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El “pueblo mágico” de Ocotlán vive a la sombra del miedo

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Cada otoño y por más de 100 años, en ambos lados de la frontera ha habido celebraciones en honor de la ciudad mexicana de Ocotlán. Pero hoy en día, una sombra se cierne sobre la ciudad y sobre la gente del sur de California que la ama.

Los niños no le pusieron nada de atención al cura de Jalisco mientras éste celebraba la misa en el patio de un rancho en La Puente, ni tampoco le hacían caso a sus padres que les instaban a sentarse quietecitos para la misa de gallo que se celebraba.

Estaban muy ocupados observando a los animales que no ven en Los Ángeles todos los días: un pequeño rebaño de cabras, un cerdo negro y un grupo de caballos bailarines.

Las madres y los padres no compartían la sorpresa de sus hijos. En todo caso, los caballos y el pesado olor a estiércol flotando en el aire les hacía sentir nostalgia.

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Les recordaba a Ocotlán.

¿Cuantos de ustedes son de Ocotlán? Preguntó el sacerdote. Casi todos levantaron su mano.

La mayoría de la gente nunca ha oído hablar de Ocotlán, una ciudad a más de 1,500 millas de distancia, en el estado de Jalisco, México. Pero si usted maneja en las autopistas y calles verá algo que ya es usual: un auto o camioneta luciendo una pegatina con el nombre de Ocotlán. La T en el medio es alargada, en forma de cruz, con una silueta de Cristo crucificado.

A pesar de que la violencia se está colando en Ocotlán, los residentes del sur de California con lazos en el terruño mantienen vivas sus tradiciones a través de las celebraciones.

En este sábado por la noche, el sacerdote contó la ya conocida historia de cómo fue que se inició la fiesta. Después de que un terremoto devastara Ocotlán en el otoño de 1847, relató, la gente del pueblo asistió a una Misa afuera de una iglesia en ruinas. Y fue ahí donde vieron una visión de Jesús en la cruz, conocido por los Ocotlenses como el Señor de la Misericordia.

Cada otoño, durante más de 100 años, se han realizado celebraciones en ambos lados de la frontera. En Ocotlán, miles de personas provenientes de todo el país abarrotan la pequeña ciudad cercana a las orillas del lago de Chapala, para ver a los artistas y contemplar los fuegos artificiales iluminando el cielo, para escuchar las campanas repicar.

En el patio trasero de La Puente, no había iglesia alguna, y los fuegos artificiales no estaban permitidos. Los planes para una transmisión en vivo de la fiesta en Ocotlán cayeron víctima de las dificultades técnicas.

Nada de eso detuvo a la multitud para conjurar los recuerdos de su hogar.

“Nunca se saldrá de tu corazón”, dijo Antonio Rangel, quien dejó Ocotlán para venirse a California, hace 30 años. “Ocotlán es una ciudad mágica”.

Pero hoy en día, una sombra se cierne sobre Ocotlán y sobre el pueblo en el sur de California que lo aman.

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Durante generaciones, México ha enviado a sus hijos e hijas al norte, y ningún estado mexicano lo ha hecho más que Jalisco, que dio al mundo la música de mariachi, la birria y el tequila. Jalisco dio a luz a muchas cosas relacionadas con la cultura mexicana, tanto así, que el lema del estado es “Jalisco es México”.

Jalisco es probablemente “el estado que hoy tiene más personas en los Estados Unidos”, dijo Andrew Selee, vicepresidente ejecutivo de la Woodrow Wilson Center, un experto de la política en Washington.

“Es casi el origen de las tendencias de migración a los Estados Unidos”.

Jalisco, por años, había ofrecido un relativo respiro de la terrible violencia por las drogas que convulsiona a gran parte de México.

Entonces, en 2012, 18 cabezas humanas fueron encontradas cerca de Chapala. En abril, varios hombres armados emboscaron a un convoy de la policía, y al mes siguiente un helicóptero del ejército fue derribado con una granada propulsada por cohete. Un enfrentamiento en mayo entre las fuerzas federales y personas que se sospecha son miembros del cártel de drogas en un rancho en el vecino estado de Michoacán, dejó a 42 muertos. Se cree que la mayoría eran de Ocotlán.

Para la gente en Ocotlán y para aquellos en lugares como el valle de San Gabriel que tienen sus raíces en Ocotlán, fue un recordatorio de cuanto había cambiado, dando un tono sombrío al ritual anual de la celebración de su conexión con una tierra a la que amaban.

“Cuando todo esto comenzó en Michoacán, la mayoría de la gente decía, ‘ Gracias a Dios que no es en Jalisco’”, dijo Patricia Castillo, organizadora de la celebración de La Puente. “Dos, tres años más tarde, comenzó en Jalisco y todo el mundo dijo, ‘ Por lo menos no es en Ocotlán’”.

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Sergio de Jesús Reyes Chiquito, el Sacerdote, predicó del Jalisco que todos en el gentío conocían bien.

