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En Death Valley hay un tesoro de fósiles no abierto al público

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Los paleontólogos lo llaman “el corral”; un remoto cañón en un desierto inhóspito donde bloques de piedra de barro tan grandes como carteleras están llenas de rastros fósiles dejados por mastodontes, camellos, caballos y felinos del tamaño de leopardos.

Se trata de uno de los depósitos de mamíferos y aves prehistóricas más grandes, diversos y mejor conservados que existen, y de una ventana hacia la ecología de Death Valley durante el Plioceno, hace unos cinco millones de años, cuando las cosas comenzaban a calentarse.

Las huellas cuentan historias, congeladas en la piedra, de un camello adulto con un recién nacido que lo seguía de cerca; de un caballo que resbaló en la tierra empapada y cayó sobre su cuarto trasero; de rebaños de mastodontes que seguían el olor del agua antes de que el cambio climático y las fuerzas tectónicas transformaran la región en el lugar más caliente y seco de la Tierra.

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Entre las huellas de la gran fauna se encuentran líneas finas de los rastros de pájaros, e incluso muestras de gotas de lluvia y olas.

“Este cañón es lo mejor que hay; hay rastros de fósiles en casi todas partes donde se mire”, afirmó Torrey Nyborg, un paleontólogo de la Universidad de Loma Linda, quien este mes terminó el primer inventario de huellas y ayuda al Servicio de Parques Nacionales a concebir planes formales para protegerlas y administrarlas.

Las protecciones formales llevan mucho tiempo atendiendo el cañón, que el servicio de parques ha ocultado de la vista pública desde 1940, por temor a que la información invitaría al hurto o la destrucción por parte de vándalos o de hordas de visitantes.

Aun ahora, los funcionarios piden que la localización exacta no se divulgue en noticias, y requiere que los visitantes obtengan un permiso y sean acompañados por un guardabosques federal o un naturalista designado.

Para llegar al cañón, Nyborg, la naturalista Birgitta Jansen y el guardabosques Abby Wines caminaron por un sendero de más de tres millas de largo, siguiendo un camino a través de un laberinto de cañones de paredes escarpadas, donde la temperatura puede elevarse por encima de los 120 grados.

Redondeando un último giro, Jansen sonrió y afirmó: “Hemos llegado. Bienvenido al corral”.

La cantidad de huellas varían de aproximadamente una a 15 pulgadas de longitud. Los paleontólogos las han identificado como provenientes de mastodontes, una especie de tapir, 12 especies de aves, cinco especies de felinos, cinco de camellos y tres de equinos.

Sus huellas no se crearon simultáneamente sino que fueron hechas a través de sucesivas capas de barro que se asentaron a orillas de un lago que actuaba como un imán para los mamíferos y las aves migratorias.

“Los manantiales cuando la actividad tectónica comenzó a elevar el paisaje”, afirmó Nyborg. “Las huellas se transformaron en piedras de barro. Con el tiempo, estas capas de piedra fueron torcidas y elevadas por las fuerzas tectónicas, y así expusieron las huellas fósiles que vemos hoy”.

Con cámaras de alta definición y coordenadas de GPS, Nyborg tardó cuatro años en hacer el inventario de las huellas, repartidas por cinco millas cuadradas de terreno accidentado. La erosión y los deslizamientos de tierra destruyen innumerables rastros cada año, pero exponen otros nuevos, detalló.

En algunos casos, los ladrones han utilizado cinceles para cortar fósiles antiquísimos. Los incidentes son una muestra del vandalismo que ocurre en el parque nacional, de 5,270 millas cuadradas, que es visitado por más de un millón de personas de todo el mundo cada año.

El servicio de parques permite que sólo 100 personas por año ingresen al cañón. A Nyborg le gustaría que eso cambie. “Este cañón ha permanecido oculto por mucho tiempo; quisiera mostrarlo al mundo”, dice. “Su supervivencia depende en última instancia del fuerte apoyo popular”.

Spencer Lucas, un paleontólogo, del Museo de Historia Natural y Ciencias de Nuevo México, concuerda. “Sitios importantes y sensibles como éste presentan desafíos de gestión y oportunidades educativas cuya conservación depende del Servicio de Parques Nacionales, en nombre de los contribuyentes. Pero lograr un equilibrio adecuado es un tema difícil para las agencias federales”, agregó, “que están presionadas para tomar difíciles decisiones respecto de cómo gastar sus limitados fondos”.

Incluso los excursionistas respetuosos pueden destruir las frágiles huellas de aves playeras prehistóricas, marcados en piedras tan finas como el papel. “Le digo a cada persona que llevo al cañón”, expresó Jansen, “que esto merece su total atención porque podría ser destruido fácilmente antes de que puedan volver a verlo. Y antes de llegar al sendero les hago prometer que no revelarán su nombre ni su ubicación”, agregó.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta historia en inglés haga clic aquí

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