellos son latinos. La mayoría de sus 2,800 estudiantes provienen de zonas ubicadas dentro de las 50 millas del campus. Muchos ahorran dinero viviendo en su casa paterna, y cerca del 48% de quienes solicitan ingreso son aceptados.

Los funcionarios de La Verne se encontraron entre los muchos educadores molestos cuando la propuesta presupuestaria del gobernador Jerry Brown recortó la ayuda estatal disponible para los estudiantes de bajos ingresos que asisten a universidades privadas, un cambio que el demócrata abandonó después de meses de cabildeo.

“Todavía existe una percepción de que las universidades privadas son sólo para los ricos, y eso no podría estar más lejos de la verdad”, aseguró Kristen Soares, presidenta de la Asociación de Colegios y Universidades Independientes de California. “Que La Verne pueda proporcionar esa garantía beneficia profundamente a la comunidad... Su misión, su tasa de graduación, los compromisos que hacen a la ayuda institucional hablan por sí mismos”.

La mitad de la batalla para estas escuelas privadas es darse a conocer. La Verne recluta de forma activa en colegios comunitarios, y fue una de las primeras instituciones privadas en el estado en trabajar con decenas de preparatorias locales para crear un programa de preparación para la universidad para aquellos que cumplen con los requisitos: admisión garantizada y por lo menos $10,000 en ayuda financiera cada año, junto con la exención de pago de la inscripción, asesoramiento y cursos de preparación.

Una vez que los reclutadores logran la atención de los estudiantes, dicen, el argumento es sencillo: clases con tamaños reducidos, asesores que permanecen con los alumnos durante la carrera, profesores que saben los nombres de los estudiantes y acceso a las clases necesarias. Muchos estudiantes potenciales escuchan a sus hermanos y amigos en Cal State, donde las clases están abarrotadas y los cursos requeridos se llenan rápidamente, lo cual implica que no es posible graduarse a tiempo. En el presente, sólo uno de cada cinco estudiantes se gradúa de Cal State en cuatro años.

Gray, ahora un estudiante de último año, espera graduarse con honores en diciembre, un semestre más temprano de lo planeado, lo cual le ahorrará más dinero. Con la ayuda de un asesor, maximizó su horario y su experiencia en la escuela pequeña, tomó una clase de marketing internacional en Cuba, se unió al gobierno estudiantil y a una fraternidad, y se encontró con los mismos compañeros de clase, profesores y decanos todos los días, hasta que todos se sintieron como una familia. “Debido a que es una universidad privada, parece intimidante al principio”, afirmó una mañana reciente, en el exterior centro del campus. “Crees que no perteneces allí; piensas que no puedes pagarla”. El joven hizo una pausa para saludar al decano de Asuntos Estudiantiles, quien pasaba corriendo en camino a una reunión y saludando con su mano a todos los estudiantes en el campus. “Pero aquí sí lo haces. Sí puedes”.

Fundada en 1891 por la Iglesia de los Hermanos (Church of the Brethren), un grupo pacifista alemán similar a los cuáqueros y los menonitas, la Universidad de La Verne es una parte importante del humilde suburbio homónimo de Pomona Valley. Los visitantes que se bajen del tren en la futura estación Foothill, de la Línea Dorada, podrán caminar por el campus para llegar al centro de la ciudad, tal como les gusta decir a los funcionarios.

Muchos educadores locales y líderes cívicos son antiguos alumnos, incluyendo al jefe de la policía de La Verne y los jefes de Covina, Glendora y Los Alamitos. Muchos de los superintendentes escolares del estado se graduaron en la facultad de educación de La Verne.

El servicio comunitario desempeña un papel importante en el campus. Es una parte obligatoria de la “Experiencia de La Verne” desarrollada por la presidenta de la universidad, Devorah Lieberman, desde el arribo de los estudiantes hasta la graduación. Ayudar a los estudiantes a tener éxito en La Verne requiere mucho más que la ayuda financiera, expresó Lieberman. Los administradores y profesores deben prestar atención a la forma en cómo se integran, se involucran y se ocupan de la investigación los estudiantes.

En su primer semestre, los novatos son colocados en grupos de 18 personas y, juntos, toman un curso de redacción y dos cursos básicos en materias como matemáticas, arte, economía, biología y religión. Los tres profesores de tiempo completo que los enseñan trabajan en equipo para establecer conexiones entre los temas y guiar a los nuevos alumnos. La combinación de cursos fomenta las amistades y la cultura de interactuar estrechamente con los profesores, detalló Lieberman. “Nadie se siente excluido.Nadie se queda sin ayuda”.

