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En el sur de Madagascar, una costumbre local obliga a las mujeres a tener relaciones sexuales desde muy jóvenes

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El hambre a menudo mantiene a Valopee despierta por la noche, al igual que los hombres que hablan y ríen en el exterior de su cabaña de madera, en este pueblo del sur de Madagascar. Se quedan allí hasta tarde, en espera de sexo. Ella yace en su duro piso sin colchón, deseando que se vayan.

Según las costumbres locales, se espera que las niñas solteras y las mujeres de algunos grupos étnicos ofrezcan sexo a los hombres de la aldea y a los visitantes extraños. Pueden dejar de lado a algunos, pero es vergonzoso rechazar a un turista, y es difícil para las niñas resistirse a los hombres decididos y mayores.

Muchas niñas se mudan de sus apretadas casas familiares a mediados de la adolescencia, y se las traslada a sus propias chozas pequeñas, cerca del hogar paterno, un rito de iniciación al matrimonio. “Los padres quieren mostrarle a la comunidad ‘mi niña está lista’, porque creen que se ha convertido en una adulta”, afirmó Meta Paubert, una mujer de Tandroy que reside en Seattle y dirige Nofy i Androy, una organización no gubernamental que trabaja en el sur de Madagascar para ayudar a las chicas a permanecer en la escuela.

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La tradición, preservada por varios grupos étnicos, deja a estas chicas solteras a expensas de los hombres que rodean sus chozas por la noche y los pretendientes que pierden interés tan pronto como quedan embarazadas.

“Simplemente los quieren porque son niñas, son nuevas”, afirmó Paubert, quien fue madre soltera adolescente en el sur de Madagascar, pero se convirtió en una de las pocas que pueden regresar a la escuela y luego entrar a la universidad. “Llegan a ti cuando tienes 11, 12 o 13 años, diciendo: ‘Me gustas, hablaré con tu papá. ¿Te casarías conmigo?’. Luego, cuando tienes un bebé, desaparecen; pueden tener a una chica más joven. Y todo el pueblo te menosprecia. Estás sola en esto”.

El resultado a largo plazo: números asombrosos de madres solteras con muchos niños concebidos con diferentes hombres, que no ayudan a criarlos. Las mujeres y sus hijos son las personas más pobres y hambrientas aquí, en la región más disminuida de Madagascar.

Aunque las mujeres y niñas solteras, conocidas como ampelatovo, una palabra malgache que significa “niña pequeña”, pueden recibir el pago de los hombres que entran a sus cabañas, los aldeanos no consideran esta práctica como prostitución.

Valopee, delgada hasta los huesos después de años de sequía, pobreza y hambre, no tiene un segundo nombre, no sabe su edad y está criando seis hijos por su cuenta. Recientemente acordó tener relaciones sexuales con “un hombre muy viejo” de otra aldea, pero sólo después de algunas negociaciones. Él le ofrecía menos de un dólar, pero terminó pagando $1.25, suficiente para comprar 5 libras de arroz.

Paubert recuerda el dolor de ser una madre soltera adolescente, “y que ningún hombre te quiera más porque estás terminada, tienes un bebé. Caminas y todos, ya sean adultos o niños, te gritan sobre lo mala que eres, lo fea que eres…”.

El país tiene una de las tasas más altas de embarazo adolescente, según las Naciones Unidas, y una de las más elevadas de matrimonio infantil, con el 41% de las menores casadas a los 18 años de edad.

UNICEF y las agencias humanitarias han luchado durante mucho tiempo para acabar con el matrimonio infantil, pero las costumbres culturales a menudo son difíciles de cambiar en las comunidades rurales. Durante décadas, la ONU ha instado a los países a modificar las tradiciones que perjudican a mujeres y niños, pero prácticas como la mutilación genital femenina, obligar a las viudas a casarse con sus cuñados, el matrimonio infantil, las pruebas de virginidad y la caza de brujas perduran en algunas partes del mundo, especialmente en África.

Desde la perspectiva tradicional malgache tiene sentido que los padres trasladen a las niñas a sus propias casas para que se conviertan en seres sexuales, según el antropólogo Jeffrey Kaufmann, experto en cuestiones del sur de Madagascar. El especialista afirmó que esa práctica considera que las prepara para la vida, el matrimonio y sus propios hijos. Las casas de las muchachas están ubicadas al este del hogar principal, como un signo de respeto a los antepasados que, se cree, influyen en la suerte o la desgracia de los vivos.

“No es un signo de deterioro moral o la difícil situación de una víctima”, aseguró. “Una virgen es una causa perdida en esta sociedad de la que estamos hablando. Tal ser no está equipado para enfrentarse al mundo al que está ingresando. Ella necesita aprender sobre sexo, cómo vincularse con un hombre o varios y cómo tomar decisiones por sí misma que la prepararán para la vida”.

A Valopee, quien tenía alrededor de 13 años cuando la sacaron de su casa materna, le gustaría que su comunidad abandone la tradición.

Alguna vez tuvo un amor. En 2006, conoció a un hombre que se quedó durante siete años y engendró a varios de sus hijos; pero la abandonó para casarse con alguien más. “No siento nada por él ahora”, aseveró, sacudiendo la cabeza.