Ocotlán está enmarcada por cerros forrados de árboles y arbustos gruesos y verdes durante la estación lluviosa, con pequeños arroyos que serpentean por los cañones, llenando los estanques. El sacerdote sabía que las cosas no eran lo que alguna vez habían sido, pero mantuvo la misa ligera, bromeando sobre no ser tacaños con las donaciones. Intentó sembrar la semilla de la esperanza en la congregación.

“Dios nunca nos deja”, dijo a los reunidos en el patio trasero, sentados en asientos plegables de metal. “Dios siempre está con nosotros”.

Pero a veces, eso no les pareció así a las gentes de Ocotlán y sus familiares en Estados Unidos, que a menudo hacen viajes anuales allí.

Tiempo atrás, la gente se quedaba fuera hasta más allá de la medianoche, con el miedo de despertar a sus padres más que por cualquier otra cosa. Ahora, hay toque de queda a las 22:00 horas que los residentes obedecen por su propia seguridad. Los ocotlenses en el sur de California dicen que les preocupa ser secuestrados o asesinados cuando están de visita o que eso le ocurra a un miembro de la familia.

Sergio Medina, un ex boxeador de Ocotlán que vive en Sacramento, dijo que su corazón todavía está en Ocotlán. Pero como pasa con muchos mexicanos en los Estados Unidos, la familia de Medina ha sido tocada por la violencia al sur de la frontera. El año pasado, dos de sus primos — padre e hijo, fueron muerto a tiros en el fuego cruzado de unos narcotraficantes que peleaban en las calles de su ciudad natal.

“Te da miedo por tu familia. Pensé que un día podría llegar a Jalisco”, dijo acerca de la violencia que ha infectado a México. — Y así fue.

Cuando Castillo visitó Ocotlán en julio, vio casas perforadas con agujeros de bala. Todo está bien, mamá la tranquilizó.

“Mami, ¿Esto es normal para ti?” Ella le suplicó a su madre que se viniera con ella a los Estados Unidos.

“Todo el mundo está viviendo esto”, le dijo su madre. “Aquí es donde nos quedaremos”.

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En México, es una precaria propuesta contar con el gobierno para el bienestar público, así que la gente en la fiesta estaba ayudando a recaudar dinero para construir un orfanato en Ocotlán para los niños de la calle.

“Estamos tratando de rescatar a estos niños de la calle para que tengan una mejor oportunidad y que no tengan que entrar en las drogas porque algo les hace falta”, dijo Miguel Botello, quien llegó de Ocotlán en 2009. “Pero no es suficiente. Hoy es simplemente un día. Tenemos que seguir luchando para darles una mejor oportunidad”.

Por todas partes en la fiesta, había muestras de la conexión de las personas a la ciudad y a Jalisco.

Un hombre vestía una camiseta con la frase “Hecho en Ocotlán, Jal”, mientras que otro se jactó del tatuaje de “Ocotlán” en su pecho. Las personas levantaban sus jarras de barro con tequila y refresco Squirt.

Hombres y mujeres bailaban sobre el piso de tierra, bajo el cielo tenue, mientras que el familiar tono de Vicente Fernández salía de los altavoces.

“Me voy por Ocotlán ... Hay que bonito es Jalisco.”

“Me voy por Ocotlán” dice la letra de la canción “El Jalisciense”. “Qué bonito es Jalisco”.

Los niños estaban encantados con los caballos que levantaban polvo en el patio trasero, mientras que sus jinetes hacían parecer que los caballos bailaban al ritmo de la música.

“¡Esta bailando el caballo!” una niña gritó, señalando a un caballo que estaba solo a unos pies frente a ella, mientras que la cola del caballo se sacudía al mismo tiempo que él se movía, al ritmo de los tambores y cuernos.

Un grupo de hombres dejó de bailar para posar para una foto, Castillo capturó el momento cuando los hombres aplaudieron con el más famoso de las porras mexicanas, el “Chiquitibum”, típicamente escuchada en eventos deportivos mexicanos.

Chiquitibum a la bim bom ba, chiquitibum a la bim bom ba, a la bio, a la bao, a la bim bom ba, Ocotlan, Ocotlan, Ra ra rah”, los hombres gritaban, reemplazando “México” with Ocotlán.

Castillo, al recordar su casa, sonrió cuando la alegría de la porra disminuía y la música comenzó otra vez. A veces, comentó, se pone tan nostálgica que visita Plaza México, un centro comercial en Lynwood construido como un himno arquitectónico a la madre patria.

Dos veces al año visita a sus padres y hermanos que se quedaron allá, en casa; pasa una semana o dos y celebra la navidad en México. Ella lleva a su hijo y su hija con ella, con la esperanza de inculcar los valores culturales con los que ella fue educada.

Pero esas visitas ya no son tan despreocupadas. Ella compara los problemas de su ciudad natal y del estado, con los charcos de lodo en los que su hija juega después de las lluvias en Ocotlán.

“Es como que estás en el lodo y no te quieres ensuciar”, dijo. “Tarde o temprano te vas a ensuciar”.

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