En el segundo año, todos los alumnos toman un curso de orientación profesional que incluye la redacción de currículum vitae y perspectivas de carrera. La inscripción a un club es altamente recomendada (la mayoría de los estudiantes se unen a más de uno), y se les pide a los jóvenes que asistan a por lo menos seis de las muchas conferencias con invitados especiales y otros eventos en el campus.

“Hacemos que el plan de estudios y las actividades extraescolares sean fluidas, a diferencia de proponer: ‘Estos son tus cursos; ahora por tu propia cuenta ve a averiguar dónde están los servicios de salud, los servicios de orientación profesional y las organizaciones interreligiosas, y qué recursos hay en la biblioteca”, manifestó Lieberman, quien en una ocasión organizó las llamadas ‘reuniones en pijama’ para que los estudiantes se sintieran cómodos hablando abiertamente sobre sus preocupaciones. “En las escuelas más grandes a menudo tienes que crear tu propio camino. Tienes que crear tus propias relaciones, averiguar las cosas por tu propia cuenta”.

Jason Fuentes, quien se acaba de graduar en mayo con un título en ciencias políticas, amaba la forma en que funcionaba el sistema. Hizo amigos cercanos entre los 18 alumnos en su grupo de primer año y tomó confianza en oratoria uniéndose al Modelo de Naciones Unidas. “Tenía una clase de filosofía con seis estudiantes. Fue increíble”, afirmó, y se entusiasma más aún cuando compara su experiencia con la de su hermana, quien estudia biología en UC Riverside. “Me dice que sus clases sólo son salas de lectura. A veces ni siquiera tienen contacto directo con los profesores, siempre con los asistentes”.

Fuentes vivió con sus padres en Pomona y se graduó con poca deuda. La ayuda financiera redujo sus costos universitarios anuales a unos $1,600, dijo.

Virginia Kelsen es la directora ejecutiva de preparación para carreras en el Distrito de Escuelas Preparatorias de Chaffey Joint Union, en el condado de San Bernardino, el primer distrito con el que La Verne trabajó para crear una vía de admisión garantizada para los estudiantes. El mejorar la comunicación y el acceso a las escuelas privadas regionales como La Verne es transformador para muchas familias trabajadoras, dijo, sobre todo para aquellas que necesitan que sus hijos se queden cerca de casa y que podrían desconocer que pueden afrontar el pago de una escuela privada. “Hace que la asistencia a la universidad sea una realidad”, afirmó. “Hay un tremendo poder en eso”.

Joey Beas, de Tustin, fue aceptado por La Verne esta primavera. Una mañana, él y su padre, Armando, llegaron al campus para una jornada especial con los estudiantes aceptados. Al principio un poco tímidos e inseguros sobre cómo actuar, los jóvenes se maravillaron de las fuentes, el patio con jardines, los azulejos de mosaico y los edificios cubiertos de hiedra.

El padre de Beas, quien creció a pocas cuadras del campus pero no asistió a la universidad para cuidar de su familia, estaba ansioso por ver cómo era la escuela. Cuando padre e hijo llegaron, el personal de admisiones saludó a Joey por su nombre, le preguntó por Tustin y platicó sobre baloncesto. “Parecía que ya me conocían”, dijo, sorprendido. “Desde un inicio parecía que se trataba de una familia”.

Lieberman también estaba allí para saludar a los estudiantes. Les dijo ‘hola’ a cada uno de ellos y les preguntó sobre sus intereses. “Me gustaría que ustedes, en los cuatro años que pasarán aquí, piensen mucho más allá de una licenciatura”, les dijo. “Aquí esta su oportunidad, durante cuatro años, para pensar en una misión. Piensen en cuál es su propósito, cuál es su lugar en la vida. ¿A dónde quieren ir? ¿Qué legado quieren dejar? ¿Qué impacto desean hacer en su comunidad y en el mundo? Muy pocos de nosotros tenemos esos años donde podemos pensar en grandes propósitos para nuestra vida. Esta es su oportunidad para especializarse en una misión”.

Antes de que la multitud se dividiera en grupos más pequeños para efectuar los recorridos guiados por estudiantes, Todd Eckel, decano de admisiones, reconoció que algunos jóvenes podrían sentirse abrumados. “Sé que probablemente están pensando: ‘¡Oh Dios mío, hay hiedra en el costado del edificio!’. Sí, ha crecido durante 125 años. Hay historia aquí... Hay una comunidad... Miren a su alrededor, pregúntense a ustedes mismos: ¿Me veo aquí?”.

Beas se echó a reír con sus futuros compañeros. Miró a su padre y asintió con la cabeza.

Traducción: Diana Cervantes

Para leer este artículo en inglés, haga clic aquí

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