Cuando Jocelyn Rasoanakambana se mudó a su propia casa, a los 18 años, se sintió incómoda con la expectativa de acostarse con otros varones. “No me gustó porque había muchos y se peleaban entre ellos”, dijo. “Sólo me siento feliz con un hombre. A veces lo acepto únicamente para comprar comida y agua”, expresó Rasoanakambana, de 30 años, una soltera que vive en la aldea de Ikopoky con seis hijos, engendrados por tres padres. “Tengo que aceptar a mis primos, o si hay un recién llegado al área debo aceptarlo también; de lo contrario, es una vergüenza para nuestra familia”.

Uno de los maridos de su prima acude en busca de sexo una vez a la semana y le da una pequeña cantidad, desde 60 centavos hasta $1,50.

Con tantos hijos, ella afirma que es poco probable hallar un marido ahora. “En la mayoría de los casos, a los hombres les desagrada alimentar a niños que no son suyos. No sé lo que me sucederá en el futuro”, explicó. “Estoy viviendo en la situación más pobre ahora, la peor situación”.

Algunos hombres que se benefician de la tradición se preocupan cuando ésta perjudica a sus hijas. “Es muy bueno para los hombres, porque si [una niña] es ampelatovo, no tengo problemas para ir con ella”, declaró un granjero anciano, Veza, quien acude a una de sus parientes jóvenes para tener relaciones sexuales. “La tradición es muy mala para la mujer soltera, pero no tiene otra opción porque está esperando que alguien se case con ella. En nuestra tradición, si es soltera, no es respetada. Si está casada sí lo es, entonces ser soltera no es bueno”.

Como la mayoría, el hombre es fatalista. Su propia hija permanece soltera. “Ella sigue siendo mi hija a pesar de que no está casada y aunque tiene este nombre, ampelatovo”, dijo con tristeza. “Lo único que sé es que ella es humana como todos nosotros. Tiene derecho a existir”.

En Madagascar hay otras tradiciones dañinas. Las adolescentes asisten a mercados donde les pagan por ser esposas temporales durante unas pocas noches. Algunas comunidades abandonan a los gemelos después del nacimiento con la creencia de que traen mala suerte. Hay días tabú, cuando las personas no pueden trabajar, lo cual significa menos ingresos para alimentar a sus hijos. En algunas comunidades está prohibido construir letrinas, algo que genera altas tasas de defecación al aire libre y propaga enfermedades.

También está la tradición funeraria de la tribu Tandroy, que empobrece a las comunidades. Un hombre tiene toda su riqueza mundana en su ganado, pero cuando él muere todos los animales deben ser sacrificados y su casa quemada, para evitar que sea habitada por espíritus. Las familias a menudo trabajan durante meses para pagar la fiesta funeraria y construir una enorme tumba con los cuernos de sus toros asesinados en la parte superior.

Al hacerlo, las familias creen que los antepasados muertos los bendecirán y no traerán mala fortuna. La práctica deja a las familias con grandes costos por afrontar y sin herencia.

Kaufmann explicó que tiene sentido para los malgaches hacer todo lo posible para mantener contentos a los antepasados, incluido el sacrificio de sangre del ganado -la posesión más preciada de un hombre- en los funerales.

Ese miedo a enojar a los antepasados complica los esfuerzos para modificar las prácticas culturales dañinas.

El alcalde de Ifotaka, Tompotany Remanintsy, indicó que la tradición funeraria ha dejado a muchos demasiado pobres para alimentar a sus hijos, o enviarlos a la escuela. “Ya es hora de cambiarla, porque es realmente una barrera para el desarrollo”.

Zafesoa, madre de ocho y una de las más pobres ampelatovo de la aldea de Kobokara, nació hace 55 años de un hombre rico. Tenía 12 años cuando su abuelo murió y la familia cortó un gran árbol para crear un ataúd. Mucha gente acudió al enorme funeral.

“Mi padre tenía mucho ganado, pero cuando murió mi abuelo utilizó todo eso para el funeral y se quedó sin nada”. Un mes después, sus dos progenitores se mudaron en busca de trabajo; llevaron sólo al hijo más pequeño y dejaron a siete. “Yo lloraba; estaba destrozada. Nunca los volví a ver”. Los niños tenían poco para comer, y después de un año las chicas se mudaron a sus pequeñas cabañas, convirtiéndose en ampelatovo.

Su choza de madera -de una habitación- está vacía, a excepción de una chaqueta que cuelga en una pared. Ella gana menos de 30 centavos por día como obrera, limpiando campos de nopales. “Ahora soy pobre. Es realmente difícil para mí mantener a mis hijos. No culpo a mi padre por su decisión, pero lo que sé es que arruinó mi vida al prodigar toda la riqueza en ese funeral”.

A ella le gustaría ver un cambio en las tradiciones culturales, como la finalización de la costumbre de las ampelatovo. Los hombres se benefician con esa tradición, pero no las mujeres, sostuvo. “Si los hombres alguna vez se unieran a nosotras para cambiar esta forma de vida”, dijo, “creo que podríamos lograrlo”.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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